Chile
17 de Mayo de 1989
Revista Caras
Por Trinidad Aldunate
A fines de los ‘60, los padres temblaban con sólo oír su nombre. Decenas de jóvenes abandonaron todo para seguirlo. Veinte años después muchos aún lo veneran. Hoy, agrupados en La Comunidad, sus seguidores militan también en el partido Humanista.
Y su pensamiento sigue penetrando con tanto o más fuerza que antes.
Un gurú, un genio, un líder. Eso fue para aquellos muchachos de pelo largo que lo escucharon con fervor a fines de los ’60. Y eso sigue siendo para los no tan pelucones que hoy, veinte años después, lo continúan venerando desde La Comunidad, el partido Humanista o el partido Verde.
Un “loco suelto”, un “entrometido sumamente peligroso”. Eso representa para los padres de esos jóvenes que partieron tras sus huellas, dejando casa, familia y estudios. Y también para algunos políticos chilenos de los ’80, que contemplaron atónitos cómo este personaje, desde su casa de campo en las afueras de Mendoza, opina sobre lo que debía o no debía hacer el partido Humanista chileno.
Relajado, piropero y bueno para hablar, como todos los argentinos, podría pasar perfectamente desapercibido. Las fotos lo representan mucho más siniestro e impresionante de lo que es. No tiene poses de divo. Sólo llama la atención su ropa: viste de riguroso negro, con beatle, sweater, pantalones de buzo y zapatillas Ellesse de caña alta, todo negro.
Pero queda claro su status apenas aparece su séquito: anda rodeado de un grupo de asesores, algunos argentinos, otros chilenos, que toman palco para presenciar la entrevista, gravan toda la conversación y forman un coro de risas ante cada chiste que sale de la boca de su líder. Y son varios, porque en verdad Mario Rodríguez Cobo, 51, más conocido como Silo, es bastante simpático. Casado hace quince años con una mujer de buena situación económica, tiene dos hijos, de diez y cinco años.
Fue el tercer hijo del matrimonio de un hombre de negocios y una profesora de música, ambos descendientes de españoles, que vivían en Mendoza. Aprendió a hablar un poco tarde, a los cuatro años. Pero desde entonces no paró. Confiesa que era un niño discutidor. Estudió en un colegio católico, cada jueves iba a hacer catequesis a las “villas miseria” y hasta se ganó la mellada de religión de su curso. Pero nunca compartió totalmente la fe católica. A los 18 se subió a una moto y partió a recorrer América Latina, “para conocer las inquietudes de la gente”.
Sus ideas están difundidas hoy por todas partes. En cuarenta países, sus seguidores se agrupan en La Comunidad. Según dice, los más importantes son México, India y España. El propone un cambio total en el ser humano y en sus relaciones con el resto de los hombres, lo que incluye también a las instituciones políticas. No cree en la familia tradicional ni le gustan las fronteras, porque aspira a una “nación humana universal”. Realista, entiende que eso no se puede hacer por decreto. Y por eso alaba cuestiones tales como la integración europea y pide una actitud semejante a los latinoamericanos.
Vino a Chile para la presentación de Humanizar la tierra, “la biblia” para sus seguidores, un libro lleno de reflexiones, difícil de comprender para alguien que no está familiarizado con sus ideas.
Los años 60
-¿Usted se siente responsable por los procesos que vivió esa generación que ahora debe tener unos 35 años? Porque usted influyó mucho con sus ideas.
-Ojalá hubiera influido suficiente. Porque en ese caso no se hubiera desarrollado esa drogadicción, ese guerrillerismo, esa mística falsa que los llevó a morirse en Katmandú. Ojalá no se hubiera distorsionado nuestro pensamiento. En ese caso no tendríamos que lamentar tantos desastres como ocurrieron alrededor nuestro. Y digo alrededor nuestro, porque entre los nuestros no ocurrió ningún desastre.
Los suyos, según dice, continúan aspirando a cambiar el mundo. Y no se siente para nada frustrado, porque “el mundo para ellos no es la totalidad, sino el mundo en que les toca vivir. Y muchos han derivado, de La Comunidad, que era una institución social y cultural, a variantes políticas y siguen planteándose muy seriamente el tema de cambiar las instituciones y cambiar el mundo en el que les toca vivir. No creo que se sientan frustrados. Creo que sienten que lo están haciendo”.
-La gente que lo seguía a usted en esa época abandonaba sus casas, abandonaba sus familias…
-Ese es uno de los grandes temas que ha contribuido a la contrapropaganda.
-¿Pero usted dice que es falso que la gente joven haya abandonado sus casas?
-Digo que es absolutamente falso. Acá había conflictos que motivaban la ida del hogar de los jóvenes, no por influencia de La Comunidad, sino por conflictos que se producían en las mismas familias.
-Pero curiosamente la gente que se iba de sus casas en esa época estaba identificada con su movimiento, muchos se iban a Argentina.
-Ajá. A Argentina. No, no. Que yo sepa no salían del país al abandonar sus casas. Ese es uno de los grandes mitos que se ha ido formando. Sería lindísimo hacer un listado: de cien ciudadanos que abandonaban sus hogares, ¿cuántos habrán sido los que tenían que ver con nuestro movimiento? A lo mejor era uno.
-¿Y usted no fomentaba el abandono de la gente joven de sus casas?
-De lo que nosotros hablábamos era de que estaban destruyendo la familia.
-¿Quién estaba destruyendo la familia?
-El sistema. Porque se producían situaciones muy encontradas entre los mismos padres, se mortificaban ellos y mortificaban a sus niños. Creo que es lo que sigue pasando hoy.
¿Y los hijos?
-¿Usted cree en la familia como institución básica de la sociedad, en la monogamia, en la fidelidad, en un matrimonio para toda la vida?
-Yo creo que el mundo es muy grande y que ése es un concepto que pertenece a esta área cultural. Desde luego, la familia musulmana es muy distinta a la familia católica, por ejemplo.
-Pero estamos hablando del mundo cristiano occidental.
-Sí, pero nuestras ideas se desarrollan en el mundo y no en el cristiano occidental solamente. Y en el mundo nos encontramos con distintas conformaciones de familia. Por ejemplo, el mundo musulmán no es monogámico y es mucho más extenso.
-¿Pero usted cree en la familia como institución básica de la sociedad?
-No creo que sea la institución básica de la sociedad. La familia no es una cosa natural, no es como una piedra, no es como una planta. Es un hecho histórico. Arranca de un modo muy distinto del que hoy se nos presenta. Antes eran tribus de recolectores, de cazadores y todo aquello. No existía la propiedad horizontal. Era otra conformación. Eso se fue desarrollado en la historia hasta llegar hace unos pocos siglos a esta familia que conocemos.
-¿Y usted cree que la familia está destinada a desaparecer?
-Creo que está destinada a transformarse, como ha sido siempre en la historia. En las sociedades que se consideran avanzadas, la familia está en una fragmentación muy grande, está francamente destruido el modelo que nosotros conocemos. La actual familia en los países no tan avanzados técnicamente está también fragmentándose.
-¿Pero cuál es su modelo ideal de institución social básica? ¿Cómo se deberían agrupar los hombres?
-Yo no creo que deberíamos decir cómo debe ser, casi por decreto.
“Yo creo que la gente se debe agrupar por un afecto entrañable. Y por un proyecto común y por un lanzamiento hacia el futuro de un ideal de vida. En ese sentido, las mujeres y los hombres coincidirán por un corto tiempo o coincidirán toda la vida, pero no por obligación”.
-¿Y quién educa a los hijos?
-Bueno, instituciones.
-¿Cómo el Estado?
-Para empezar, el Estado es una palabra muy antipática para mí. Y se extiende largamente sobre la necesidad de achicar el Estado, pero no sabe qué instituciones deben reemplazarlo.
-¿Pero quién va a encargarse de los niños?
-Ojalá que el Estado no. Ojalá que sean organizaciones sociales donde la gente concurre. Hoy nos encontramos con cosas tales como las guarderías, que solucionan por corto tiempo los problemas de las madres jóvenes que trabajan. Creo que esto se puede perfeccionar enormemente. Lo que no va a reemplazar nunca, ni la organización social ni el Estado, es la decisión de dos personas que se aman de continuar una relación o de tomar vías diferentes conforme sea el ideal de vida al que aspiran. Eso no hay quién lo reemplace.
El partido Humanista
En septiembre del año pasado, tras una reunión de importantes dirigentes del partido Humanista con Silo en Mendoza, José Tomás Sáenz fue relevado de la presidencia del partido. De inmediato se filtró a la prensa un cassette, con la grabación de la reunión. Allí, Mario Rodríguez Cobo comentaba con desparpajo lo que debían y no debían hacer los humanistas.
-En Chile produjo mucho revuelo el cambio que hubo en el partido Humanista. ¿Qué le llevó a usted a inmiscuirse en los asuntos internos del partido Humanista?
-Esa pregunta da varias cosas por sentadas. Primero, da por sentado que ese cambio de directiva tiene algo que ver conmigo. Segundo, da por sentado que eso es una inmiscusión. La primera pregunta debe ser revisada, porque es más o menos como meter un cassette en el baño, cuando uno está cantando, ¿no es cierto? Pero dejemos de lado los Watergates y los pecados que cometen algunos.
-Pero ¿existió el cassette?
-Claro que existió ese cassette. Pero es una conversación totalmente amputada, deformada y sacada de contexto.
-En esa grabación había una serie de opiniones suyas sobre el rol que debía tomar el partido Humanista dentro de la coyuntura de Chile.
-La sociedad se está modificando mucho y va a cambiar esta idea que se tiene, que es una especie de dogma de fe, de que la gente no tiene que opinar. Yo creo que en pocos meses más va a quedar claro para la población, que la gente tiene derecho a opinar, sea de un país, sea de otro país.
-El asunto es que a partir de ese cambio de directiva, el Partido Humanista ha perdido fuerza, ha perdido presencia pública y ha perdido credibilidad. Y eso es un hecho político que cualquier observador se lo puede decir.
-¿Será así?
-Es así.
-¿No habrá perdido espacio entre ciertos medios de difusión que adhieren a una futura concertación que se hará, tal vez, entre la Democracia Cristiana y la derecha?
-El problema es el siguiente: a partir de entonces hay una cierta desconfianza hacia las decisiones que puedan tomar los humanistas. Concretamente los verdes y los humanistas acaban de sacar una declaración hablando de una posible división opositora y criticando a la DC de hegemonismo dentro de la Concentración. Eso coincide con su llegada a Chile…
-¡Cuántas cosas se me atribuyen! El día que llueva a destiempo se me van a atribuir los cambios climáticos.
-En definitiva, usted reivindica el derecho a opinar, pero dice que no influye directamente.
-Absolutamente. Y se lo digo cien veces más. ¡Y cuánto me gustaría que tuviéramos esa famosa cinta para descomponerla! ¡Cuánto me gustaría!
A falta de cinta, le mostramos el artículo con la trascripción. Lo fue leyendo lentamente. En un párrafo, se refiere a los miembros de la Concertación como “pelafustanes”.
-¿Usted no cree que es una forma un poco peyorativa de referirse a los miembros de la Concertación?
-¿Y usted no cree que en las conversaciones entre amigos se usa ese tipo de lenguaje?
Después de leer parte importante del artículo, comentó: “Yo no creo que exhortar a la gente a que estudie los problemas sea inmiscuirse en sus temas de implementación. No, de ninguna manera, creo que es muy buena recomendación”.