PUNTA DE VACAS, Mendoza.
(Por Carlos Castro, enviado especial).

-Había nevado mucho. Y eran muchos los que suponían que el acto programado, donde hablaría Silo sobre la “Cura del sufrimiento”, sería suspendido. Sin embargo, el sol derritió la nieve y las topadoras de Vialidad Nacional pusieron en condiciones de transitable el camino que une a Mendoza con Santiago de Chile, ruta obligada para llegar a esa pequeña población clavada en plena Cordillera de Los Andes.

Desde las principales ciudades del país, desde las principales ciudades de América, llegaron delegaciones de hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, para escuchar el mensaje del “maestro”, para interpretarlo y luego darlo a conocer por todo el continente.

A las 7 del domingo 4 de mayo, frente a una empresa de transportes ubicada en la céntrica avenida Las Heras, en Mendoza, los seguidores de Silo comenzaron a agruparse. Habían contratado siete ómnibus para iniciar el viaje. Otros llegaron al lugar de la cita en automóviles.

El cronista viajó acompañado por otros colegas en una nueva y veloz camioneta. Y en tres horas, luego de recorrer el sinuoso camino cordillerano, de extasiarse ante los gigantes picos nevados, de sentir miedo junto a los profundos precipicios, llegamos a Punta de Vacas. Estábamos a 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, a 140 kilómetros de Mendoza, a 1.250 kilómetros de Buenos Aires.

Viven aquí un centenar de personas, en su mayoría soldados de la Gendarmería Nacional. A poco de llegar, junto al camino, inquisidores rostros comenzaron a seguir todos nuestros pasos… Las metralletas parecían amenazantes, sostenidas por férreas manos. Todos tuvimos que identificarnos, dar nuestros nombres y direcciones. Por suerte, no ocurrió nada. Por suerte, no hubo malas interpretaciones.

Esperando el mensaje

Al pie de un cerro, tres cortos mástiles, donde colgaban banderines de color naranja, señalaban el lugar elegido para la reunión. Un pequeño palco, dos micrófonos, dos altoparlantes, completaban el escenario. Desde allí dirigía Silo la palabra, daría a conocer su mensaje, a todos aquellos que quisieran escucharlo.

Poco después del mediodía, cuando el sol caía con toda su fuerza calórica sobre el paisaje, comenzaron a llegar los que se dicen discípulos de Silo… Y muchos curiosos. Entre estos últimos había algunos enfermos, que, según pudimos saber, esperaban milagros del “maestro”. A las trece, unas seiscientas personas se encontraban en el lugar. -El silencio era total.

Bruno von Eremburg, chileno, miembro de la Sagrada Orden del Rayo Americano, subió a la modesta tarima. Estaba por comenzar el acto. La expectativa crecía segundo a segundo. Con clara y serena voz, fue leyendo algunos mensajes de Silo, las últimas conferencias pronunciadas junto al Pacífico, durante un retiro que “el maestro” hizo en Chile.

Los cerros nevados transportaban el eco de las palabras. Luego de media hora, que se hizo corta, von Eremburg explicó el pensamiento de Silo, dio a conocer una apretada síntesis de su doctrina. Antes de finalizar, dijo: “El maestro Silo accedió hoy a bajar de su morada y darnos personalmente su mensaje…”.

Los presentes, sentados en torno a la tribuna, elevaron sus ojos al cercano cerro, por donde se supuso bajaría Silo.

Las cámaras fotográficas, las filmadoras –entre ellas, las de la CBS norteamericana- también comenzaron a apuntar hacia las cumbres. Silo vive en una pequeña casa de piedra, a unos tres kilómetros del lugar, pero era imposible llegar hasta allí sin correr serios riesgos, pues dos arroyos se encontraban desbordados.

Pasaron unos cinco minutos. De pronto, se vio bajar desde uno de los cerros a Mario Luis Rodríguez Cobo (Silo). Su figura, ágil y espigada, parecía integrada a la tierra, a las rocas milenarias que pisaba. Avanzaba con ágiles pasos. Vestía un overol blanco, llevaba un anorak del mismo color, y en su mano derecha una corta varilla metálica, un caduceo.

Se paró firme ante los congregados, los observó detenidamente, hizo que el silencio se hiciera más profundo. Todos esperaban el mensaje. Y así habló:

“Escucharas a un pobre hombre”

“Si has venido a escuchar a un hombre, de quien el entusiasmo de muchos elevó a la condición de hijo de Dios, has equivocado el camino”.

“Si has venido a escuchar a un hombre, de quien se supone transmite la sabiduría, has equivocado el camino… Porque la sabiduría no se transmite por medio de libros ni de arengas. La sabiduría está en el fondo de las conciencias, como Dios está en el fondo de tu corazón”.

“Si has venido a escuchar a quien se supone que transmite el milagro, has equivocado el camino… Porque lo que tu llamas milagro está escrito en las leyes de la naturaleza, como está escrito el nacimiento y la muerte de una flor, de un pájaro, de un niño”.

“Si has venido empujado por los calumniadores y los hipócritas a escuchar a este hombre, a fin de que lo que escuches sirva como argumento en contra de él, has equivocado el camino… Porque este hombre no está aquí para pedirte nada ni para usarte… Porque no te necesita”.

“Debes saber a quién escuchas…”.

“Escuchas a un pobre hombre desconocedor de las leyes que rigen el Universo, desconocedor de las leyes históricas, ignorante de las relaciones que rigen a los hombres…”.

“Este pobre ignorante se dirige a tu conciencia como lo hacen aquellos que meditan en la altura de las cumbres nevadas, a miles de metros sobre las ciudades y los hombres… De estas ciudades donde cada día es un afán truncado por la muerte… Donde el amor sucede al odio, donde el perdón sucede a la venganza… Allí, en las ciudades de hombres ricos y pobres, allí, en los inmensos campos de hombres, se ha posado un manto de sufrimiento y tristeza”.

“Sufres cuando el dolor muerde tu cuerpo, sufres cuando el hambre se apodera de tu cuerpo. Pero no solo sufres por el dolor inmediato de tu cuerpo, por el hambre de tu cuerpo… Sufres también por las consecuencias de las enfermedades que caen sobre tu cuerpo…”.

“Debes distinguir dos tipos de sufrimiento. Aquel sufrimiento que se produce en ti merced a la enfermedad… Ese sufrimiento puede retroceder merced al avance de la ciencia. Así como la enfermedad, también el hambre puede retroceder, pero gracias al imperio de la justicia”.

“Hay otro tipo de sufrimiento que no depende de la enfermedad de tu cuerpo, sino que deriva de él. Si estás impedido, si no puedes ver o si no oyes, sufres… Pero aunque este sufrimiento derive de tu cuerpo, tal sufrimiento es de tu mente”.

“Hay muchos otros tipos de sufrimientos que no pueden retroceder frente al avance de la ciencia. Este tipo de sufrimiento, estrictamente de tu mente, retrocede frente a la fe, frente a la alegría de vivir, frente al amor”.

“Debes saber que este sufrimiento está siempre basado en la violencia que hay en tu propia conciencia. Sufres porque temes perder lo que tienes o por lo que has perdido. Sufres porque no tienes o porque sientes temor general”.

“He ahí los grandes enemigos de los hombres. El temor a la enfermedad, el temor a la muerte, el temor a la soledad. Todos estos son sufrimientos propios de tu mente. Todos ellos delatan la violencia interna, la violencia que hay en tu mente. Siempre deriva del deseo…”. Cuanto más violento sea un hombre, más groseros son sus deseos…

El carro del deseo

Sus palabras eran seguidas con atención. Luego de una breve pausa, continuó:

“Quisiera proponerte una historia que sucedió hace mucho tiempo… Existió un viajero que tuvo que hacer una larga travesía. Para tal efecto, ató su animal al carro y emprendió la larga marcha hacia un largo destino y con límite fijo de tiempo…”

“Al animal lo llamó Necesidad… Al carro lo llamó Deseo, a una rueda la llamó Placer y a la otra Dolor. Así, pues, el viajero llevaba su carro a derecha e izquierda, pero siempre hacia su destino”.

“Cuando más velozmente andaba el carro, más rápidamente se movían las ruedas del Placer y del Dolor, conectadas como estaban a un mismo eje, y transportando como estaban el carro del Deseo”.

“Como el viaje era muy largo, nuestro viajero se aburría y decidió entonces decorarlo, llenarlo de comodidades, ornamentarlo con muchas bellezas… Y así lo fue haciendo. Pero cuanto más embelleció el carro del Deseo, más pesado se hizo para la Necesidad”.

“De tal manera que en las curvas y en las cuestas espinadas, el pobre animal llamado por él Necesidad desfallecía, no pudiendo arrastrar el carro del Deseo… En los caminos arenosos las ruedas del placer y del sufrimiento se incrustaba en el piso”.

“Desesperó un día el viajero porque era muy largo el camino y estaba muy lejos su destino. Decidió entonces meditar esa noche… Y al hacerlo escuchó el relincho de su viejo amigo, comprendiendo el mensaje a la mañana siguiente”. “Desbarató la ornamentación del carro, lo alivianó de todos sus pesos, y esa mañana, muy temprano, con su animal, comenzó al trote, felizmente avanzando hacia su destino… No obstante, había perdido un tiempo que ya era irreparable”.

“A la noche siguiente volvió a meditar y comprendió por un nuevo aviso de su amigo, que tenía ahora que acometer una tarea doblemente difícil, porque significaba su desprendimiento… Muy de madrugada sacrificó el carro del Deseo”.

“Es cierto que al hacerlo perdió la rueda del Placer, pero con ella también perdió la del Sufrimiento. Montó sobre su lomo, y anduvo al galope las verdes praderas hasta llegar a su destino”.

“Fíjate como el deseo puede arrinconarte. Pero hay deseos de distintos pesos… Hay deseos más generosos, y hay deseos más elevados”.

“Eleva el deseo, supera el deseo, purifica el deseo. Y habrás seguramente de sacrificar con eso la rueda del Placer, pero también la rueda del Sufrimiento…”.

“No hay falsas puertas…”

La atención pasó al estado de unción. Hubo otra pausa… Y Silo siguió diciendo:

“La violencia en el hombre, movida por este tipo de deseos, no queda solamente como enfermedad en su conciencia sino que actúa sobre el mundo de otros hombres. Se ejercita con el resto de la gente…”.

“No creas que hablo de violencia, refiriéndome solamente al hecho armado de la guerra, en donde unos hombres destrozan a otros hombres. Esa es una forma de violencia física. Cuando matas a alguien o cuando lo agredes, ejecutas una acción de violencia física. Pero hay una violencia económica… La violencia económica es aquella que te hace explotar a otro, la violencia económica se da cuando robas a otro, cuando ya no eres hermano del otro sino que eres ave de rapiña para tu hermano. Hay además una violencia racial… Crees que no ejecutas la violencia cuando persigues a otro que es de una raza diferente a la tuya… Crees que no ejerces la violencia cuando lo difamas por ser de una raza diferente a la tuya. Hay una violencia religiosa… Crees que no ejercitas la violencia cuando no das trabajo o le cierras la puerta o despides a alguien por no ser de tu propia religión… Crees que no es violencia cercar a aquel que no comulga con tus principios por medio de la difamación, cercarlo en su familia, cercarlo entre su gente querida, porque no comulga con tu religión…”.

“Hay otras formas de violencia, que son las formas impuestas por la moral filistea… ¿Tú quieres imponer una forma de vida a otro? ¿Tu debes imponer la vocacón al otro? Pero, ¿quién te ha dicho que tú eres un ejemplo que debe seguirse? ¿Quién te ha dicho que puedes imponer una forma de vida porque a ti te place? ¿Dónde está el molde? ¿Y dónde está el tipo para que tú lo impongas? He ahí otra forma de violencia…”.

“Únicamente puedes acabar con la violencia en ti y en los demás y en el mundo que te rodea por la fe interna y la meditación interna. No hay falsas puertas para acabar con la violencia. Este mundo está por estallar y no hay forma de acabar con la violencia. No busques falsas puertas… No hay política que pueda solucionar este afán de violencia enloquecido. No hay partido ni movimiento en el planeta que pueda acabar con la violencia”.

“No sigas a un partido que no puede acabar con la violencia. No sigas a una religión que te promete un infierno y que no puede acabar con la violencia en tu mente. No hay falsas salidas para la violencia en el mundo”.

“Me dicen que la gente joven en distintas latitudes está buscando falsas puertas para salir de la violencia y el sufrimiento interno. Busca la droga como solución… No busques falsas puertas para acabar con la violencia…”.

“¡Hermano mío! Cumple con mandatos simple, como son simples estas piedras y esta nieve y este sol que nos bendice. Sé fiel, no solo fiel a tu mujer… Fiel a tus ideas y a tus principios aunque te cueste la vida. ¡No mates! Pero ya sabes que se mata con todas esas formas de violencia que hemos mencionado. ¡No robes! Pero sabes que el robar va más allá del simple hecho de despojar a otro”.

“Lleva la paz en ti. Llévala a los demás… ¡Hermano mío! Allá en la historia hay un rostro del sufrimiento… ¡Hermano mío! Mira esa corona de sufrimiento, recuerda que es necesario seguir adelante en la historia. Y que es necesario aprender a reír, y que es necesario aprender a amar…”.

“A ti hermano mío te arrojo esta corona, esta corona de alegría, esta corona de amor, para que eleves tu corazón y eleves tu espíritu… y para que no olvides también de elevar tu cuerpo…”.

Integrarse en todo

Silo terminó de hablar, tomó una mochila y emprendió su retorno a los cerros. Hubo un largo silencio… Todos siguieron extasiados sus pasos hasta que se perdió de vista.

Por la tarde, a pedido de los periodistas, resolvió concurrir a Uspallata, donde se puso a disposición de los hombres de prensa que habían andado tantos kilómetros para verlo. Allí respondió todo tipo de preguntas, las mismas preguntas que ya le formuláramos dos días antes.

Yo no aspiro a formar una Iglesia”, dijo. Y agrego: “Eso, de concretarse, correría por cuenta de mis allegados”. Le preguntaron que quería decir eso de “Cristo-Silo”, y él respondió: “Eso es una conjunción creado por las Órdenes y las Escuelas. Yo no tengo nada que ver. Los Órdenes y las Escuelas son autónomos. Yo solo soy un hombre que piensa, que medita. Un hombre que busca la verdad y dice con toda honestidad su pensamiento”. Le preguntaron si se creía un Mesías y escucharon esta aclaración: “No me siento un Mesías… Posiblemente se está reencarnando en mí un Mesías. Eso el tiempo lo dirá…”. Algunos dijeron haber escuchado que empezó su prédica a los 31 años, pues temía que, como a Cristo, lo mataran muy pronto. Silo sonrió, y dijo: “No creo que me maten, pero sí que me encarcelen…”. ¿Quién? Volvieron a preguntar: “El clero en general. Yo sostengo la necesidad de volver a la fuente, al cristianismo primitivo. No venimos a abolir ninguna ley, sino a cumplirlas…”.

Es panteísta. Entiende que el hombre forma parte de todo. Y afirma que, cuando lo comprenda y utilice los mandatos de su humanidad: “No mientas, no mates, no robes, sé fiel, logra la paz en ti y en tu prójimo”, se integrará en él, dejará de ser violento, habrá paz y será auténticamente libre.

1969-05-04