Volvió Silo:

ni brujo ni marxista, pacifista

No es un santón, vive entre computadoras. No práctica la pobreza ni se la pide a nadie. Posa sin vergüenza, habla con voz de trueno. Es el líder de 50 mil seguidores en 42 países. ¿Quién es este mendocino y qué pretende? Incluso a él le cuesta explicarlo, eligió un extraño camino de paz.

Susana Vargas

A 13 kilómetros del centro de Mendoza, “Chacras de Coria” parece un barrio de quintas metido en la montaña. No hay baldíos y los jardines de las casa tienen paredes de ligustrinas que tapan los frentes y la intimidad. En una de esas casas -la calle es El Fortín (Pueyrredón para los planos)- vive Silo. Cuando abre la puerta y dice “¡adelante!”, empieza a ser Mario Rodríguez para mí. Hasta ese momento había pensado que era una suerte de santón místico, oscuro, misterioso y vestido, qué se yo, con una túnica. “¡Me imaginas con esa ropa en la época de las computadoras!” -dice- y larga una carcajada impresionante. Me mira desde su metro ochenta. Ojos muy grandes, calidos. Tiene 45 años y una figura atlética. Es amable y casi formal en el trato. Ligeramente desconfiado. Su sonrisa muestra francamente los dientes y cuando se indigna es irónica, hasta ofensiva. No conmigo; con el general Ramón Camps, por ejemplo. Se pasea mientras habla y mira con altivez. Fuma mucho y toma café. No es vegetariano. “No creo ni de cerca en los orientalistas trasplantados a Occidente, sumisos y descafeinados”. A cada rato se ríe y camina con largas zancadas. Parece un gato montés. Es un hombre astuto. Inteligente. Cada respuesta tiene humor, vitalidad y sobre todo fundamentos concretos. De pronto pega un grito. (Encontró el libro de Camps, pienso). Se acerca orgulloso. “Fíjate que ha dicho que soy uno de los personajes que más daño le ha hecho a la juventud. Nada menor que él, uno de los individuos que peor le ha hecho a la sociedad argentina”. Parte de su archivo está en video. Me sorprende la precisión con que maneja las palabras, las estadísticas, los datos. No es soberbio ni autoritario. Inspira placidez. Extraño, porque hay un halo confuso a su alrededor que me incita a prestar atención. ¿Por qué nunca lo conocimos nosotros?, me pregunto. Cae fácilmente en una actitud defensiva y se le nota en las manos y en la coloración de la piel. Sus dedos largos son precisos en el manejo de grabadores y cuando nos muestra los minicomponentes electrónicos que tiene en cantidades dice: “La información es mi pasión y me interesa tanto la electrónica porque se maneja con la lógica”. Silo, o Mario, o Negro, no impone nada. No me deja sin respuestas. Es frontal. Es complejo. No muestra su vida privada. Considera “una impudicia” poner en relevancia su persona frente al esfuerzo de una organización. Apenas me atrevo a preguntarle si cree en Dios. “Yo creo en un Dios no personal que no anda mirando lo que hace la gente. ¿Te imaginas tú a un Dios pequeñito y alcahuete, casi de conventillo preocupado por uno que se comió una uva o no se la comió? Yo creo más en un orden superior”. Este señor. Silo, o Mario, o Negro, lanzó en 1969 una corriente de pensamiento en las montañas mendocinas ante 500 personas. Ahora se llama La Comunidad y tiene 50 mil seguidores en 42 países en el mundo. “Es como para tenernos en cuenta, ¿verdad?”, asegura.

En 1966 Silo y veinte seguidores más quisieron hacer una casa de campo en Jujuy “no para crear una comunidad de retiro espiritual, sino para seguir estudiando la empresa que nos habíamos propuesto”.

La Comunidad

La policía los tomó por subversivos, guerrilleros, y los mandó a la cárcel. Luego se desmintió la acusación. En 1969 ya eran 500. Pidieron permiso para dar una conferencia de prensa en la ciudad de Mendoza porque los que empezaron con la idea son mendocinos, e inclusive, del mismo barrio céntrico. Eran tiempos de Onganía. Les dijeron que se fueran “a hablarle a las piedras”. A 160 kilómetros de la ciudad, en Punta de Vacas, Silo habló de los fundamentos de la no violencia. “Nos basamos en estudios sobre las pequeñas explosiones sociales y generacionales que se habían dado en Perú y en Berkeley. En todo tipo de violencia económica, religiosa e individuales y predijimos las que vendrían”. Los diarios publicaron cosas como “¿Por qué no se van a hablar a Vietnam si aquí estamos en el país más pacifico del mundo?” A los tres meses se produjo el “Cordobazo”. De ahí en más se sucedieron las detenciones e intimaciones y varios miembros deportados y otros, invitados a exiliarse a otros países. “Pero la represión más dura fue durante el lópezrreguismo -cuenta Mario Rodríguez- Después de esas elecciones del ’73, los nuestros habían creado un partido político nacional con 2.500 afiliaciones; y propiciamos el ‘conta voto’ para evitar resultados que desembocarían necesariamente en el desastre tras de la asunción de Campora. Ese partido fue creado sólo con ese fin, después se disolvió, se quemó”. En La Plata fueron ametrallados dos integrantes de La Comunidad y más de 500 fueron detenidos y encarcelados. Silo, en Devoto. “Allí un senador lópezrreguista nos dijo: ‘estén contentos de que no los hayamos bajado’”.

“Seguimos trabajando durante el Proceso. Hicimos lo que podíamos. Mucha actividad cultural y estudios sobre la no violencia combativa. Fuimos prohibidos, perseguidos, detenidos mientras en otros países La Comunidad se fue fortaleciendo. En 1981 Bignone fue recibido en la India por cuatro enviados de la embajada. A nosotros nos esperaban 15 mil personas para iniciar la gira por Europa y Asia. Aseguro que hicimos mucho más por la imagen argentina en el exterior que los funcionarios. En la India nos llaman ‘La voz de la Argentina’”. Silo no es amigo del liderazgo. “Sólo es interesante en situaciones de coyuntura. Pero no se puede alimentar un proceso que aúna voluntades humanas en torno a un líder. Porque nosotros no hacemos discriminaciones de ningún tipo y creemos en ‘humanizar al mundo’ a través de hechos y acciones concretas”.

De veras resulta difícil comprender un pacifismo combativo. Tuve que preguntar demasiadas veces hasta comprender su verdadero sentido. Sobre todo tratándose de los tres dedos en alto (símbolo de La Comunidad) que significa Paz, Fuerza y Alegría. Tres palabras que siempre me sonaron extrañas durante los últimos diez años. Demasiado mansas, demasiado blandas.

“La paz para nosotros es al revés de lo que plantea la Iglesia y Pérez Esquivel. Ellos se basan en Santo Tomás de Aquino y sostienen que ‘la obra de la justicia será la paz’. Nosotros decimos que la paz será la justicia. Porque, ¿de qué vale la justicia si está disfrazada con jueces corruptos? Y para que haya paz deberán superarse las contradicciones que vive una sociedad en todo sentido. No podemos seguir creyendo, en el siglo XX que la guerra o la violencia no están entre nosotros porque simplemente no tenemos una bomba que nos esté por caer en la cabeza. La fuerza de la no violencia no es una concepción anémica y blandita. Es de empuje, de combate en la discusión de ideas y de movilización social. Como sucedió con el contravoto y ahora con la ley de opción. Y la alegría es el estilo con que se encara el objetivo. Con el recuerdo obsesivo de los fracasos se puede perder la fuerza en el camino. Creemos que la alegría es un movilizador en el combate de la violencia absurda”. En dos días de charlas, de hurgar archivos y hablar con los militantes puede llegar a comprender algo. Reflexionando llegué a comprobar, una vez más, lo desinformados que estuvimos durante tanto tiempo. Ellos hablaron de la prensa amarilla, del retaceo de espacio y la imposibilidad de un derecho a réplica. “Sólo hablaron de nosotros cuando la noticia era desfavorable”, ríe Mario Rodríguez. Y en las últimas elecciones, ¿dónde estuvo La Comunidad? “En los barrios, invitando a la gente a participar y a militar en los partidos y distintas corrientes políticas. Se repartían hojas explicando las plataformas y el sistema de voto. Mientras tanto el Departamento Jurídico preparaba el anteproyecto de la Ley de Opción, después de haber encuestado y estudiado las estadísticas que hablaban en contra de la obligatoriedad del servio militar. En mayo del ’83 ya estaba preparada la campaña”. El 56,6 por ciento de los encuestados expuso motivos laborales, el 13 por ciento destacó la contradicción del sistema jurídico que los obliga a servir en el Ejercito al mismo tiempo que los consideraba incapacitados para el comercio o para casarse; el 12 por ciento se opuso porque el servio militar posterga o desvía los estudios; un 5 por ciento utilizó razones similares pero respecto de la profesión. El restante 13,5 mantiene argumentaciones diversas entre las que aparecen problemas de conciencia, familiares y de crisis vital.

Lo cierto es que dos días después de las elecciones del 30 de octubre, aparecieron en las paredes de 30 ciudades argentinas 203.000 afiches que fueron pegados por los cinco mil integrantes de La Comunidad. “Este trabajo es nuestro aporte a la democracia porque vimos que el radicalismo busca la eliminación del servicio militar como objetivo grupal y el peronismo propone un servicio militar mixto. Por lo que parece, ambas fuerzas políticas tiene dificultades y nuestra campaña de firmas es exactamente un voto cantado por cada ciudadano. Y el anteproyecto de la Ley de Opción cumple con todos los requisitos legales. Al cerrar la campaña tendremos un millón de votos cantados. Un millón de voluntarios con nombre, apellido y número de documento. El 31 de diciembre, cuando termine, vamos a confirmar que somos la tercera fuerza social del país en ese hecho concreto. En 20 días reunimos 500 mil y cualquier cuestionamiento que se nos haga deberá estar acompañado por documentos y argumentaciones válidas. Porque aunque parezca simple los muchachos tienen una idea triste de la conscripción. Y debe ser por lo que cuentan los que saben, ¿o no?”

El slogan de La Comunidad es “la democracia empieza ahora”. Nosotras estuvimos en la vida intima, en los archivos, en la provincia natal de esta corriente de pensamiento pacifista. Concurrimos a las reuniones. Tratamos que todo el material reunido respondiera al afán de “democracia”. Quedan dudas y desconfianzas, escepticismos y desinformación. Pero también esperanzas. Y si ésta es una posición para llegar a ellas, vale “el pacifismo”. Hay permiso para ello. Silo dejó una pregunta flotando en mi mente. “¿Has visto en mi casita de Chacras puertas y vidrios blindados? ¿O perros custodios guardianes?”. No. Quiero empezar a creer o intentarlo.