Entrevista Revista Asi
Octubre de 1969

Silo, 31 años, mendocino, las paredes de Buenos Aires están pintadas con su nombre.
Muchos lo siguen y muchos se preguntan quién es, qué es.

Mientras alguno de sus seguidores lo considera un mesías, sus detractores lo tildan de embustero.
Mario Rodríguez, mas conocido como “Silo”, se considera un hombre común.
Tiene 31 años, vivió como ermitaño en la cordillera de los Andes, a 160 km de Mendoza, abandonó su retiro para difundir su pensamiento. Habló sobre sus ideas, su juventud, sus ambiciones y su futuro mientras arreglaba artefactos eléctricos.

Cristina Irala
Fotos: Mario Alessandrini

Se llama Mario Rodríguez y arregla enchufes, tocadiscos y enceradoras. Conversa manteniendo una sonrisa que al encenderse descubre una doble hilera de dientes enormes en una boca igualmente grande para ese rostro tan largo y afilado. No importa qué se le diga. No importa tampoco el tono en que se le hable. Sonreirá siempre. Indefectiblemente, así. Como si la persistencia de su gesto no necesitara de la paciencia para permanecer. Como si fuera agradable, simpático y encantador todo aquello que se le diga, o tal vez como si nada pudiera ser más importante que ese comprensivo gesto suyo.

-Sí. Yo soy Silo.

El nombre es corto, simple e insignificante, pero está en cada una de las paredes de la ciudad, en cualquiera de sus zócalos, sobre los cordones de las veredas, los azulejos de los baños públicos, la corteza de los árboles de las plazas repitiendo el misterioso mensaje. Nadie puede explicarse muy bien cómo comenzó todo, cómo pudieron perder lugar las inscripciones políticas, las solicitadas y los afiches publicitarios. El caso es que el nombre está en todas partes. Como si un sutil y laborioso fantasma de pintura negra protegiéndose con la noche se hubiera desatado sobre Buenos Aires para sellar en cada uno de sus rincones: Silo, Silo, Silo.

– ¿Qué quiere decir?

– Mis amigos me lo pusieron. Quiere decir “granjero del mundo”. Debe de ser porque este es un país agrícola-ganadero. ¿No?

Y ríe. Tiene el torso un poco corto, o las piernas tal vez exageradamente largas para su 1,80 de estatura. Vive en el departamento de unos amigos en el barrio de Palermo. Con sus compañeros es imposible hablar, rehuyen las respuestas. Un día antes sin embargo fueron ellos los que golpearon las puertas de las redacciones invitando a los cronistas a reportear a Rodríguez. Hubo una bomba y una conferencia en el hall del departamento.

– ¿Quién es usted?

– Un hombre común, como cualquier otro, con inclinaciones religiosas.

– ¿Un mesías?

– No.

– Un santo.

– No.

Sobre una mesa del comedor, en medio de un completo desorden, hay un pequeño librito. Se llama “Las enseñanzas de Silo”. En la tapa un pedacito de género color naranja. Adentro frases hablando de Silo como el nuevo y prometido mesías que restablecerá la paz del mundo.

– ¿Y esto?

Rodríguez rescata el ejemplar y lo guarda dentro de uno de los cuartos. Tras la puerta abierta puede verse dos elásticos sobre el suelo, unas mesas de colores y ropas desparramadas.

– Lo hicieron mis amigos.

– ¿Y usted qué opina?

– Estoy en desacuerdo. Sin embargo son libres de hacer lo que quieran.

– Usted está viviendo en la misma casa de las personas que lo fabricaron. ¿No es una forma de estar de acuerdo con el libro?

– No.

Una chica vestida con talhier rojo y cartera imitando cocodrilo es una de las responsables del libro.

– ¿Me lo da?

– ¿A qué?

– Al libro.

– No. Lo hicimos hace tiempo. No quedan más. Ese es el último.

– ¿Quién los financió?

– Fueron hechos pocos. Unos 500. Salieron poca plata.

– ¿Por qué la cinta naranja?

– Ellos opinan que es un color que representa a la vida, a la armonía.

La chica desaparece tras otra de las puertas. Silo queda hablando con la misma y comprensiva sonrisa. Cuenta de su reclusión en las montañas mendocinas y la construcción de su casa a 160 km de la ciudad.

– Me retiré allí, como cualquier persona puede retirarse en un week end. Estuve en ese lugar desde el primero de enero hasta el cuatro de mayo. Aunque abandoné varias veces el sitio para visitar a mis amigos chilenos.

– Pero, ¿por qué abandonó el lugar definitivamente?

– El cuatro de mayo subieron mis amigos pidiéndome que les revelara los descubrimientos interiores a los que había llegado en ese período de aislamiento. Di entonces una arenga pública.

– ¿Cuántas personas fueron?

– Más de 500 y menos de mil. Y hay que tener en cuenta que la temperatura en Punta de Vacas es de 10 grados bajo cero.

– ¿Qué quería conseguir por medio del aislamiento?

– Poner mis cosas interiores en orden. Las condiciones eran exteriormente más desafortunadas pero brindaban mejor condiciones para el trabajo interior.

Antes había intentado otra ex­periencia. Con 12 amigos alquilé un predio en El Arenal en San Pedro de Jujuy, donde realiza cul­tivos de maíz. Esta sociedad duró 9 meses.

– Después de ese período -te­niendo en cuenta nuestros descu­brimientos sobre métodos de pen­samientos- consideramos que ya habíamos cumplido esa etapa. Ca­da uno decidió separarse hacia dis­tintos puntos para continuar sus trabajos en forma individual.

– ¿Cuáles eran esos descubri­mientos?

Se quitó, un viejo reloj Movado y lo extendió sobre la mesa.

– Trate de seguir la aguja del segundero durante un minuto sin pensar en otra cosa que no sea la aguja.

– Pero eso no es nuevo. Ya los orientales seguían métodos de con­centración como este muchos si­glos antes…

– Lo importante no es que las verdades sean viejas, sino que sean verdades.

– ¿Cuáles son los fundamentos de su teoría?

– Buscar la armonía. Le voy a dar un ejemplo, la mayoría de los hombres piensan en la revolución, aman a su vecina y se dedican a correr carreras automovilísticas. Ese hombre no está integrado si­no disperso y disgregado. Si, por lo contrario, el hombre piensa, sien­te y actúa en una misma direc­ción llegará a una profunda armonización interior. El hombre debe estar preocupado en trascender.

– ¿Usted también ha dictado una suerte de mandamientos o de normas?

– No mentir, llevar la paz con uno o a los demás. Ser fiel.

– Si usted no es un maestro, ¿por qué está tan preocupado en dar arengas?

– Hablo porque me lo piden mis amigos.

– ¿Sirve de algo lo que les di­ce?

– De muy poco; pocos son los que están en condiciones…

– ¿Tendría entonces que hablar a recién nacidos?

– Sí, como a los que no se sien­ten triunfadores sino fracasados. Los que no están conformes.

– ¿Cómo fue que logró a su al­rededor tanto ruido?

– Ese es un fenómeno para que analicen los sociólogos y especia­listas. Realmente seis meses es poco tiempo para tanto ruido. No se que estará sucediendo en la conciencia de la gente que ha reaccionado así.

El 31 de este mes piensa volver a dirigir la palabra en público. El lugar elegido es Plaza Once. Anteriormente, intentos similares en Córdoba y Mendoza fracasaron por resolución policial.

– ¿De qué piensa hablar?

– De la no violencia y paz so­cial.

– ¿No es precisamente una forma de desencadenar la violencia en este momento hacer una concentración en Plaza Once?

– Existen autoridades pare pre­ver eso.

– ¿Cuáles serían las armas de esa no violencia?

– La denuncia pública, retirarse de toda organización o movimien­to político.

– ¿Es factible?

– Cuando se haga carne en la sociedad la necesidad de que sur­jan nuevos planteos.

Viste pantalón gris y camisa blanca desabrochada. Tiene la piel curtida por los soles y vientos de la montaña. Prepara café y ríe cuando el mismo se le quema.

– ¿De qué vive?

– Ahora haciendo arreglos eléctricos y con el resto de mis aho­rros como gerente de una alcoholera de Mendoza.

– ¿Tiene mujer?

– Prefiero reservarme la res­puesta.

– ¿Cómo se definiría?

– Soy similar a cualquiera que tiene por ejemplo inclinación por las artes plásticas o la astronáutica. Mi inclinación es el pensa­miento.

– ¿Las pequeñas cosas de la vi­da no tienen importancia para us­ted?

– Fumo negro, tomo mucho café, me río con un buen chiste. Alguna vez voy a un cine. Pero eso no es para mi importante.

Nació en Mendoza un día de Reyes de 1938. Su padre era geren­te de las Bodegas Giol, su madre profesora de música. Tiene dos hermanos mayores. Durante siete años asistió a un colegio religioso de Hermanos Maristas. También practicó gimnasia, esgrima, andinis­mo, entre otros deportes. Intentó con resultado desafortunado cursar la carrera de derecho. Ante el fraca­so estudió ciencias políticas. Tam­poco se graduó en esta disciplina.

– ¿Cuando adolescente qué vi­da hacia? ¿Similar a la de los jó­venes de su edad? ¿Bailaba?

– Fui a pocas fiestas y bailaba may mal.

– ¿Qué opinaban sus compañe­ros de entonces, de su forma de ser?

– Nada. Mis amigos tenían una forma de vivir y pensar similar a la mía. Por eso tal vez eran mis amigos.

Viajó a dedo hasta Colombia. Mas tarde visitó Europa. Resulta­do de esta última experiencia es la publicación de su primer libro, una obra teatral que tituló «Los naidistas». Después preparó la le­tra para una ópera decafónica «Arcano» y un tratado sobre la fenomenología de la angustia que denominó «La fuga».

– ¿Cree en Dios?

– Sí, como una fuerza supe­rior. Como regidor del universo.

– ¿Qué es lo que más desea?

– Que mi espíritu trascienda. Si se estimula la propia energía cuan­do se rompe uno como trasmisor la misma fuerza energética con­tinúa.

– ¿Y qué pasa entonces?

– Es imprevisible.

– ¿Qué es usted, un alucinado, un farsante o una persona sin­cera?

– Eso para mi no tiene ninguna importancia. Siempre hay gente que aplaude o critica.

Debajo de la taza de café hay una pequeña hoja en donde está abocetado el afiche que invitará a la próxima disertación.

– ¿Quién financiará eso?

– No se.

– ¿Usted que opina?

– Que no debería hacerse pro­moción y que vengan los que quie­ran.

– ¿Pero los carteles están aquí?

– Sí. Creo que nadie debe in­fluir sobre nadie y cada uno hacer lo que le parezca mejor.

– ¿No ha pensado usted en algún momento que lo utilizan?

– Sí. Por eso pueda o no ha­blar el 31 en Plaza Once abando­naré definitivamente las diserta­ciones públicas pare recluirme en el Sur para siempre.