El carpintero terminó su labor: contenido y forma guardaban esa precisa proporción que daba una obra de arte.

Tomó alguna distancia para observar de lejos la silla que había hecho con sus manos; recordó entonces aquél día que dejó atrás sus cosas y sus amigos, para ir a hacer aquello que él llamaba. “Hacer por lo menos una cosa bien en la vida”.

Después de hacer miles de sillas, esta era la perfecta; la había hecho y mientras… se hizo a sí mismo.

Para completar la obra denominó a cada pata con una palabra:

Atención 1; atención 2; atención 3; atención 4.

Con la primera comprendió el ensueño.

Con la segunda comprendió la identificación.

Con la tercera comprendió la ilusión.

Con la cuarta comprendió todo lo demás.

Él supo que esta sociedad nos quiere hacer tragar un cubo indigerible, al que le llama: dinero-sexo-prestigio-violencia.

Y por supuesto, él no se interesó.

Está seguro de haber atravesado la tontería y la contradicción.

Había hecho su labor porque quiso, sin perseguir premios ni victorias; su obra fue un fin en sí mismo, por esto liberación.

Ahora estaba más allá del éxito y del fracaso, del verano y del invierno.

Saludó a uno por uno de sus colaboradores y se marchó; al llegar al umbral se dio vuelta y comentó: “Luz es fuerza, mediten de a dos (o de a más)”.