Llegamos por fin a los “excelentes desgastadores del alma”. Estos son los que se llevan, nadie sabe para qué, toda la energía. El fantaseo, el reemplazo de unos por otros, el titilar de su intensidad y frecuencia, consumen la energía que podría ir a procesos superiores. Hay quien dice por alguna razón que los “ensueños son alimentos para la Luna”, cosa rara pero simpática, y útil además, por ser así una especie de “despertador cósmico”, ya que ver la Luna y pensar que nos está “embuchando”, le ocasiona a uno cierta sensación de desagrado y para contrarrestar la nefasta acción del “trogoautoegócrata”, no queda otra que autoobservarse con intensidad. Además la Luna aparece en las horas nocturnas, que son la más ensoñativas. El cuentecito es sugerente, pero solo de utilidad a nivel de asociación óptica, asociar el proyecto de autoconciencia con ver la Luna, es una regla mnemotécnica como la de atarse un hilo al dedo o cambiar el reloj de mano. Es buena referencia para autoobservarse en los casos que uno se descuida.

El divagar se expresa en otros centros y corporalmente. Los centros se alteran y se dan los tics, charlas abrumadoras, risas histéricas, oscurantismos internos, pesadillas nocturnas etc. Y es curioso cómo hay gente que con estos líos internos, se vuelven “puristas” y quieren perfeccionar el detalle sin mamar el contexto. Así se bañan seguido para “purificarse”, o les molesta el “pelo en la sopa”, o la coma del discurso. Este purismo evidencia un im-purismo de alma y de fondo bastante regular.

Hay ensueños groseros y más sutiles, pero ensueños al fin. Cuando la atención no puede con ellos, es que la fuga se impuso; mientras que cuando puede con ellos la autoconciencia está cerca.