Si todo lo expuesto es aproximadamente cierto, nos será suficiente como para comprender simultáneamente su versión social.
Ya vimos que si todos nosotros, divagamos, los héroes actuales divagan y así “El arte de conducir al pueblo”, que es la ciencia política, se transforma en “El show de engañar al pueblo” y también comprendemos, que si nosotros podemos esforzarnos en superarnos a otros estados superiores de conciencia, también pueden hacerlo desde el más al menos importante dirigente popular; ¿o no?. Es así que buenamente podemos hacer extensiva esta exhortación a despertar, a todos los campos de las actividades humanas, sea la política, el arte, la ciencia o la religión; ¿o alguien lo impide?; ¿quién ha dicho que las experiencias trascendentales se hacen en jardines silenciosos y sin tocar la vida cotidiana?; ¿o es que acaso en defecto, estos ámbitos tienen un «mundo aparte» para que no goce de los beneficios de la luz meditativa?.
Amigos, según parece, extender la práctica del despertar, de la no-violencia y de la hermandad, es uno de los primeros pasos decidida y humildemente revolucionarios. No tiene que quedar ningún rincón del universo sin tocarse en acto de despertar (y no se trata de una alegoría), sin que la Sociedad o la Cultura se enteren que también para ellas es necesario despertar, y que cuando menos, mal no les va a venir.
Por ley de estructura (nada se da aislado, sino en relaciones dinámicas dentro de ámbitos condicionantes) se entiende el ensueño estructuradamente con el resto de las tareas humanas y en recíproca dinámica. O sea, el ensueño condiciona mi vida, mi vida se proyecta fuera de mí (al otro y al contorno) condicionando mi mi exterioridad y retornando el acondicionamiento a casa. Y entonces, ¿dónde está mi libertad?; en alguna parte, ya veremos.
Enumeremos una cantidad de acondicionamientos cotidianos; el tipo de vestimenta, la moda que presiona con sus cambios; el transporte y sus implicaciones; todos los “utensilios que aparecen como necesarios en el mercado de consumo”; la vivienda , su disposición y normas; la ciudad y sus particularismos. Estos acondicionamientos tangibles se combinan con otros menos tangibles pero no menos pesados: la presión de los prestigios de la moda, los chismes del vecindario, los libros que “hay” que leer, las películas que ver, los programas de TV, las noticias de periódicos, los horarios de trabajo y estudio. También las normas, costumbres y usos culturales; “que esto está bien, que esto no”, las presiones familiares, en definitiva las creencias del ambiente: es decir, nos condiciona todo. Y por si fuera poco aparece la salvadora política moderna: inestabilidad ministerial, alza y baja de precios, aumentos y rebajas, que la bolsa, que la “ideología”, que las divisionistas campañas de “derecha y de izquierda”, que las monarquías, que el proletariado; en total, que la fragilidad del sistema de moda tampoco me deja vivir en paz (observemos como esto de la moda y sus cambios, nada tiene que ver con la “superación de lo viejo por lo nuevo” – que es un principio de esencias – está directamente conectado con el paisaje de ensueños inestables desgastados por los nuevos, “más modernos”).
Es decir, a mí me condiciona todo y yo acondiciono también. Pero lo que más me preocupa es que no puedo creer en los planteos externos, porque no se detrás de eso, en qué dirección ensueña. No se le puede creer, ni tomar en serio, a un señor que para en la tarima y empieza a cantar odas prometedoras al proletariado, porque no estoy seguro de que no ensueñe con “el cadillac en la puerta” y tampoco me convence el pobre obrero que llora su pan porque no se hasta que punto mantiene ensueños de resentimientos contra la oligarquía, que más tarde desencadenará en violencias ingobernables. El líder que mitifica y se deja idolatrar, tampoco aparece como solución posible. Es decir, yo desconfío, y a esto me ha llevado el Sistema, que mantiene esta política divisionista de desconfianza, para que uno no ame al prójimo, y pueda salir de allí una fuerza unificada, de consecuencias definitorias en cuanto hace a separar la ilusión de la verdad en esencia.
Cuando antes dije ¿dónde está mi libertad?, no lo sabía, pero ahora si. Ahora se que comenzar a separar el ensueño de las enseñanzas permanentes, tanto en lo personal como en lo social me ayudará a entenderme y a entender, y ayudar a los demás con ésto. Ahora se que si se supone que hay que llenar el poder, puedo optar por proponer vaciar el poder para que luego salga a la luz el bagaje de necesidades que debemos atender, matando el deseo inauténtico de los éxitos de la sociedad de consumo.
Ahora se, que fomentar la confiabilidad entre la gente disipa el velo separatista y facilita la conjunción de fuerzas. Ahora sé que si queda en manos de minorías el control político nadie se entera de nada; y opuestamente lo que conviene es una tarea de esclarecimiento a la masa popular. Ahora sé, que no puede quedar en manos de un ministerio la tarea inmensa de salvar la economía nacional, por ej., que es más bien un problema de todos y que se puede resolver con grandes y ordenadas asambleas, con estudiantes, profesores y especialistas o simples interesados en la materia, para arribar a soluciones valederas, ya que si “el todo” decide “por las partes” no hay garantías de concientización general y si aumento de espectativas falsas. Ahora si sé, que tampoco tengo que confiar en mi personalidad frágil y ensoñativa, ni tampoco debo confiar en las exaltaciones personalistas de los propagandeados dirigentes, ya que son los problemas a resolver lo importante y no la sonrisa de un señor que saluda y firma papeles. Si bien un hombre en un momento, puede orientar por su lucidez los destinos populares, es su esencia la que cuenta, como lo es la mía la que importa. También sé que ayuda más una campaña de comprensión profunda que un juntavotos largando promesas. Y que una coalición de fuerzas revolucionarias organizadas en son de paz (no de demagogia), hacen más que la cuarteada configuración de ejércitos anónimos; esto lo veo por mí, ya que mi atomización (en ensueños, deseos, intereses, etc.) me mantiene en una inoperante intimidad, y no en una permanente realización personal, y si esto me ocurre a mí, qué no les ocurrirá a los ejércitos “revolucionarios” modernos?. Lo vea por donde lo vea, la cuestión se arregla por la vía de simuntaneidad, por la plurivalencia de actos renovadores: en mí, en tí, en el otro, en el contorno y en lo que se ponga por medio.
Finalmente compruebo que enfoque por donde sea este asunto, una premisa es definitiva: trabajar sin violencia (esto es difícil, porque por todos los sentidos me meten la violencia, si voy al cine a esparcirme: tiros; si leo el periódico: mazazos, gases y tumbas; si hablo con mis compañeros igual; cárceles y hostigamientos) tanto en el campo sicológico, religioso, económico o racial y físico, ya que si hago violencia soy un funcionario más del Sistema, “ad honorem” o con sueldo.