En este ciclo se trabaja sobre la función emotiva, ejecutando prácticas de concomitancia y autoobservación. Se continúa el entrenamiento de proyección y de tonicidad muscular.

Este último ciclo es notoriamente el más difícil. En cierto sentido, es el escalón iniciático, porque encierra pruebas difíciles de sobrellevar.

De todas maneras, quién no supere esto, no podrá exigir entrenamiento de nivel superior.  En el presente ciclo, antes de iniciar cada reunión, Epónimo leerá el temario que le corresponda. De este modo, los coetáneos quedan advertidos de lo que puede sucederles.

Desde luego, quién se aleja antes de comenzar cada reunión no sabrá que pasó en ella, dado que en la lectura de los temarios se incluyen puntos falsos.

Pero es necesario dar ciertas explicaciones.

Este último ciclo no está organizado con estas dificultades sólo por fines de selección o de ocultamiento de pasos posteriores. Existen razones rigurosamente técnicas que veremos enseguida.

En otros ciclos se han efectuado pruebas de cambios emotivos, pero de un modo exclusivamente intelectual. Digamos que se trabajó con falsas emociones. Prueba de esto, es que a esos cambios emotivos no correspondieron cambios en la actitud corporal, cosa que siempre sucede con las verdaderas emociones.

Por otra parte, la práctica sobre funciones motrices e intelectuales se han hecho poniendo en juego mecanismos aislados de comportamiento.

El entrenamiento de la función emotiva debe conmover y arrastrar a toda la personalidad.

La emoción se manifiesta de un modo sintético, a diferencia de la motricidad (que es de tipo diferencial) y el intelecto (que es de tipo complementario) siendo así, pone en juego la estructura total de la personalidad.

En los dos ciclos anteriores, los coetáneos se guían con mayor o menor intensidad las prácticas, según fuera el grado de interés que aplicaran. Aquí, quiérase o no, las emociones se disparan de un modo reactivo y casi siempre como mecanismo de defensa.

Hemos de distinguir, sin embargo, entre los ejercicios de: “concomitancias emotivas” que están reguladas desde el exterior, aunque cada uno tenga oportunidad de atender y estudiar aquello que le está pasando.

Tomemos como ejemplo de emoción al miedo. Si se deja por cuenta del sujeto la producción intelectual de tal estado podrá dirigir sus imágenes en el sentido de los recuerdos o de situaciones más o menos pavorosas, opresivas, etc.

Si al mismo sujeto se lo arroja desde gran altura, aún a pesar suyo los mecanismos emotivos se disparan como acto defensivo de la personalidad.

La emoción trata de modificar el “Yo” para a través de él modificar las circunstancia opresiva (en el caso de emociones negativas,) o para atrapar sintéticamente las circunstancias y los objetos placenteros (en el caso de emociones positivas).

Así es que las emociones, en general, se manifiestan externamente de un modo “ritual” diríamos (gritos, risas, llantos, cambios de color y de tono muscular, exaltaciones, degradaciones y ocultamientos corporales, etc.).

De cualquier modo, la personalidad emocionada trata siempre de modificarse para de esta forma, modificar sintéticamente la realidad.

La experimentación metódica de procesos emotivos negativos dará a los coetáneos la verdadera dimensión de su libertad o de su determinación de mecanismos que no controla.

Aquí se verá claramente si corresponde el planteo humanista de la “libertad” y de la “elección” o si aquel otro que enseña a considerar al hombre como un nudo de relaciones, como estructura de funciones, como mecanismo al cual todo le pasa y nada elige.

El hombre podrá hablar de libertad y de elección únicamente cuando conozca su grado de determinación, en él mismo y en el contorno que lo oprime. Primero tendrá que conocerse sin justificar hipócritamente su estructura animal y su bajeza.

Luego, cuando se conozca y conozca aquello que le impide subir, tendrá que ganar en libertad.

Quienes crean que tienen algo que perder, es decir, aquellos que desean conservarse como actualmente son, no tiene cabida aquí y se equivocan si continúan.