Así habló Apsu a Tiamat, la resplandeciente. De tal manera fue dicho esto que Tiamat enfurecida se puso a gritar: “Vamos a destruir a esos revoltosos así podremos dormir”. Y ella estaba rabiosa y se agitaba dando grandes voces. Fue de ese modo que uno de los dioses, Ea, comprendiendo el designio destructivo extendió sobre las aguas un encantamiento. Y con él dejó profundamente dormido a Apsu (tal era su deseo), atándolo con cadenas. Finalmente lo mató, desgarró su cuerpo y sobre él estableció su morada. Allí vivió Ea con su esposa Damkina hasta que de esa unión nació Marduk.
El corazón de Ea se exaltó al ver la perfección de su hijo, rematada por su doble cabeza divina. La voz del niño ardía en llamaradas, mientras sus cuatro ojos y sus cuatro oídos escudriñaban todas las cosas. Su cuerpo enorme y sus miembros incomprensibles estaban bañados por un fulgor que era fuerte en extremo cuando los relámpagos se arremolinaban sobre él.