Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado y en lo bajo la tierra no había sido mencionada, del Abismo y la Impetuosidad se mezclaron las aguas. Ni los dioses, ni las marismas, ni los juncales existían. En ese caos fueron engendradas dos serpientes que durante mucho tiempo crecieron en tamaño dando lugar a los horizontes marinos y terrestres. Ellos separaron los espacios, ellos fueron los límites de los cielos y la tierra. De esos límites nacieron los grandes dioses que se fueron agrupando en distintas partes de lo que era el mundo. Y estas divinidades siguieron engendrando, perturbando así a los grandes formadores del caos original. Entonces, el abismal Apsu se dirigió a su esposa Tiamat, madre de las aguas oceánicas y le dijo: “El proceder de los dioses me es insoportable, su jolgorio no me deja dormir, ellos se revuelven por su cuenta siendo que nosotros no hemos fijado ningún destino”.