Las formas de la belleza y el horror.(23)
¿Por qué los dioses habrían de conceder sus dones a la súplica de los insignificantes mortales? ¿Por qué tan grandes seres pueden interesarse en la marcha de los breves asuntos, en las reyertas y las penas, en las esperanzas y las devociones? ¿Es que tan enormes poderes están asignados a una pequeña región del insondable Universo; es que en cada punto en que brilla una estrella danzan otros dioses de los que jamás aquí se han conocido sus destinos? Sea como fuere, los dioses más cercanos andan entre nosotros y se transforman para que podamos verlos. También se encarnan en mortales y en sus mil avatares recorren la existencia. Los antiguos padres dijeron que gracias a las oblaciones y a nuestra recta acción los dioses aumentan su poder. Esto explica que a menudo de ellos recibamos favores y que una y otra vez tomen partido por una causa justa como retribución a la fuerza que les damos. Opuestamente, los oscuros demonios desean crecer alimentándose con la naturaleza torcida de las cosas y, creciendo, pretenden oscurecer al mismo cielo. Los grandes poderes ayudan también a lo pequeño, creado luminosamente, porque aún en lo pequeño está su propia esencia. No es extraño que una pócima, casi inapresable por el ojo, nos derrumbe si en ella está el veneno o nos levante si en ella está la curación; así ocurre con la pócima de las acciones humanas ofrecida a los bondadosos dioses.
Pero alguna vez los ojos han podido ver, si es que tal cosa en verdad puede verse con los ojos del cuerpo, al gran dios del Todo. Así apareció ante Arjuna(24)en su forma augusta y suprema…
Con infinitas cabezas plagadas de ojos y bocas, cubierto con vestiduras refulgentes y armado con todas las armas divinas se presentó la Divinidad. Arjuna contempló por instantes los numerosos miembros del Cosmos. Fue tal vez una explosión de colores brillantes hasta el dolor, tal vez un rugido inmenso que atronó los espacios. Pero en ese breve instante el Señor se mostró en su infinita diversidad y fue virando hasta formas inconcebibles y monstruosas. Todos los poderes del mundo eran triturados en las feroces mandíbulas, todo lo existente se disolvía separándose de sí mismo a inconcebibles velocidades. Entonces Arjuna espantado alcanzó a pensar (porque ni las palabras ni los músculos respondían a su voluntad), alcanzóa invocar: “Muéstrate Señor en una forma cercana. Ansío verte coronado con la tiara y empuñando la maza y el disco. Asume de nuevo tu forma de cuatro brazos y preséntate, mi señor Krishna, con la atrayente figura humana que devuelva a mi corazón la vida y a mi mente la cordura”.(25)
El viejo libro de Skanda Purana cuenta que un demonio llamado Durg, habiendo hecho sacrificios para propiciar a Brahma, recibió de éste su bendición. Con tal poder, desalojó a los dioses del cielo y enviándolos a los bosques los obligó a que lo reverenciaran inclinando la cabeza en su presencia. Luego abolió las ceremonias religiosas y los dioses debilitados por esto, discutieron una posible solución al trance en el que estaban atrapados. Ganesa (hijo de Shiva y de Parvati), sabio protector de los emprendimientos humanos, meneando su cabeza de elefante agitó los cuatro brazos y sugirió que era del todo necesario llegar hasta sus padres. De inmediato se designó al rey mono Hanuman, el astuto y veloz conquistador de territorios, para que llegando al Himalaya entregara la súplica a la pareja celestial… Y allí en las alturas, ésta meditaba en unión amorosa, en armonía y paz. Hanuman explicó sus motivos. Entonces Shiva, apiadado por las dificultades que sufrían los jóvenes dioses pidió a la delicada Parvati que se encargara del problema. Parvati, en primer término, tranquilizó a Hanuman y luego envió a La Noche para que en su nombre exigiera al demonio restablecer el orden en los mundos. Pero Durg, inundado de furor mandó prender a La Noche y al gritar la orden, con el aliento de su voz quemó a sus propios soldados. Recuperado despachó a sus esbirros, mas La Noche escapando buscó refugio en su protectora. En la más grande oscuridad, Durg encendido de ira subió a su carro de combate. Un ejército de gigantes, caballos alados, elefantes y hombres se recortó fulgurante y rojizo contra las nieves eternas del Himalaya. Con horroroso estruendo la atrevida invasión pisó los sagrados dominios de Parvati, pero ella con grácil movimiento blandió en sus cuatro brazos las mortíferas armas de los dioses. Entonces ocurrió que las tropas del arrogante Durg dispararon sus flechas contra la impasible figura que de pie en el Himalaya se destacaba a gran distancia. Tan tupida era la lluvia de dardos que asemejaba una cortina de gotas de agua en la fuerte tormenta. Pero ella frenó el ataque con sus invisibles escudos. Los agresores partiendo árboles y montes los arrojaban en contra de la diosa… Hasta que ésta respondió. Al lanzar una sola de sus armas se escuchó un silbido aterrador; los caballos alados relinchaban al ser arrastrados por el huracán que seguía a la lanza de Parvati. Pronto su aguijón arrancó los brazos de miles de gigantes mientras crujían en espantoso impacto cuadrúpedos y cabalgadores. Flechas, estacas, mazas y picas que Durg lanzaba, la diosa repelía en fragmentos que destrozaban a los invasores más cercanos. Durg, entonces, asumiendo la forma de un elefante enorme arremetió contra Parvati, pero ella enlazó las patas de la bestia y con sus uñas de cimitarra la cortó en pedazos. De la sangre caída emergió un abominable búfalo que al lanzar su embestida quedó ensartado en el tridente de Parvati. Huyendo malherido, Durg tomó entonces su verdadera forma pero ya la diosa lo había levantado por el aire y al estrellarlo contra el suelo la tierra retumbó con voz de trueno. De inmediato Parvati hundió un brazo en las fauces del demonio y por ellas retiró las palpitantes vísceras. Implacable, en poderoso abrazo hizo que el cuerpo expulsara la sangre a borbotones al tiempo que la sorbía hasta agotarla. Por último, para que Durg no renaciera devoró sus restos y juntando los huesos los presionó tan fuertemente en una mano que reducidos a polvo se incendiaron. Y al aflojar los dedos, el viento helado de las cumbres sólo llevó como recuerdo una minúscula mota de ceniza. Luego, recibió las ofrendas de los dioses y presurosa regresó junto a su amado Shiva. Así, bellísima y tierna, se cobijó con él en la más suave música y en el más delicado resplandor de la inmortalidad.