Utnapishtim sometió a Gilgamesh a una prueba. Este debía tratar de no dormir durante seis días y siete noches. Pero en cuanto el héroe se sentó sobre sus talones una niebla desmadejada de la lana del sueño cayó sobre él. “¡Míralo, mira a quien busca la inmortalidad!”, así dijo El Lejano a su mujer. Despertando, Gilgamesh se quejó amargamente por el fracaso: “ ¿Adónde iré? La muerte está en todos mis caminos”. Utnapishtim, contrariado, ordenó al barquero que al hombre regresara pero no sin piedad por él decretó que sus vestiduras jamás envejecieran, así nuevamente en su patria habría de lucir espléndido a los ojos mortales. Al despedirse, El Lejano susurró:“ Hay en el fondo de las aguas un licio espinoso que puede desgarrar tus manos, pero si te apoderas de él y lo conservas junto a ti podrás ser inmortal”.

Gilgamesh entró en las aguas atando a sus pies pesadas piedras. Se apoderó de la planta y emprendió el regreso mientras se dijo a sí mismo: “Con ella daré de comer a mi pueblo y yo también habré de recuperar mi juventud”. Luego caminó horas y dobles horas dentro de la obscuridad de la montaña hasta franquear la puerta del mundo. Después de esos trabajos vio una fuente y se bañó, pero una serpiente salida de las profundidades arrebató la planta y fue a sumergirse fuera del alcance de Gilgamesh.(4)

Así volvió el mortal con las manos vacías, con el corazón vacío. Así volvió a Uruk la bien cercada. Y así se cumplió el mandato de los dioses. ¡Con el pan homenajeamos al Guardián de la Puerta, con el pan pedimos al dios-serpiente, señor del Arbol de la Vida. Con el pan agradamos  a Dumuzi el pastor que hace fértil a la tierra!.(5)

Aquél que todo lo supo y que entendió el fondo de las cosas, aquél que todo lo vio y todo lo enseñó, aquél que conoció los países del mundo, aquél fue el grandioso Gilgamesh. El construyó los muros de Uruk, emprendió un largo viaje y supo todo lo que ocurrió antes del Diluvio. Al regresar grabó todas sus proezas en una estela.