Luego de reforzar la prisión de sus enemigos y de sellar y sujetar a su pecho las Tabletas del Destino, el Señor volvió sobre el cuerpo de Tiamat. Despiadadamente aplastó su cráneo con la maza, separó los conductos de su sangre que el huracán llevó a lugares secretos, y al ver la carne monstruosa concibió ideas artísticas. Así es que cortó a lo largo el cadáver como si fuera un pescado, levantando a una de sus partes hasta lo alto del cielo. Allí la encerró y colocó un guardián para que impidiera la salida de las aguas. Luego atravesando los espacios inspeccionó las regiones y midiendo el abismo estableció su morada sobre él. Así creó los cielos y la tierra y estableció sus límites. Entonces, construyó casas para los dioses iluminándolas con estrellas.

Después de hacer el año, determinó en él doce meses por medio de sus figuras(6). A éstas las dividió hasta precisar los días. A los costados reforzó los cerrojos de izquierda y de derecha, poniendo entre ambos el zenit. Destacó a Samash(7) la partición del día y la noche y puso la brillante estrella de su arco(8) para mirada de todos. Encargó a Nebiru(9) la división de las dos secciones celestes al norte y al sur. En medio de la obscuridad encomendó a Sin iluminar, ordenando los días y las noches. Y así le habló el Señor: “Todos los meses tomarás tu corona plenamente. Durante seis días mostrarás los cuernos y al séptimo serás media corona. A los catorce días cuando Samash  te alcance en el horizonte disminuirás la corona menguando su luz. Así te irás aproximando y alejando del sol pero en el día veintinueve te pondrás nuevamente en oposición a él”.(10)

Después, volviéndose hacia Tiamat, tomó su saliva y con ella formó las nubes. Con su cabeza produjo los montes y de sus ojos hizo fluir el Tigris y el Éufrates. Finalmente, de sus ubres creó las grandes montañas y perforó los manantiales para que los pozos dieran agua.

Finalmente, Marduk solidificó el suelo levantando su lujosa morada y su templo, ofreciéndolos a los dioses para que se alojaran allí cuando concurrieran a las asambleas en las que debían fijar los destinos del mundo. Por consiguiente, a estas construcciones les llamó «Babilonia», que quiere decir “la casa de los grandes dioses”.(11)