Este paso provoca la sensación de una suerte de salto mortal hacia afuera. Aparentemente, es ilegítimo dentro del desarrollo metódico llevado hasta él. Se observa que, aunque los fenómenos internos sean diversos, están encadenados en estructura. Volviendo al nivel de simple percepción, vemos que también ella es estructurada por la conciencia. Y observando que conciencias distintas obtienen, indubitablemente, por estos mismos pasos que hemos estado haciendo, la misma conclusión de estructuralidad de la conciencia (no obstante la diversidad de los fenómenos particulares), podemos inferir que el problema de la intersubjetividad puede resolverse por vía estructural. De modo que la intersubjetividad se resuelve a nivel esencial, diríamos, y no a nivel de contingencias fenoménicas, aunque éstas (variables como son) nos permiten obtener los datos que luego pueden ser reducidos. La identidad es lo permanente y la diversidad es lo variable. La relación de la conciencia con el mundo, es inicialmente variable y contingente, pero en última reducción, también los fenómenos aparecen encadenados en estructura. En definitiva: descubrimos que la conciencia aparece como el acto del «mundo» y el «mundo» como objeto de la conciencia. Así pues, la intersubjetividad y la relación con el mundo, pueden ser comprendidas a nivel de esencias o ideas esenciales. La estructura esencial «conciencia-mundo» es permanente. Bajando de nivel y muy rápidamente, digamos que «conciencia» y «mundo» se identifican estructuralmente y que no es legítimo establecer dicotomías, sino entender que se trata de una misma realidad.