Cuando en épocas de crisis como la actual, el sistema de valores que fundamenta una sociedad pierde sentido, cuando toda la estructura social se revoluciona desde el modo de producción a las relaciones de producción, cuando la dialéctica de clases se intensifica, cuando la dialéctica generacional se abre paso, cuando el quehacer cotidiano se enrarece y carece de racionalidad, cuando la sensación de asfixia general y particular se hace evidente, suele ocurrir el fenómeno de «fuga» social.

La «fuga» social se expresa en la ritualización de elementos periféricos y que no hacen a lo esencial de la actividad humana. Se ritualiza el deporte, el sexo, el juego, la moda, la música. Todos esos elementos cobran el valor de fetiche, como si en ellos estuviera el poder de resolver conflictos internos. Toda la época se hace fuertemente mesiánica y las teorías salvacionistas cunden. Se desentierran viejos mitos y se los adapta al momento. Se deposita fe ciega en hombres tan fugados como el resto, pero que aparecen nimbados de una propiedad difícil de definir. Esta propiedad de difícil definición es, precisamente, la que identifica al fetiche como tal. Se experimenta en su presencia la difusa sensación de que él tiene el poder de resolver situaciones angustiosas. Se trate del juego, de un líder, de un maestro espiritual, de un sistema mágico, aun científico (en este plano es indiferente), se trate del objeto de status, o de un disco volador, todas esas entidades se aparecen como insinuadoras de la salvación que busca la conciencia en fuga.

En esos curiosos momentos históricos, podemos decir sin equivocarnos que la superchería cunde y se justifica de mil maneras diferentes. Ya los extraterrestres dejan de ser una hipótesis más o menos probable, para convertirse en nietos de los ángeles que se adelantan como embajada de la divinidad… (RISAS)… Observen en algunos, o en ustedes mismos, por encima de la hojarasca científica con que explican el fenómeno, el trasfondo más o menos místico que lo nimba. Estudien en los seguidores de un caudillo o de un partido, la irracionalidad beatífica con más fuerzas que la argumentación lógica. A veces y para completar el cuadro, ese caudillo se rodea de astrólogos y ese partido de una mística infalible…(RISAS)…

Si dada la situación de urgencia la solución de los males es buscada externamente, entonces los fetiches son también externos. Si por el contrario el conflicto se experimenta como propio y personal, los fetiches son internos. En este último caso se prepara el terreno para la droga, las disciplinas místicas y el ejercicio de las diversas formas de autohipnosis.

En ambos casos la conciencia no está en condiciones de estudiar los problemas que se presentan, sino que tiende a superarlos sin resolverlos mediante la relación con el fetiche. A este estado de conciencia, como ustedes saben, lo designamos «conciencia emocionada». Es totalmente inútil tratar de explicar a alguien que se encuentra en esa situación, qué está sucediendo en su conciencia. Cualquier argumentación racional que se le trate de presentar será fácilmente descartada y, a la vez, reinterpretada de un modo singular, pero sin atender a ella en profundidad.

Veamos ahora: si lo que venimos expresando encuentra en alguno de ustedes esa barrera de la conciencia emocionada, las explicaciones que se den no podrán ser captadas razonablemente… ¿No están algunos discutiendo internamente lo que decimos, en lugar de tratar de entenderlo? Avancemos un poco.

¿Han observado que cuando en ustedes existe alguno de esos fetiches, todas o muchas de sus actividades, tienden a girar en torno a él? ¿Que ese fetiche se constituye en una suerte de centro de gravedad artificial? ¿Y que el desgaste de esa fe hacia él, a la larga, deja finalmente la experiencia de un amargo vacío? ¿No han comprobado que la pérdida de fe se experimenta como desilusión?

Pues bien, lo que sucede a nivel social en épocas críticas, sucede cotidianamente en la conciencia de todo ser humano. Que en estas épocas ciertos fenómenos se acentúen, no excluye que en todo momento la mente humana ritualice, proyecte y se ilusione.

Todos conocerán por propia experiencia, esa sucesión de imágenes de la vida cotidiana, en el momento en que un estímulo externo la desencadena. El fantaseo o «el soñar despierto»; no es un fenómeno raro, sino que es normal y corresponde al estado de vigilia ordinaria. Normalmente, en esas imágenes, puede descubrirse un tono común a todas ellas: un mismo transfondo emotivo. Particularmente en situaciones opresivas o de cansancio, estas imágenes tienden a fortalecerse. Ahora bien, si los mencionados ensueños cuentan con tal vigor como para ocultar y superponerse a la realidad (y esto es cosa de todos los días), ¿qué no habrá de suceder cuando un determinado ensueño se fija y fortalece hasta tal punto que las actividades personales y los íntimos deseos quedan, directamente, ligados a él?

No creo que se les escape la relación entre las ilusiones sociales que fetichizan determinados objetos y los simples ensueños cotidianos. En ellos dos, existe en función el mismo mecanismo de fuga y de transfondo emocionado.

Profundicemos otro poco. Habrán diferenciado los simples y ocasionales ensueños que no se repiten, de aquellos otros que aparecen frecuentemente y que, en ocasiones, pueblan hasta el mismo sueño nocturno. Estos son de mayor importancia que los primeros por la fijeza que los caracteriza.

Algunos buenos observadores habrán captado que el deseo de realizar determinados ensueños de ese tipo ha orientado en ocasiones una pretendida vocación que luego fracasó. Aspiraciones que no pudieron ser cumplidas, actividades que se frustraron al desgastarse su motivación. No es éste el momento adecuado para intentar una explicación del mecanismo de los ensueños, pero, a mi ver, deberían tenerse muy en cuenta sus realidades personales y su proyección social y advertir que hasta podría esbozarse una descripción conductual en base a la actividad del ensueño.

Cuando en otra ocasión hemos dicho que nuestra doctrina es para los fracasados y no para los triunfadores, hemos aludido precisamente a ese punto central. Aquellos que están ilusionados en sus fetiches salvacionistas (sean sociales o personales), aquellos que tienen una fe, o los que creen que poseen y no han fracasado en sus expectativas, poco pueden comprender de esto que se está explicando. No se trata por cierto de crear una desilusión artificial, tan falsa como su opuesta, se trata de atender a una necesidad vital muy profunda, que no puede ser saciada por los falsos ídolos, tengan éstos el signo que tengan.

Examínense internamente y comprobarán que de nada puede servirles lo que aquí se transmite si sus ensueños están lanzados en una dirección opuesta. Verán qué fácil es montar superestructuras que bloqueen estos planteos. Si nosotros insistimos en lo mismo y nos abrimos paso comprobarán algo muy curioso, esto es; que empezará a movilizarse un mecanismo de malentendido. Y en la medida en que avancemos en nuestra acción, obtendremos una reacción proporcional. Entonces, el espectáculo será completo, porque se elaborarán imágenes totalmente irracionales para combatirnos, que corresponderán exactamente a lo opuesto de las expectativas sociales y personales. Esto es muy interesante, pero debemos reexplicar lo anterior, desde otro punto de vista para su mejor comprensión.

Cualquier místico consultado nos dirá que «la realidad es ilusoria». Pero no sabrá explicarnos exactamente si se trata de: la realidad de la cosa en sí o si es que la visión de la realidad es la que está distorsionada.

Ya el señor Buda (que tiene que ver mucho con el origen de estas complicaciones) explicó que los seres contemplan el fenómeno que les corrompe la mente; que la mente se turba a causa de los objetos y la percepción se vuelve variable y queda a merced de las variaciones externas; pero, al mismo tiempo, indicó que había que aprender a ver las cosas en su esencial carácter, como si todo fenómeno estuviera oculto por un velo. La naturaleza de este velo se aposentaba, en ocasiones en el fenómeno y en ocasiones en la mente. Él mismo destacó que la naturaleza de la visión inteligente no pertenece a la causa ni a la condición. A ningún fenómeno, y sin embargo, reúne a todos los fenómenos. Finalmente que la percepción trascendental a causas y condiciones era la pura realidad. La percepción simple y cotidiana distorsionaba el mundo, y aquella que se tiene simultáneamente conciencia de la percepción, era la trascendental percepción. Distinguió por la manifestación de sus actividades, dos tipos de mente: la experimental primeramente mencionada y la intrínseca o trascendental.

El señor Jesús y otros tantos explicaron la necesidad de despertar y de velar, poniendo especial atención en la falsedad de las apariencias. Mil seiscientos años después, en Occidente, la duda sobre la exactitud de la percepción revolucionó el campo del conocimiento. En ese momento se tomó como indubitable, únicamente, el acto inmediato del pensar y no el objeto que se aparecía a la percepción. Finalmente, y ya en tiempos contemporáneos, se decidió (luego de admitir la contingencia del fenómeno de percepción) «volver a las cosas mismas». Pero luego de reducciones fenomenológicas que nos ponían en presencia de un nivel de ideas trascendentales.