Hace tres años tuvimos en este país (*) el privilegio de hablar públicamente durante cuarenta y cinco minutos. En efecto, aquellos cuarenta y cinco minutos que muchos de ustedes recordarán, pudieron desarrollarse en plena alta montaña y en las condiciones climáticas y de vías de comunicación más desfavorables. De todas maneras (y aunque la concurrencia fue investigada en su documentación, como si se tratara de criminales en lugar de auditores pacíficos, pese a la presión de los cuerpos de seguridad que hacían exhibición de su armamento) tuvimos el privilegio de hablar durante cuarenta y cinco minutos.
Luego se intentó lo mismo en diversas partes de Argentina, pero siempre con los resultados conocidos; gases, mazazos, corridas, petardos, gente detenida y cosas por el estilo. No sólo resultó de aquello la agresión física descrita, sino que además se agregó la violencia síquica y moral que corresponde cuando la prensa en general (los medios de difusión controlados por el sistema) calumnia impunemente y atemoriza a la población, deformando imágenes y deformando doctrinas.
Aquello fue en el año 1969, cuando hablamos sobre el origen de la violencia, sobre el sufrimiento y sobre la curación del sufrimiento. Es bueno saber que, en aquellos momentos, ningún político se manifestaba públicamente; que en aquellos momentos ningún héroe actual se expresaba ante la opinión pública… y no podía ser de otro modo, frente a la dictadura que se enseñoreaba en este país.
Por esas paradojas propias de los procesos históricos, desde aquellos momentos la violencia física se manifestó y siguió creciendo hasta el día de hoy. Hoy está claro que el mismo sistema ha girado ciento ochenta grados y preconiza la no-violencia y la pacificación. ¡Bravo por él! Esperemos entonces contar con el privilegio de hablar, desde ahora, más de cuarenta y cinco minutos.
Hoy mismo, si la organización de este ciclo hubiera sido hecha a nivel masivo, con difusión adecuada y en lugar abierto, tampoco estaríamos hablando. Pero como estas reuniones cuentan solamente con la presencia de espectadores calificados, de casi especialistas diría, como no se conocen públicamente, como hasta la entrada restringe a la concurrencia; en principio, parece, no seremos interrumpidos.
¿A qué viene esta introducción? Viene a preparar el terreno para desarrollar nuestra exposición sobre meditación trascendental.
Por el tipo de reacción irracional y virulenta que ha correspondido a nuestra prédica, podemos empezar a comprender ciertos mecanismos defensivos de una mentalidad, de una sociedad y de un hombre viejos.
Si nosotros fuéramos hombres del Oriente, si expusiéramos los mismos principios de lo que hoy se da en llamar «mística» en general y nuestra vestimenta, aspecto, ademanes y forma de exposición correspondieran a lo «espiritual» aceptado, con seguridad no habríamos tenido problemas…
La persecución no quedó allá en el sesenta y nueve y luego de aquellos cuarenta y cinco minutos. La doctrina fue distorsionada con todos los medios con que hoy puede contar una sociedad más o menos técnica. En varios países el sistema se resintió contra la doctrina y así nuevos encarcelados entraron en las celdas, nuevos baleados y apaleados fueron a los hospitales, nuevos cesantes de sus empleos peregrinaron en busca de trabajo, nuevos perseguidos por la presión de la difusión «ascéptica» perdieron el calor de familiares y amigos. Padres que denunciaron a sus hijos, profesores que expulsaron a sus alumnos, vecinos que participaron en «razzias» policiales contra propagadores de la doctrina.
Pues bien, si lo que hablamos en su momento hubiera resultado falaz y fuera de toda necesidad histórica, hubiera sucumbido ante tales presiones. En rigor, parece haber sucedido lo contrario.
En aquellos tiempos se nos calificó como «curandero» o «milagrero», luego como «santón», después como «profeta». En estos días alguna emisora uruguaya nos definió como «místicos». Este ascenso en el escalafón no es desdeñable… (RISAS)…pero es siempre despectivo y básicamente deformador de significados.
Cualquier incoherente es hoy presentado como filósofo, doctrinario o pensador. Por nuestra parte no debemos aspirar a semejantes honores, nos basta con ser «santones» o «profetas» o hasta curanderos de una nueva doctrina, si esa doctrina sirve al hombre.
¿Qué hace, amigos míos, que a nuestra acción corresponda una reacción tan desproporcionada? Como nos dice la Física: será que a nuestra acción corresponde la exacta reacción. Si es así pongamos entonces cuidado, porque nuestra acción se desarrolla y amplía…