Estamos hablando de comprender, no de negar o de modificar situaciones. Recalco esto último porque me parece de capital importancia. No estamos explicando la forma de solucionar estos problemas, sino tratando de comprenderlos; destacando que sólo una adecuada inteligencia de estos asuntos nos permitirá avanzar. Sucede sin embargo que, en esta altura histórica, se suele esperar respuestas a los problemas sin haberlos comprendido ni medianamente. Una sociedad existista que busca resultados sin atender a la comprensión, no puede lograr más que la acentuación de conflictos y dolores. Desde luego que podrían darse varias recetas para anestesiar el dolor y obtener la paz de los paraísos artificiales. Por cierto que podría crearse una nueva ilusión, un nuevo opio de los pueblos. Se llame religión o droga (ya crudamente) como sucede en el momento actual, el sistema mismo se ocupa de instrumentar la hipnosis colectiva, de desarrollar su propaganda y ampliar las expectativas de la sociedad de consumo prometiendo felicidad. Pero si esto no diera resultado porque el conflicto aún continuara, siempre quedará en pie el sucedáneo de reemplazar esta sociedad corrupta, que no mitiga nuestro dolor, por una sociedad paradisíaca que eliminará los conflictos.
Así las cosas, o por la hipnosis del sistema que incentiva el deseo y la búsqueda de la felicidad, o por la ilusión de una nueva sociedad que también traerá felicidad, o por la religión que nos traerá el paraíso, o por la droga que nos lo acerca de inmediato, o por las diversas formas de autohipnosis de las prácticas místicas… sea por una o todas esas posibilidades, el problema aparece en todos los casos, escapando a la comprensión real de fondo, trasladándose al campo de las soluciones fáciles que en definitiva no hacen sino agravarlo.
Como nuestro tema específico es el de la meditación, no vamos a explicar cómo las ilusiones de una sociedad hipnótica, o una sociedad «mejor», escapan en sus respuestas a la clarificación del problema. Por tanto, dejaremos de lado las ilusiones de felicidad externas y nos preocuparemos ahora de las ilusiones internas.
He aquí la primera: la religión en general. Nos posterga a un mundo mejor en el futuro y nos cobija piadosamente en un sistema organizado mediante jerarquías, ritual, preceptos, mandamientos, etc. Para los más intelectuales, además del aspecto devocional, está también la Teología. Pero, en la devoción y en la práctica de la oración, está puesta la esperanza en la solución de los conflictos. El buen creyente proyecta su ensueño, lo fetichiza y luego le atribuye el poder de solucionar problemas. La oración refuerza las grabaciones anteriores y así, con el tiempo, la forma mental del creyente se va solidificando. Si estas grabaciones religiosas comienzan a implantarse desde la primera infancia, entonces, los resultados pueden ser tan duraderos que, aunque luego el creyente se desilusione del culto y de esa religión en particular, su forma mental queda moldeada por las experiencias anteriores. Podremos tener luego al racionalista, al cientifista o al ateo, pero manejándose con los mismos presupuestos morales y los mismos tabúes que el practicante común. Por otra parte, para aquellos que perdieron a su Dios, el vacío consecuente puede generar un dolor tan intenso, que vagarán a lo largo de su existencia buscando adormecer aquel dolor. ¿Y qué es para el creyente ese sentimiento místico de fusión con lo divino, sino sensualidad, sino felicidad artificial y anestesia provisoria?
Recordarán ustedes que la anulación del razonamiento y del espíritu de comprensión que acompaña a las experiencias llamadas «místicas», no es muy distinto al que se produce en los estados crepusculares. Allí no se entiende (ni se quiere entender), allí se divaga, se ensueña placenteramente y no lejos de los sentidos precisamente, sino merced a ellos. Resulta entonces que las prohibiciones carnales y otras inhibiciones que prescriben las religiones, se convierten en un formidable incentivo sensorial en torno al cual giran los ensueños cotidianos en forma de «tentaciones». Eso de luchar contra las tentaciones resulta muy excitante para los fanáticos perseguidores del cuerpo… (RISAS).
Uso la frase «perseguidores del cuerpo» en por lo menos dos sentidos diferentes… (RISAS)…¿Algunos de ustedes, personas de práctica religiosa, están libres de conflicto interno? ¿O reconocen ese conflicto como prueba necesaria, como sufrimiento indispensable para ganar el Paraíso? ¿Es que a algunos les gustará el sufrimiento? ¡Si es así, cuidado! Cuidado porque podría suceder que quisieran trasladar ese dolor a otros para purificarlos… Ya tenemos experiencias de inquisiciones y cosas semejantes. ¿Pero si alguno de estos creyentes no quisiera el dolor para sí ni para otros, será suficientemente tolerante con aquellos que no desean ser salvados?
Quiero advertir que no estoy tratando de debilitar la creencia religiosa. Como tampoco estoy tratando la creencia política o de cualquier otro tipo. Poco importa que los creyentes de una fe social, individual o religiosa, sigan profesando. Lo que si importa es que cada cual comprenda cómo se genera en sí y en el cuerpo social el dolor y el conflicto.
Lo repito de otro modo. No se trata de que el religioso o el político abandonen sus ilusiones. No se trata de que luchen contra su ensueño. Esto es tan inoperante como elevarse tirando de los propios cabellos y no hace sino aumentar el dolor, a la corta o a la larga.
No estamos hablando de renunciar a nada (esto de la «renuncia» es otro de los tópicos difundidos sin entendimiento alguno). Estamos hablando de la comprensión del dolor. Porque, veamos, nada impide que estos hombres opuestos en sus ideologías, sin tratar de abandonarlas, se preocupen por estudiarse a sí mismos. No es bueno aconsejar a la gente que imprima un movimiento a su vida opuesto al sentido de sus ensueños. Esto, además de no traer solución, agrava las cosas. Se trata de estudiar simplemente los ensueños y la dirección que tienen. Se trata de descubrir en los propios deseos y en la búsqueda de la felicidad, la fuente del dolor. Difundir estas simples ideas entre los hombres, independientemente de sus ideologías antagónicas, es difundir un punto de vista que nos revolucionará internamente. Pero no se trata de convertir a nadie, sino de respetar y amar a la gente sin aumentar su desesperación y su dolor.
He aquí otra ilusión (y al estudiar ésta nos acercaremos al tema central de nuestro desarrollo). La ilusión de que las prácticas de concentración, o como por ahí llaman, de «meditación», nos liberan del dolor.
Por ahí circulan libros y maestros, swamis y consejeros de toda calidad, que nos proponen concentrar la atención en algún punto del cuerpo para lograr la quietud de la mente. Muy bien, así lo hacemos… claro que para eso hemos tenido que adoptar previamente unas extrañas posturas y respirar también de cierto modo. Perfectamente. Miro mi punto con atención: no veo nada. Insisto. Sí, ahora además del punto, empiezan a desplegarse los ensueños. Me esfuerzo por hacerlos desaparecer y he aquí que… desaparece el punto…(RISAS). Vuelta a la rueda y así durante mucho tiempo y muchos días. Hasta que se consume el interés y la expectativa por lograr la maravillosa paz. Sin embargo, he logrado lo opuesto: ¡mayor divagación y desasosiego! (RISAS). Supongamos que estoy dotado de una persistencia excepcional. Entonces, verdaderamente y con el correr de mucho tiempo, voy logrando aquietar la mente. Si me detuviera allí, seguramente habría logrado educar un poco mi atención y, además podría sacar conclusiones sobre mi forma mental. Pero no. Ante semejante logro y por el tiempo de meses y años invertidos, es necesario ahora que esto empiece a redituar. Y, en efecto reditúa. Día a día, a partir del dominio de la concentración (sea de un punto, un color, de un sonido repetido, de una práctica respiratoria), ya voy notando que mi mente se aquieta. Y no solo durante el ejercicio, sino que va más allá. Esta quietud y laxitud me invade y ya se insinúa en la vida cotidiana.
Afortunadamente, la gente en general es tan poco persistente que abandona estas prácticas al poco tiempo y el asunto no pasa a mayores. Porque de otro modo, podría lograr paulatinamente el estado de paz que le prometieron. Si esto es así, aquellos maestros no mintieron en sus enseñanzas. Claro está que no completaron la explicación, porque ese estado logrado es, precisamente, el de autohipnosis.
Cualquier devoto de esas prácticas comprobará que con el tiempo, no sólo ha logrado aliviar tensiones y obtener una relativa paz, sino que además ya es capaz de escuchar ciertas insinuaciones internas y captar ciertos «mensajes», que serán interpretados con la religiosidad que impone el caso. Es que habrá llegado al recinto interno de lo crepuscular en el que hablan no las voces de la divinidad, sino las voces de las grabaciones y de los ensueños más profundos.
Estas prácticas místicas, como las prácticas ascéticas y aún las mediumnímicas, llevan a los más persistentes al campo de lo crepuscular… al mismo campo en que penetra el drogadicto.
Aquí no estamos haciendo moralina, ni creando tabúes hacia todo ello. Simplemente decimos que por la autohipnosis se logra una relativa paz y también el acceso a lo crepuscular, el embotamiento de la inteligencia y a la pérdida de la comprensión profunda.
Hay otros que recomiendan: no concentrar, no estrechar el campo de la conciencia en un objeto, sino lo contrario. A ellos les parece que la «meditación» (así la llaman) consiste en lo opuesto a la concentración y que para lograrla hay que aflojar el cuerpo y la mente sin precisar ninguna idea. La mente, entonces, parece dilatarse y ellos experimentan con el tiempo este fenómeno, como ampliación de la conciencia.
Este sistema es más divertido que el anterior porque, por lo menos, permite divagar sin limitaciones… (RISAS). Seguramente, cumplía con una buena función social antes de la llegada del televisor… (RISAS). Siguiendo con él, parece que de esas asociaciones libres se capta alguna imagen significativa y profundizándola (como si fuera el «yantra» o el «mantram» personal) se la trabaja vistosamente, hasta ir cayendo en el estado de siempre: ¡autohipnosis!. Bien señores, algunos llaman a esto, precisamente, «meditación trascendental» ¿Y dónde está lo trascendental? Tal vez (ellos imaginan) esté en eso de cerrar los ojos y ver las imágenes internas… (RISAS).
Nosotros no entendemos así las cosas. Ni a la concentración descrita, ni a la pretendida meditación. En uno y otro caso se produce un encerramiento del sujeto y aparece una barrera infranqueable entre lo interno y lo externo. Por más que aquellos respondan con frases hechas, tales como: «lo interior es igual a lo exterior» o algo similar. Si aquellas prácticas fueran simples ejercicios de comprensión de los mecanismos internos y no pretendieran modificar nada, ni lograr resultados, sin duda que esos investigadores ganarían en comprensión y advertirían muchos defectos. Comprobarían la estructura de sus ensueños y verían la rueda del deseo girando de continuo hacia el placer y el dolor. Pero parece que esa no es la intención hoy en boga.
Hay prácticas ascéticas, ya más peligrosas, que no viene al caso explicar acá porque lo dicho ya ilustra suficientemente.
Baste con advertir que: ni el esfuerzo mental, ni la autoflagelación moral de las religiones, ni el sufrimiento, ni el sacrificio o la renuncia voluntaria a lo hermoso de esta vida, logran liberación. Todo lo contrario. Generan encerramiento, cerco mental, fanatismo, intolerancia e inflexibilidad intelectual.
¿Qué es entonces meditar, para nosotros? Meditar es: aprender a ver a través de la ilusión del ensueño, es comprender la raíz del deseo, del temor, del sufrimiento, es liberarse y liberar.
No hablamos hoy de meditación trascendental, que es un tema especializado. Hablamos de la simple y llana meditación que no requiere posturas, ritos, sacrificios o renuncias. La simple meditación comienza en cualquier momento. Ahora mismo, cuando advierto como las imágenes y los ensueños impiden que perciba claramente la realidad. Cuando descubro que mis motivaciones están por debajo de los argumentos y cuando veo que mi vida es dirigida por la ilusión.
Yo no medito cuando trato de solucionar mis problemas. Yo medito cuando me doy cuenta perfectamente de ellos. Cuando los formulo correctamente.
Se me dirá: «Pero en la práctica ¿cómo hago para meditar?»
Tal vez usted pueda con toda simpleza, sin esfuerzo, atender a lo que le rodea, pero sin cubrirlo de ensoñación. No se trata de violentarse internamente. Se trata de aprender a ver por vez primera.
No se aprende todo de un golpe. Mañana hablaremos más sobre este punto.