Cuando nosotros hablamos de lo ilusorio de la percepción, de lo ilusorio de la percepción de la realidad, no nos preocupamos tanto por destacar que, en efecto, los objetos en sí no corresponden a lo que se percibe de ellos, ya que cada sentido recibe sólo una franja singular de datos del mismo objeto. Esto es evidente. Como es evidente también que la estructura última del fenómeno no está al alcance de nuestros órganos de percepción. No es esto lo importante en lo que hace a la aprehensión ilusoria de la realidad, sino sobre todo, la presencia del ensueño que cubre la misma percepción.
Aclarado esto, volvamos a nuestro problema. Nosotros entendemos al ensueño como un fantaseo variable, aunque conectado con toda una constelación que compensa las deficiencias de situación. Todo ensueño está teñido por un tono emotivo que, individualmente y cuando el ensueño es secundario, pasajero, no es muy fácil de advertir. Sí lo es, en cambio, cuando este ensueño se proyecta sobre un determinado objeto y lo fetichiza, como en el caso de la conciencia emocionada, individual o colectiva. Ahora bien, el ensueño aparece como respuesta de la memoria a los nuevos estímulos y las diversas asociaciones que se movilizan en la ensoñación, pueden manifestarse gracias a estar grabadas por experiencias anteriores.
Así es que toda nueva percepción será completada por la movilización de las percepciones viejas, que en lugar de rejuvenecer a la conciencia, robustecerá el antiguo tronco de la forma mental ya elaborada. Esta forma mental puede ser identificada, aunque sólo provisoriamente, con el núcleo de ensueño. El núcleo de ensueño se manifiesta como respuesta de estructura general y difundida, a estímulos particulares. El núcleo de ensueño es un tono, un clima, un trasfondo de la conciencia, más que una imagen, como puede ser la de cualquier ensueño secundario. Este núcleo posee cierta fijeza y es el que rige los ideales, aspiraciones y las ilusiones generales, en cada etapa de la vida humana.
Cuando el núcleo se desgasta, se producen variaciones importantes de la personalidad. Pero mientras esto no sucede, la forma de ver el mundo y de encarar la vida se mantiene en la misma línea y los quehaceres cotidianos son alimentados por esa ilusión de trasfondo.
El núcleo de ensueño puede ser comprendido también como la compensación de la deficiencia básica de la personalidad en cada etapa vital. Existe un núcleo general para cada etapa vital a partir del cual cada individuo lo matiza con características particulares. El cambio sicosomático de la niñez a la juventud, de ésta a la madurez, etc., es acompañado por el cambio de núcleo. Este puede evolucionar normalmente, según las etapas propias de la edad, pero puede también fijarse en un momento de la vida, aumentando la desconexión entre el individuo y su ambiente con el correr del tiempo. Puede haber regresiones de núcleo o desplazamientos accidentales. En estos casos se observan cambios de personalidad.
Mientras el núcleo permanece fijo y orienta a la propia vida en una dirección, es inútil todo intento que se realice en dirección opuesta. Al contrario, se refuerza su acción. Por otra parte, nunca faltan superestructuras que pueden justificar, más o menos racionalmente, toda actividad en verdad regida por el núcleo en cuestión.
Así es que, aparte de los ensueños que impiden percibir limpiamente la realidad, está ese núcleo, ese tono interno creador de ilusiones, que impide una visión nueva del mundo y de uno mismo.
Cuando el fracaso de los proyectos se patentiza, cuando la desilusión se hace presente, puede uno tal vez estar en condiciones de aprender con sentido nuevo.
Veamos ahora la otra cara del ensueño. Este puede mantenerse con firmeza y orientar nuestras actividades hacia su espejismo, alimentando nuestros deseos, nuestras emociones, en esa dirección. Pero este deseo que alimenta el ensueño difícilmente es cumplido, resultando siempre de ello la insatisfacción y el dolor. Si el ensueño pudiera ser siempre satisfecho como sucede en ocasiones, traería sus consecuencias placenteras en ese momento, quedando luego vacío de significado. Efectivamente, el cumplimiento del ensueño trae placer y aunque el logro de ese placer provoque mil inconvenientes, se acomete la tarea para obtener ese resultado.
En ese deseo de apoderarse del espejismo está, precisamente, la raíz de todo dolor y de todo sufrimiento. Hemos distinguido en otra ocasión entre el sufrimiento físico y el sufrimiento mental. El primero puede ser combatido y cada vez con mayor eficacia según progrese la ciencia y la civilización. El segundo en la medida en que avance la autocomprensión del ser humano. Es un buen paso de autoconocimiento reconocer la distorsión que hacen los propios ensueños de la realidad, descubrir una suerte de núcleo ilusorio que nos orienta en una dirección y finalmente comprender, de raíz, que el deseo de obtener placer lleva al sufrimiento, aun cuando el placer se haga efectivo provisoriamente.