Digo, pues, que se admite, y sin discusión, que el propietario de máquinas, de edificios, de dinero, de cosas en definitiva, si las aporta a una empresa, ha de tener poder sobre personas. Pero esto es un error. por muy aceptado que este -y lo está- porque eso implica asumir que las cocas sean fuentes de poder sobre personas. Es un error porque solo la persona humana puede ser origen o fuente de poder. Nos encontramos ahora con un nuevo valor vivencial. Todos estamos de acuerdo, sin razonamiento alguno que to justifique, subjetivamente, que «las cosas no pueden ser fuentes de poder sobre personas».
Pues bien, sobre este error está edificada en gran parte la civilización actual. Según pienso, este es el concepto equivocado que subyace en el problema de la empresa, y al que he hecho referencia más arriba. Se trata de lo que Popper llamaría una hipótesis falsa, que es aquella de la que se derivan conclusiones no contrastadas por la experiencia o, simplemente, añado yo, absurdas, rechazadas vivencialmente. Basta un solo control negativo, para que la hipótesis, o punto de partida, quede desacreditada. Esto es lo que ocurre en el caso que comento. Es absurda la consecuencia de que las cosas se constituyan en fuentes de poder sobre las personas.
Y esto es lo que nos pasa: tenemos equivocada la propiedad y, concretamente, la propiedad de la empresa, que es la base de la Economía y es pieza clave del derecho. No se trata, pues, de reconocer unos inconcretos derechos de participación de trabajadores y consumidores en el proceso productivo y en la distribución del producto. Se trata de concebir la propiedad de forma que inversores, trabajadores, consumidores y comunidad social encuentren criterios objetivos, y humanamente aceptables, en la gestión y distribución de los bienes de la Tierra.
Desacreditada, como he dicho, la hipótesis actual sobre el origen del poder en la empresa y, en general, sobre la relación de propiedad, hay que buscar otra hipótesis que no sea falsa y que, además, tenga las consecuencias practicas exigibles, es decir, que no sea utópica.
Una hipótesis, en definitiva, que sea adecuada al ser humano. Solo sobre una base así, si se encuentra, se podrá edificar una Economía humanista y una sociedad que merezca el calificativo de humana. En realidad, utopía es más bien crear una estructura social inadecuada al ser humano, y esperar que de resultado. La falta de fundamento de esa esperanza convierte a las aspiraciones que se sustentan en ella en utopías irrealizables.
Desde luego acepto que el hombre, haciendo use de su libertad, pueda inventar el concepto de propiedad que le plazca. Pero también se puede adelantar que si ese concepto no resultase adecuado al hombre, no fuese coherente con el ser humano, no nos podríamos extrañar de su ineficacia práctica. Debemos recordar que ese concepto también habrá de ser coherente con la forma con la que la Naturaleza ha concebido la apropiación de recursos, porque el hombre forma parte de ella.