La aceptación de esta idea requiere que el poder, o capacidad eficaz de decisión, que en ocasiones un hombre ha de tener sobre otro. haya de tener unos condicionamientos para que a ese poder se le pueda calificar de humano. Son, al menos, las siguientes:

  1. Ha de ser poder por delegación, que normalmente debe ser explicita, pero que puede ser implícita. Nada parecido a que ese poder lo puedan originar los medios productivos.
  2. Los intereses del que manda y del que obedece han de estar armonizados. Si lo que se manda es bueno para el que da la orden. ha de ser bueno para el que obedece. A la inversa, si resultase ser malo para el que obedece, ha de resultar también malo para el que manda. Si el que manda se puede beneficiar a costa del que obedece, tendríamos unas relaciones personales próximas a la esclavitud, como todavía ocurre en estos tiempos, lo que indica que no hemos abandonado todavía la relación amo-esclavo.
  3. El que manda debe rendir cuentas de su gestión al que obedece, quien le permitió, delegando, ejercer el poder que ostenta.

Esta es la única manera digna de obedecer, la única manera humana.

Por ello, la relación de socio, que permite la delegación transitoria de poder y que exige la rendición de cuentas ante los poderdantes. es digna del ser humano. A partir de esta idea set-fa posible una empresa democrática.

No nos extrañe, pues, que el hombre termine rompiendo las estructuras en las que inadecuadamente se le inserta, al margen de que procedan del «socialismo real» o del «capitalismo salvaje».