Directa o indirectamente, la posmodernidad ha cuestionado las bases de la física, de la matemática y de la lógica, y apenas hay ciencias cuyos fundamentos no se hayan revisado en los últimos tiempos.

Se han puesto en duda incluso las bases del conocimiento científico, que es la raíz cultural del pensamiento moderno. Es decir, se niega la objetividad de la ciencia, el determinismo, la ley de la causalidad y la relación sujeto-objeto.

Dentro del proyecto de «modernidad», iniciado por Descartes y la Ilustración, la técnica ha tenido en efecto una espectacular evolución pero, al mismo tiempo, ha desarrollado un potencial destructivo del medio ambiente que, por lo que vemos, no es capaz de controlar: no es posible detener el deterioro atmosférico sin poner en peligro la Economía occidental. La cultura unitaria que la modernidad preconizaba, ha dado paso a un policentrismo cultural y a claros fenómenos de antagonismo social. El pretendido «contrato social» se ha sustituido por catástrofes históricas, guerras mundiales, campos de exterminio, «gulags», Hiroshima, y grandes penurias con muertos por hambre en el tercer mundo. Todo ello presidido por el paradigma de la modernidad: «hombre racional, frente a un mundo de cosas«, que debería haber sido el control de todo el pensamiento moderno y de toda acción derivada.

A la vista de que la «racionalidad» del proyecto moderno no encuentra solución al problema social, se ha llegado a dudar de la misma razón: «La posmodernidad -dice Lyotard- duda de que la razón pueda producir racionalidad«. Parece pues que la posmodernidad ha cuestionado todo y, pese a ello, no hemos resuelto nuestros problemas más importantes.

¿Que nos pasa?, podemos preguntamos.