En las lecciones anteriores pasamos revista al proceso tomando los tres caminos separadamente. Vimos que cada recorrido presentaba sus peculiaridades y variaciones. Así, en el camino descendente el tratamiento de conflictos biográficos era de naturaleza diferente del de la definición del tema de Ella (o El). Ya desde el comienzo quedaba en claro que los intereses, en ambos casos, eran distintos.

Otro tanto sucedía con el camino ascendente, en el que trabajar con los temores de futuro era distinto de las operaciones con esperanzas o ensueños, considerados, por algún motivo, indeseables. (Si este punto resultara oscuro, piénsese en el caso en que una persona está motivada en sus actividades por un ensueño de dominio y lo comprende como negativo para su desarrollo.)

En el camino medio, en principio, no se presentan tantas alternativas.

En primer término, al trabajar una línea sucede en la realidad que se modifica el enfoque en los otros niveles. Esto no podría ser de otro modo, dada la estructuralidad de los procesos mentales. De esta manera, si el operador comienza a trabajar sobre un ensueño para él indeseable, es posible que al poco tiempo caiga en la cuenta de que tal ensueño es la compensación de una serie de frustraciones biográficas. Descubierto esto, tomará en próximos trabajos la línea descendente, tratando de desanudar los conflictos pasados registrados como frustración. Por último, llegará a comprender que muchos de sus problemas actuales tienen que ver con el ensueño que lo lleva a forzar situaciones. Tratará entonces de trabajar el camino medio, a fin de desplazar el enfoque de las situaciones actuales, etcétera.

Podrían imaginarse otras situaciones, pero en todos los casos nos encontraríamos con recíprocas influencias entre niveles.

La pregunta que aparece es la siguiente: ¿por dónde comenzar? Respondemos que el operador puede comenzar por cualquier punto, ya que el proceso lo llevará a afectar todos los otros a medida que profundice en su trabajo.

Pero hay otra respuesta. Si por algún procedimiento, por ejemplo del tipo de la oración (recordar el Credo de Nicea), el operador pudiera seguir siempre el mismo orden, recorriendo además los tres niveles, contaría con un método excelente para llevar un proceso integral. Es más, podría utilizar siempre las mismas fórmulas aun cuando introdujera variaciones escénicas, de acuerdo con sus necesidades. Pero también podría suceder que ni siquiera introdujera variaciones escénicas, sino que profundizara cada vez en su proceso. Según nuestro parecer, ese sería el mejor de los casos.

Ahora bien, en las primeras etapas de este trabajo habrá que hacer las cosas por partes, a fin de lograr una mínima experiencia con cada tipo de recorrido. Más adelante, el operador necesitará de los recursos antes mencionados.

Supongamos ahora que se tiene alguna práctica en los procesos de los tres niveles. Inmediatamente aparecen dificultades prácticas. ¿Puede el operador llevar adelante un proceso de integración creciente sin límite de tiempo?; ¿puede acaso cumplir regularmente con un plan de trabajo de ese tipo?; ¿puede disponerse cada vez a trabajar en aislamiento con su medio inmediato?…

Parece, en efecto, que hubiera más de una dificultad para llevar adelante este tipo de trabajo de un modo sostenido.

Sin embargo, si el operador fuera devoto de alguna religión, podría llevar adelante sus prácticas habituales con un sentido enriquecedor como el que le otorga el sistema autotransferencial. Si, en cambio, fuera una persona no religiosa, debería orientar su vida hacia algo más allá de sus intereses individuales inmediatos, hacia algo que beneficiara a sus semejantes o a la sociedad en que le toca vivir. En suma, el conocimiento y las prácticas primarias del sistema autotransferencial serán de utilidad si luego pueden aplicarse a la vida práctica dotándola de un sentido nuevo y trascendente.