Cuando alguien percibe un objeto, lo reconoce, o bien advierte su novedad. Esto es posible debido a que a la entrada del impulso (que va a memoria y a conciencia), corresponde un veloz análisis en memoria. Este análisis resulta del cotejo entre los impulsos que llegan y los grabados anteriormente. Memoria entonces, entrega a conciencia una señal completa y conciencia «reconoce» al objeto.
Así como los impulsos que comienzan en sentidos (sensaciones) llegan a conciencia estructurados como percepciones, memoria entrega datos a conciencia que se estructuran como representaciones. El acuerdo entre percepción y representación, permite a conciencia reconocer al estímulo, o desconocerlo según el caso.
Si la percepción de un objeto no tiene antecedentes, memoria entrega, de todos modos, datos incompletos que permiten a conciencia ubicar al objeto por similitud, contigüidad o contraste con respecto a franjas de objetos, o partes de otros objetos. En estos casos, el sujeto dirá que el nuevo objeto se parece a otros en tales y cuales características y que no podría tratarse de otro tipos de objetos, etcétera.
A toda percepción corresponde una representación. Las representaciones se disparan en trenes de impulsos desde memoria. A los trenes de impulsos se los conoce como «cadenas asociativas», destacándose en conciencia aquellos primarios que tienen que ver directamente con el objeto propuesto. Pero actuando además otros que sirven a la dinámica de la conciencia. De otro modo, conciencia funcionaría sólo «fotográficamente», sonre la base del reconocimiento y desconocimiento de los impulsos que llegan a ella. En realidad, conciencia trabaja secuencialmente, y no con «fotografías» estáticas.
Supongamos, ahora, que memoria es excitada por impulsos que llegan desde sentidos internos (cenestésicos), al tiempo que están llegando impulsos del mundo externo (por sentidos externos). Memoria entregará los datos del caso a conciencia y resultarán los reconocimientos correspondientes. Está claro que si el sujeto, mientras actúa en el mundo, recibe desde su intracuerpo impulsos que corresponden a un desajuste vegetativo, obtendrá un reconocimiento del mundo relativamente «climatizado». Los ejemplos son claros: una persona con malestar hepático no ve con agrado un hermoso cuadro; una irritación visceral configura un mundo irritante; una contracción profunda contrae la percepción del mundo.
De este modo, numerosas cadenas asociativas que aparecen en conciencia son suscitadas por impulsos tanto externos como internos que llegan a memoria.
Hemos dicho que las asociaciones suelen darse por similitud, contigüidad y contraste.
Veamos los casos.
Si al decir: «montaña» asocio con «edificio», advierto que operó la similitud; si respondo «nieve», funcionó la contigüidad; si digo «pozo», el contraste.
En la similitud, las representaciones actúan por lo parecido; en la contigüidad, por lo próximo, o lo que está o estuvo en contacto con el objeto propuesto; en el contraste, por lo que se opone a él.
Gracias a esas vías asociativas, conciencia puede establecer relaciones de diferenciación, complementación y síntesis (aunque se requiere, para las operaciones más complejas, la puesta en marcha de los mecanismos de abstracción). Las relaciones mencionadas sirven tanto al trabajo racional como imaginario.
Si las cadenas son controladas, hablamos de «imágenes dirigidas» y si se trata de trenes de representaciones sin control, hablamos de «imágenes libres».
Al recordar ordenadamente los objetos de mi habitación, procedo por representación dirigida. Al divagar o dejar que las asociaciones jueguen con soltura procedo por representación libre.