En autoconocimiento hicimos una primera distinción entre tensión y clima, explicando al segundo como una sensación global e indefinida. La tensión, en cambio, fue explicada en relación con músculos externos e internos y, a veces, con imágenes mentales. En aquella oportunidad se mencionaron climas de desamparo, violencia, soledad, injusticia, opresión, inseguridad, etcétera.
Así como al estudiar las técnicas de catarsis no se prestó atención a las tensiones situacionales, sino a las permanentes, al trabajar ahora con las técnicas transferenciales, se pondrá interés en los «climas fijados» (permanentes), que operan como trasfondo emotivo en la vida cotidiana, ocupando el campo central de la conciencia sólo en determinadas circunstancias.
Los climas tienen un carácter no puntual, sino difuso. A veces, carentes de imágenes visuales, resultan de sensaciones cenestésicas (sentidos internos), producidas por un desarreglo funcional, o un conjunto de impulsos de memoria, o de conciencia. Estos dos últimos, convertidos en imágenes cenestésicas, actúan sobre los centros vegetativo, sexual o emotivo, los que dan respuesta interna, provocando un nuevo conjunto de sensaciones (realimentación de impulsos). Al ser tomadas dichas sensaciones por cenestesia, llegan a conciencia difusamente (como en el caso de las sensaciones producidas por desarreglo funcional) y allí se traducen en otras imágenes (visuales, auditivas, etcétera.), propias de los sentidos externos.
De este modo, tanto un desajuste orgánico, como una sobrecarga sexual o emotiva, pueden convertirse en imágenes por ejemplo visuales, merced al fenómeno de traducción, pero siempre acompañadas de un clima emotivo difuso, propio de los impulsos del intracuerpo.
La traducción de impulsos cenestésicos en imágenes propias de los sentidos externos es mayor, a medida que desciende el nivel de conciencia. En efecto, aquellos impulsos cenestésicos que en vigilia llegan a conciencia sólo como climas difusos, en sueño profundo aparecen traducidos, ya que al bajar el nivel se desconectan del mundo externo los sentidos correspondientes, ampliándose el umbral de percepción de aquellos internos.
Veamos un ejemplo. Las sensaciones que en vigilia son interpretadas como «cosquilleo» por la mala posición de un brazo, en sueños pueden aparecer traducidas como hormigas que caminan por el brazo. Estas imágenes servirán al durmiente para que corrija su posición sin despertar; pero, además, darán lugar a una larga cadena de asociaciones, resultando un argumento onírico más o menos complicado.
Un aumento en la acidez estomacal, puede traducirse en imágenes de incendio; un problema respiratorio, en el entierro del durmiente; una dificultad cardíaca, en un flechazo; el exceso de gases, en un vuelo en globo y una sobrecarga sexual, en imágenes visuales, auditivas y táctiles referidas al compañero o compañera sexual.
También los estímulos provenientes del mundo externo pueden ser deformados en el nivel de sueño, sin por ello traducirse de un sentido a otro. Por ejemplo: el timbre del teléfono será el sonido de campanas al viento; alguien que golpea la puerta será el viejo zapatero de algún cuento y las sábanas enredadas en las piernas resultarán una ciénaga llena de impedimentos, pero con calidades táctiles similares a las del estímulo.
Hemos citado dos transformaciones de impulsos diferentes: una llamada «traducción» y otra «deformación».
Otro caso importante en la transformación de impulsos es el de «ausencia»; tal lo que sucede en las anestesias intracorporales, ausencia de miembros u órganos, o fallas en algún sentido externo, que son experimentadas como climas de «perdida de identidad», «desconexión con el mundo», etcétera. En los bajos niveles de conciencia, estas ausencias de estímulos pueden también compensarse con deformaciones o traducciones variadas, según las cadenas asociativas que cumplan con una mejor función para la economía síquica.