Anteriormente vimos que a medida que disminuía el nivel de conciencia se bloqueaban los mecanismos de reversibilidad, pero también se consideró el caso en que, manteniendo un determinado nivel, se parcializara el trabajo de dichos mecanismos. Existen fenómenos que podemos agrupar bajo la designación de «estados alterados de conciencia», tales como la hipnosis y, en general, los de conciencia emocionada, además de otros netamente patológicos.

La designación «estados alterados» es equívoca, porque si en algunos casos se refiere a fenómenos que, superando el control del yo, impulsan las actividades del sujeto fuera de sí (emoción violenta, por ejemplo), en otros casos la parcialización de la reversibilidad lleva las actividades del sujeto hacia dentro de sí (ensimismamiento, por ejemplo).

Otro tanto puede ocurrir con el enamoramiento, la inspiración artística o el éxtasis místico. Pero, ¿por qué nos resistimos a relacionar al enamoramiento o a la inspiración artística con la alteración de la conciencia? Seguramente, porque el concepto de «alteración» está asociado con la idea de lo anormal y, en alguna medida, de lo enfermizo.

No nos parece razonable encuadrar a los fenómenos últimamente citados en el campo de lo alterado, ya que se nos aparecen como positivos, integradores y francamente superiores. Nos parece que estuvieran a favor de la economía síquica y no en desmedro de ella.

¿Cómo podríamos ubicar entonces a fenómenos que trascienden la mecánica del yo sicológico, tales como los de fusión con el sí-mismo, propios de los contactos con el centro de poder? Desde el punto de vista de la reversibilidad pueden aparecer como fenómenos de alteración, pero desde el punto de vista del interés del operador, la entrega de la mecánica habitual del yo a favor del sí-mismo aparece como un acto querido, de algún modo dirigido, y que tiene como resultado final una enorme positivización de la economía síquica.

Esos particulares estados «alterados» pueden, con justicia, ser considerados como fenómenos superiores de conciencia. Desde luego que distinguimos entre el éxtasis artístico o religioso, el arrebato y el reconocimiento superior.

Los fenómenos de éxtasis suelen tener concomitancias motrices que llevan automáticamente a ciertas posturas (caso de «mudras» espontáneos) o a cierta agitación ambulatoria, lo que los aproxima externamente a los fenómenos histero-epilépticos o de síntomas motores propios de los estados crepusculares de conciencia. El trance frenético típico de algunas religiones primitivas, o algunas expresiones menores como la «escritura automática» de las sesiones espíritas, tienen ciertas similitudes con casos patológicos aunque parece un exceso asimilarlos completamente a ellos.

El arrebato, en cambio, tiene preponderante actividad emotiva, lo que hace aproximarlo al fenómeno de enamoramiento, sin que podamos confundir a uno con otro.

El reconocimiento es la experiencia superior capaz de modificar el sentido de la propia vida y la perspectiva sobre la realidad. Es el fenómeno de conversión por excelencia. Resulta más que excesivo ligar el «samadhi» o el «nirvana» búdico, al autismo esquizofrénico o a ciertas crisis de delirio místico.

Las anteriores digresiones han sido necesarias porque, si bien nos alejaron del hilo de nuestra exposición, vinieron a aventar ciertos prejuicios que de algún modo se encuentran implantados en el hombre occidental, tan trabajado por la prédica de ciertas corrientes sicológicas nada coherentes en la justificación de sus esquemas.