Existen numerosos argumentos empíricos, tales los que se desarrollan en los sueños, en los ensueños, en el arte y en la religión.

Si se quisiera extremar el punto de vista sicólogico, podría considerarse a la vida de cualquier persona como un drama que intenta desarrollarse en medio de los accidentes que sufre el personaje central. Este encarna diversos roles, pero siempre desde una actitud básica, que es la que podrá desplegarse, o bien quedar fijada en determinadas etapas sin lograr coherencia.

Las actividades que el ser humano desarrolla en el mundo, tienen su correlato en las representaciones que las acompañan. De ese modo, no son indiferentes sus acciones externas ya que algunas producirán registros desintegradores y otras registros de unidad interna, o, si se quiere, de coherencia. De manera que en el hacer cotidiano hay numerosos elementos de tipo autotransferencial (como los hay de tipo catártico).

Desde este ángulo puede considerarse posible el ejercicio de actos externos de los cuales el sujeto no espera resultados externos, sino que su valor estriba en la aptitud autotransferencial que poseen. Es posible el acto de amor sin especulaciones en cuanto a resultados externos se refiere. Es posible el amor a una persona, a una causa, a la humanidad, etcétera.

Serán argumentos autotransferenciales empíricos, aquellas operaciones de conducta, o las que correspondan a representaciones, que otorguen al sujeto registro de unidad, dándole sensación de progreso o de «crecimiento» interior. Esto último es de particular importancia porque es lo que permite diferenciar una actividad catártica o relajadora, de otra transferencial.