Entro a un edificio, considerando esa situación pendiente que debo afrontar. (*)
Creo que, llegado el momento, todo va a salir mal. No ignoro que lo emprendido con sensación de fracaso me hace inseguro: se reducen mis fuerzas y, efectivamente, termino derrotado. Comprendiendo eso, me detengo. Estoy a punto de abandonar. Creo que voy a huir, regresando por donde entré. Al mismo tiempo, sé que debo hacer un esfuerzo en sentido contrario. Me siento dividido entre lo que debo hacer y lo que no puedo hacer. (*)
Reflexiono un instante y me digo: «¡Oh guía, dame la fuerza!» Instantáneamente, siento que mi respiración se hace amplia y mi cuerpo se endereza. Comienzo a caminar nuevamente. Mis pasos son largos y seguros.
Ha renacido en mí la confianza. Comprendo que todo saldrá bien porque depende de cómo haga las cosas y ahora sé que procederé con mi potencia al máximo. (*)