Consideremos estas ideas: «Donde hay sufrimiento y puedo hacer algo para aliviarlo, tomo la iniciativa. Donde no puedo hacer nada, sigo adelante alegremente.»

Semejantes ideas parecen prácticas, pero nos dejan el sabor de falta de solidaridad. ¿Cómo seguir adelante alegremente, dejando atrás el sufrimiento, desentendiéndonos del pesar ajeno?

Veamos un ejemplo. En medio de la acera un hombre cae en violentas convulsiones. Los transeúntes se arremolinan, dando instrucciones contradictorias y creando alrededor del enfermo un cerco asfixiante. Muchos se preocupan, pero no son efectivos. Tal vez, quien llama urgentemente al médico, o aquel otro que pone a raya a los curiosos p ara evitar el apiñamiento, sean los más cuerdos. Yo puedo ser uno de los que ha tomado la iniciativa, o tal vez un tercero que logra algo positivo y práctico en tal situación. Pero si actúo por simple solidaridad creando confusión, u obstaculizando a los que pueden hacer algo conducente, no ayudo sino que perjudico. Lo anterior es comprensible, ¿pero qué quiere decir «…Donde no puedo hacer nada, sigo mi camino alegremente»? No quiere decir que estoy muy contento por lo que sucedió. Quiere decir que mi dirección no debe ser entorpecida por lo inevitable: quiere decir que no debo sumar problemas a los problemas; quiere decir que debo positivizar el futuro, ya que lo opuesto no es bueno para otros ni para mí.

Hay personas que con una mal entendida solidaridad, negativizan a quienes quieren ayudar y se perjudican ellas mismas. Esas son restas a la solidaridad porque la energía perdida en ese comportamiento debería haberse aplicado en otra dirección, en otras personas, en otras gentes, en otras situaciones en las que efectivamente, hubiera obtenido resultados prácticos. Cuando hablamos de resultados prácticos, no nos referimos solamente a lo brutalmente material, porque hasta una sonrisa o una palabra de aliento pueden ser útiles si existe alguna posibilidad de que ayuden.