He salido de mi casa y me enfrento con aquella persona que me perturba emocionalmente. La saludo para seguir mi camino pero advierto que, acercándose, aferra mi brazo y me invita a un bar que está precisamente en ese lugar. Entramos. Estamos sentados. Sin aparente motivo, comienza a criticar duramente asuntos míos muy privados. (*)
En un momento se vuelve agresiva y hablando con voz fuerte, me señala una y otra vez. Veo cerca a otros conocidos que observan con atención y escuchan las ofensivas palabras. (*)
Trato de levantarme para salir, pero mi acompañante me retiene de un hombro, al tiempo que hace insinuaciones desagradables.
Me insulta francamente y amenaza con arruinarme al tiempo que se burla groseramente. Comprendo que puedo proceder de distintas maneras, pero sé que cualquier medida que tome será aprovechada por el agresor para perjudicarme. (*)
Las cosas continúan con tal indignidad que me dispongo a reaccionar sin medir las consecuencias. En ese momento, recuerdo a mi guía y digo mentalmente: «¡Oh guía, dame control!» En ese momento, siento que una voz interna me dice: “¡Pídele consejo!” Entonces, explico a mi interlocutor que no se cómo proceder, que por favor me aconseje. Tocado por el pedido, el individuo se hincha solemnemente y comienza a pontificar acerca de mis obligaciones. La conversación continúa. Pasado un tiempo, se lanza a desarrollar sus problemas personales. Mientras tanto, se hace servir varios tragos fuertes. Yo, en silencio escucho su patético relato; otro tanto hace la gente próxima. (*)
Lo saludo afectuosamente y me levanto. El personaje, completamente borracho se abalanza sobre los otros conocidos agrediéndolos, pero cae sobre la mesa lastimosamente.
Salgo a la calle, mientras lleno mis pulmones de aire puro.