En el momento actual, en la vida social y personal, se tiende a enfatizar en las dificultades y en lo negativo de uno mismo y de las personas que se relacionan con uno.

Esta visión degradatoria de uno mismo genera una actitud, una forma de sentir y de vivir muy particular, cuyo resultado a corto o mediano plazo resultará negativo.

No negamos que exista un gran número de dificultades a las que nos enfrentamos día a día. Pero es muy importante reconocer que esta manera de enfrentarlas es consecuencia de un sistema inhumano que hoy se impone, que tiende a negativizar a las personas.

Podemos repetir mecánicamente esta actitud o descubrir y fortalecer un modo de vivir, de pensar y de sentir distinto, que se apoye en lo más interesante de cada uno. Que se apoye en las propias virtudes.

Entendemos por virtud toda actitud que llevada a la acción nos pone en acuerdo con nosotros mismos, independientemente de nuestra habilidad para realizarla, dejándonos un registro de profunda paz.

Si recordamos estas situaciones posiblemente no sólo estarán ligadas a ciertas acciones, sino a un modo de llevarlas a cabo en el que actuamos desde lo mejor de cada uno.

Si reconocemos estas actitudes, si logramos teñir nuestro diario accionar con este modo de hacer las cosas, reconoceremos no sólo nuestras virtudes, sino también las de los demás, y seguramente podremos saltar por encima de las dificultades, modificar situaciones y así alcanzar los objetivos de vida propuestos.

En todo caso, el realizar un listado de las propias virtudes (sean estas actitudes, modos de comportamiento, habilidades, actividades, etc.) y luego imaginar cómo se podrían potenciar al máximo en su aplicación en el mundo, resulta un trabajo de suma importancia para la propia vida y para la de los demás.

Este modo de hacer y sentir las cosas, esta postura frente a la vida basada en las propias virtudes debería ponerse en marcha desde ahora. Es la actitud que permite resolver dificultades, avanzar y construir en una dirección de vida coherente y positiva.