Hablaremos sobre una corriente de pensamiento que postula la acción transformadora y que comienza a ser tenida en cuenta merced a los cambios profundos que se están operando en la sociedad. El Humanismo es esta corriente. Revisaremos, muy brevemente, sus antecedentes históricos, su desarrollo y la situación en que se encuentra actualmente.

Diferencia entre corriente y actitud humanista

Debemos establecer, previamente, una diferencia entre el humanismo como corriente y el humanismo como actitud. Esta última ya estaba presente en diferentes culturas antes de que la palabra “humanismo” fuera acuñada en Occidente. La actitud humanista es común a las distintas culturas, en ciertas etapas de su historia y se caracteriza por: 1.- La ubicación del ser humano como valor central; 2.- La afirmación de la igualdad de todos los seres humanos; 3.-El reconocimiento de la diversidad personal y cultural; 4.- La tendencia al desarrollo del conocimiento por encima de lo aceptado como verdad absoluta; 5.- La afirmación de la libertad de ideas y creencias y 6.- El repudio de la violencia.

Esta actitud es lo que cuenta en nuestro Nuevo Humanismo Universalista y son las diferentes culturas las que nos enseñan a amar y practicar esta posición frente a la vida. Remito, a quien interese, al estudio del humanismo en las diferentes culturas (Anuario 1994 del Centro Mundial de Estudios Humanistas, particularmente en la contribución del profesor Serguei Semenov, estudioso del humanismo precolombino en Meso y Sudamérica).

Debemos hacer también una distinción, un tanto pueril, entre los estudios “humanísticos” que se imparten en las facultades o institutos de estudios y la actitud personal no definida por la dedicación profesional sino por el emplazamiento frente a lo humano como preocupación central. Cuando alguien se define como “humanista” no lo hace con referencia a sus conocimientos de “humanidades” y, parejamente, un estudiante o estudioso de esas disciplinas no por ello se considera “humanista”. Deslizamos este comentario porque no han faltado quienes ligaran al “humanismo” con un determinado tipo de conocimiento o nivel cultural.

En Occidente, dos son las acepciones que se suelen atribuir a la palabra «humanismo». Se habla de «humanismo» para indicar cualquier tendencia de pensamiento que afirme el valor y la dignidad del ser humano. Con este significado, se puede interpretar al humanismo de los modos más diversos y contrastantes. En su significado más limitado, pero colocándolo en una perspectiva histórica precisa, el concepto de Humanismo es usado para indicar ese proceso de transformación que se inició entre finales del siglo XIV y comienzos del XV y que, en el siglo siguiente, con el nombre de «Renacimiento», dominó la vida intelectual de Europa. Basta mencionar a Erasmo; Giordano Bruno; Galileo; Nicolás de Cusa; Tomás Moro; Juan Vives y Bouillé para comprender la diversidad y extensión del Humanismo histórico. Su influencia se prolongó a todo el siglo XVII y gran parte del XVIII, desembocando en las revoluciones que abrieron las puertas de la Edad Contemporánea. Esta corriente pareció apagarse lentamente hasta que a mediados de este siglo ha echado a andar nuevamente en el debate entre pensadores preocupados por las cuestiones sociales y políticas.

Los aspectos fundamentales del Humanismo histórico fueron, aproximadamente, los siguientes:

  1. La reacción contra el modo de vida y los valores del Medioevo. Así comienza un fuerte reconocimiento de otras culturas, particularmente de la greco-romana en el arte, la ciencia y la filosofía.
  2. La propuesta de una nueva imagen del ser humano, del que se exaltan su personalidad y su acción transformadora.
  3. Una nueva actitud respecto a la naturaleza, a la que se acepta como ambiente del hombre y ya no como un sub-mundo lleno de tentaciones y castigos.
  4. El interés por la experimentación e investigación del mundo circundante, como una tendencia a buscar explicaciones naturales, sin necesidad de referencias a lo sobrenatural.

Estos cuatro aspectos del Humanismo histórico convergen hacia un mismo objetivo: hacer surgir la confianza en el ser humano y su creatividad, y considerar al mundo como reino del hombre, reino al cual éste puede dominar mediante el conocimiento de las ciencias. Desde esta nueva perspectiva se expresa la necesidad de construir una nueva visión del universo y de la historia. De igual manera, las nuevas concepciones de ese Humanismo histórico llevan al replanteo de la cuestión religiosa tanto en sus estructuras dogmáticas y litúrgicas, como en las organizativas que, a la sazón, impregnan las estructuras sociales del Medioevo. El Humanismo, en correlato con la modificación de las fuerzas económicas y sociales de la época, representa a un revolucionarismo cada vez más consciente y cada vez más orientado hacia la discusión del orden establecido. Pero la Reforma en el mundo alemán y anglosajón y la Contrarreforma en el mundo latino tratan de frenar a las nuevas ideas reproponiendo autoritariamente la visión cristiana tradicional. La crisis pasa de la Iglesia a las estructuras estatales. Finalmente, el imperio y la monarquía por derecho divino son eliminados merced a las revoluciones de fines del siglo XVIII y XIX.

Pero luego de la Revolución francesa y de las guerras de la independencia americanas, el Humanismo prácticamente ha desaparecido no obstante continuar como trasfondo social de ideales y aspiraciones que alienta transformaciones económicas, políticas y científicas. El Humanismo ha retrocedido frente a concepciones y prácticas que se instalan hasta finalizado el Colonialismo, la Segunda Guerra Mundial y el alineamiento bifronte del planeta. En esta situación se reabre el debate sobre el significado del ser humano y la naturaleza, sobre la justificación de las estructuras económicas y políticas, sobre la orientación de la ciencia y la tecnología y, en general, sobre la dirección de los acontecimientos históricos.

Luego del largo camino recorrido y de las últimas discusiones en el campo de las ideas, queda claro que el Humanismo debe redefinir su posición no solamente en tanto concepción teórica sino en cuanto actividad y práctica social. Para esto, nos apoyaremos continuamente en su Documento fundacional.

El estado de la cuestión humanista debe ser planteado hoy con referencia a las condiciones en que el ser humano vive. Tales condiciones no son abstractas. Por consiguiente, no es legítimo derivar al Humanismo de una teoría sobre la Naturaleza, o una teoría sobre la Historia, o una fe sobre Dios. La condición humana es tal que el encuentro inmediato con el dolor y con la necesidad de superarlo es ineludible. Tal condición, común a tantas otras especies, encuentra en la humana la adicional necesidad de prever a futuro cómo superar el dolor y lograr el placer. Su previsión a futuro se apoya en la experiencia pasada y en la intención de mejorar su situación actual. Su trabajo, acumulado en producciones sociales pasa y se transforma de generación en generación en lucha continua por superar las condiciones naturales y sociales en que vive. Por ello, el Humanismo define al ser humano como ser histórico y con un modo de acción social capaz de transformar al mundo y a su propia naturaleza. Este punto es de capital importancia porque al aceptarlo no se podrá, coherentemente, afirmar luego un derecho natural, o una propiedad natural, o instituciones naturales o, por último, un tipo de ser humano a futuro, tal cual hoy es, como si estuviera terminado para siempre.

El antiguo tema de la relación del hombre con la naturaleza cobra nuevamente importancia. Al retomarlo descubrimos esa gran paradoja en la que el ser humano aparece sin fijeza, sin naturaleza, al tiempo que advertimos en él una constante: su historicidad. Por ello es que, estirando los términos, puede decirse que la naturaleza del hombre es su historia; su historia social. Por consiguiente, cada ser humano que nace no es un primer ejemplar equipado genéticamente para responder a su medio, sino un ser histórico que desenvuelve su experiencia personal en un paisaje social, en un paisaje humano.

He aquí que en este mundo social, la intención común de superar el dolor es negada por la intención de otros seres humanos. Estamos diciendo que unos hombres naturalizan a otros al negar su intención: los convierten en objeto de uso. Así, la tragedia de estar sometido a condiciones físicas naturales, impulsa al trabajo social y a la ciencia hacia nuevas realizaciones que superen a dichas condiciones; pero la tragedia de estar sometido a condiciones sociales de desigualdad e injusticia impulsa al ser humano a la rebelión contra esa situación en la que se advierte no el juego de fuerzas ciegas sino el juego de otras intenciones humanas. Esas intenciones humanas, que discriminan a unos y a otros, son cuestionadas en un campo muy diferente al de la tragedia natural en la que no existe una intención. Por esto es que siempre existe en toda discriminación un monstruoso esfuerzo por establecer que las diferencias entre los seres humanos se deben a la naturaleza, sea física o social, que realiza su juego de fuerzas sin que intervenga la intención. Se harán diferencias raciales, sexuales y económicas justificándolas por leyes genéticas o de mercado, pero en todos los casos se habrá de operar con la distorsión, la falsedad y la mala fe.

Las dos ideas básicas expuestas anteriormente: en primer lugar la de la condición humana sometida al dolor con su impulso por superarlo y, en segundo término, la definición del ser humano histórico y social, centran el estado de la cuestión para los humanistas de hoy. Sobre estos particulares remito al libro Contribuciones al Pensamiento, de Silo, en el ensayo titulado: Discusiones Historiológicas.

En el Documento fundacional del Movimiento Humanista se declara que ha de pasarse de la pre-historia a la verdadera historia humana recién cuando se elimine la violenta apropiación animal de unos seres humanos por otros. Entre tanto, no se podrá partir de otro valor central que el del ser humano pleno en sus realizaciones y en su libertad. La proclama: «Nada por encima del ser humano y ningún ser humano por debajo de otro», sintetiza todo esto. Si se pone como valor central a Dios, al Estado, al Dinero o a cualquier otra entidad, se subordina al ser humano creando condiciones para su ulterior control o sacrificio. Los humanistas tenemos claro este punto. Los humanistas somos ateos o creyentes, pero no partimos del ateísmo o de la fe para fundamentar nuestra visión del mundo y nuestra acción; partimos del ser humano y de sus necesidades inmediatas.

Así, los humanistas fijamos posiciones. No nos sentimos salidos de la nada sino tributarios de un largo proceso y esfuerzo colectivo; nos comprometemos con el momento actual y planteamos una larga lucha hacia el futuro. Afirmamos la diversidad en franca oposición a la regimentación que hasta ahora ha sido impuesta y apoyada con explicaciones de que lo diverso pone en dialéctica a los elementos de un sistema, de manera que al respetarse toda particularidad se da vía libre a fuerzas centrífugas y desintegradoras. Los humanistas pensamos lo opuesto y destacamos que, precisamente en este momento, el avasallamiento de la diversidad lleva a la explosión de las estructuras rígidas. Por esto es que enfatizamos en la dirección convergente, en la intención convergente y nos oponemos a la idea y a la práctica de la eliminación de supuestas condiciones dialécticas en un conjunto dado.

Los humanistas reconocemos los antecedentes del Humanismo histórico y nos inspiramos en los aportes de las distintas culturas, no solamente de aquellas que en este momento ocupan un lugar central; pensamos en el porvenir tratando de superar la crisis presente; somos optimistas: creemos en la libertad y el progreso social.

Bibliografía

Conferencia “La posición del Nuevo Humanismo”, dada por Silo en S.S. de Jujuy, 30-10-1995.