Una persona puede comprender la doctrina de la Comunidad y además estar totalmente de acuerdo con ella. Sin embargo, no por eso experimentará en su vida un cambio positivo. Se entiende que si no hace algo, todo quedará en una buena intención.

Esa persona querría estudiar en sí misma los temas que propone la Comunidad y además desearía por sí sola realizar experiencias a fin de modificar su conducta y los hábitos mentales que la llevan al sufrimiento. Sin embargo, tal vez sucediera que se encontrara al poco tiempo, con que ha olvidado todo lo que se propuso, o bien con que es muy difícil mantener una actividad sostenida en la dirección de su progreso.

La imposibilidad de hacer algo en ese sentido, solo y por cuenta propia, es consecuencia del peso de los hábitos adquiridos a lo largo de la vida, que obligan al individuo a hacer cosas opuestas a las que aquí se proponen.

La conclusión que se saca de todo esto, es desafortunada y puede expresarse así: no se puede sostener un cambio profundo, opuesto a los hábitos anteriores si no se recibe ayuda de otros que actúan en la misma dirección.

A esto se lo podrá discutir cuanto se quiera, pero la experiencia enseña que si los hábitos son fuertes y, además, se vive en un medio en el que ocurrre la misma situación, el individuo no puede modificarse y por tanto, no puede superar solo el sufrimiento.

Lo anterior explica la necesidad del trabajo organizado y conjunto y justifica la creación de la Comunidad como el intrumento de mejor ayuda que se puede brindar en estas materias.

Las reuniones comunitarias se efectúan regularmente con el objeto de profundizar en el conocimiento y cambio positivos, ayudando a sostener el impulso necesario para que en su vida diaria, cada persona pueda avanzar.