Todavía quedan militantes políticos que se inquietan por saber quién será primer ministro, presidente, senador o diputado. Es posible que aquellos no comprendan hacia qué desestructuración estamos avanzando y qué poco significan las mentadas “jerarquías” en orden a la transformación social. También habrá más de un caso en el que la inquietud está ligada a la situación personal de supuestos militantes preocupados por su ubicación en el ámbito del negocio político. La pregunta, en todo caso, debe referirse a comprender cómo priorizar los conflictos en los lugares en que cada uno desarrolla su vida cotidiana y saber cómo organizar frentes de acción adecuados en base a dichos conflictos. En todo caso debe quedar en claro qué características deben tener las comisiones laborales y estudiantiles de base, los centros de comunicación directa y las redes de consejos vecinales; qué se debe hacer para dar participación a todas las organizaciones mínimas en las que se exprese el trabajo, la cultura, el deporte y la religiosidad popular. Y aquí conviene aclarar que cuando nos referimos al medio inmediato de las personas formado por compañeros de trabajo, parientes y amigos, en particular debemos mencionar a los lugares en que se dan esas relaciones.
Hablando en términos espaciales, la unidad mínima de acción es el vecindario en el que se percibe todo conflicto aunque sus raíces estén muy distantes. Un centro de comunicación directa es un punto vecinal en el que ha de discutirse todo problema económico y social, todo problema de salud, de educación y de calidad de vida. La preocupación política consiste en priorizar ese vecindario antes que el municipio, o el condado, o la provincia, o la autonomía, o el país. En verdad, mucho antes de que se formaran los países existían las personas congregadas como grupos humanos que al radicarse se convirtieron en vecinos. Luego, y a medida que se fueron montando superestructuras administrativas, se les fue arrebatando su autonomía y su poder. De esos habitantes, de esos vecinos, deriva la legitimidad de un orden dado y desde allí debe levantarse la representatividad de una democracia real. El municipio debe estar en manos de las unidades vecinales y, si esto es así, no puede plantearse como objetivo emplazar diputados y representantes de distintos niveles, como ocurre en la política cupular, sino que ese emplazamiento debe ser consecuencia del trabajo de la base social organizada. El concepto de “unidad vecinal” vale tanto para una población extensa como para una población concentrada en barrios o edificaciones de altura. La conexión entre unidades vecinales debe decidir la situación de una comuna dada y esa comuna no puede, inversamente, depender en sus decisiones de una superestructura que dicta órdenes. En el momento en que las unidades vecinales pongan en marcha un plan humanista de acción municipal y ese municipio o comuna organice su democracia real, el “efecto demostración” se hará sentir mucho más allá de los límites de ese bastión. No se trata de plantear un gradualismo que deba ir ganando terreno hasta llegar a todos los rincones de un país, sino de mostrar en la práctica que en un punto está funcionando un nuevo sistema.
Los problemas de detalle que presenta todo lo anterior son numerosos, pero su tratamiento en este escrito parece excesivo.
Reciban con esta última carta, un gran saludo.
15 de diciembre de 1993