Estimados amigos:
Entre tanta gente con preocupaciones por el desarrollo de los acontecimientos actuales, me encuentro a menudo con antiguos militantes de partidos u organizaciones políticas progresistas. Muchos de ellos aún no se recuperan del shock que les provocara la caída del “socialismo real”. En todo el mundo cientos de miles de activistas optan por recluirse en sus ocupaciones cotidianas dando a entender con tal actitud que sus viejos ideales han sido clausurados. Lo que para mi ha representado un hecho más en la desintegración de estructuras centralizadas, por lo demás esperado durante dos décadas, para ellos ha sido una imprevista catástrofe. Sin embargo no es este el momento de envanecerse, porque la disolución de esa forma política ha generado un desbalance de fuerzas que deja el paso expedito a un sistema monstruoso en sus procedimientos y en su dirección.
Hace un par de años asistí a un acto público en el que viejos obreros, madres trabajadoras con sus niños y reducidos grupos de muchachos, alzaban el puño entonando los acordes de su canción. Todavía se veía el ondear de banderas y se escuchaba el eco de gloriosas consignas de lucha… y al ver esto consideré que tanta voluntad, riesgo, tragedia y esfuerzo movido por genuinos impulsos, se alejaba por un túnel que llevaba a la absurda negación de las posibilidades de transformación. Hubiera querido acompañar esa conmovedora escena con un canto a los ideales del viejo militante, aquel que sin pensar en éxitos mantenía en pie su orgullo combativo. Todo aquello me provocó una enorme ambigüedad y hoy, a la distancia, me pregunto: ¿qué ha pasado con tanta buena gente que solidariamente luchaba, más allá de sus intereses inmediatos, por un mundo que creía era el mejor de los mundos? No pienso solamente en aquellos que pertenecían a partidos políticos más o menos institucionalizados, sino en todos los que eligieron poner su vida al servicio de una causa que creyeron justa. Y, desde luego, no puedo medirlos por sus errores ni clasificarlos simplemente como exponentes de una filosofía política. Hoy es menester rescatar el valor humano y reanimar ideales en una dirección posible.
Reconsidero lo escrito hasta aquí y pido disculpas a los que no habiendo participado de aquellas tendencias y actividades se sienten ajenos a estos temas, pero también a ellos reclamo el esfuerzo de tener en cuenta asuntos que afectan a los valores e ideales de la acción humana. Sobre esto trata la carta de hoy, un poco dura, pero destinada a remover el derrotismo que parece haberse apoderado del alma militante.