Toda persona comprometida con la acción conjunta, todo aquel que actúa con otros en la consecución de objetivos sociales con sentido, debe tener en claro muchos defectos que en el pasado arruinaron a las mejores causas. Maquiavelismos ridículos, personalismos por encima de la tarea proclamada en conjunto y autoritarismos de todo tipo, llenan los libros de Historia y nuestra memoria personal.

¿Con qué derecho se utiliza una doctrina, una formulación de acciones, una organización humana, desplazando las prioridades que ellas expresan? ¿Con qué derecho planteamos a otros un objetivo y un destino si luego emplazamos como valor primario un supuesto éxito o una supuesta necesidad de coyuntura? ¿Cuál sería la diferencia con el pragmatismo que decimos repudiar? ¿Dónde estaría la coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos? Los instrumentadores de todos los tiempos han efectuado la básica estafa moral de presentar a otros una imagen futura movilizadora, guardando para sí una imagen de éxito inmediato. Si se sacrifica la intención acordada con otros se abre la puerta a cualquier traición negociada con el bando que se dice combatir. Y, en ese caso, se justifica tal indecencia con una supuesta “necesidad” que se ha escondido en el planteamiento inicial. Quede claro que no estamos hablando del cambio de condiciones y de tácticas en las que todo el que participa comprende la relación entre ellas y el objetivo movilizador planteado. Tampoco nos estamos refiriendo a los errores de apreciación que se pueden cometer en las implementaciones concretas. Estamos observando la inmoralidad que distorsiona las intenciones y ante la cual es imprescindible ponerse alerta. Es importante estar atentos a nosotros mismos y esclarecer a otros para que sepan por anticipado que al romper sus compromisos nuestras manos quedan tan libres como las suyas.

Por cierto que existe distinto tipo de astucias en la utilización de las personas y que no hay forma de hacer un catálogo completo. Tampoco es el caso de convertirnos en “censores morales” porque bien sabemos que detrás de esa actitud está la conciencia represora cuyo objetivo es sabotear toda acción que no controla, inmovilizando con la desconfianza mutua a los compañeros de lucha. Cuando se hace ingresar de contrabando supuestos valores que vienen desde otro campo para juzgar nuestras acciones, es bueno recordar que esa “moral” está en cuestión y que no coincide con la nuestra… ¿cómo esos tales podrían estar entre nosotros?

Por último es importante atender al gradualismo tramposo que se suele practicar para deslizar situaciones en contra de los objetivos planteados. En ese emplazamiento se encuentra todo aquel que nos acompaña por motivos diferentes a los que expresa. Su dirección mental es torcida desde el comienzo y solamente espera la oportunidad de manifestarse. Entre tanto, gradualmente, irá utilizando códigos manifiestos o larvados que responden a un sistema de doble lenguaje. Tal actitud casi siempre coincide con la de aquellos que en nombre de esa organización militante desreferencian a otra gente de buena fe, haciendo caer la responsabilidad de sus barbaridades sobre la cabeza de la gente auténtica.

No es el caso enfatizar en lo que desde hace mucho tiempo se ha conocido como los “problemas internos” de toda organización humana, pero sí me ha parecido conveniente mencionar la raíz coyunturalista que actúa en todo esto y que responde a la presentación de una imagen futura movilizadora guardando para sí una imagen de éxito inmediato.