Quisiera destacar, entre tantos otros posibles, tres campos de desestructuración: el político, el religioso y el generacional.

Queda claro que los partidos se alternarán ocupando el ya reducido poder estatal, resurgiendo como “derechas”, “centros” e “izquierdas”. Ya ocurren y ocurrirán muchas “sorpresas” al comprobarse que fuerzas dadas por desaparecidas emergen nuevamente y que agrupaciones y alineamientos entronizados desde décadas atrás se disuelven en medio del descrédito general. Esto no es una novedad en el juego político. Lo realmente original es que tendencias supuestamente opuestas podrán sucederse sin modificar en lo más mínimo el proceso desestructurador que, desde luego, las afectará a ellas mismas. Y si se trata de propuestas, lenguaje y estilo político, podremos asistir a un sincretismo general en el que los perfiles ideológicos quedarán cada día más borrosos. Frente a una lucha de slogans y formas vacías, el ciudadano medio se irá alejando de toda participación para concentrarse en lo más perceptual e inmediato. Pero la disconformidad social se hará sentir crecientemente mediante el espontaneísmo, la desobediencia civil, el desborde y la aparición de fenómenos psicosociales de crecimiento explosivo. Es en este punto donde aparece con peligrosidad el neo irracionalismo que puede liderar asumiendo formas de intolerancia como bandera de lucha. En este sentido es claro que si un poder central pretende asfixiar los reclamos independentistas, las posiciones tenderán a radicalizarse arrastrando a las agrupaciones políticas a su propia esfera. ¿Qué partido podrá quedar indiferente (a riesgo de perder su influencia) si estalla la violencia en un punto motivada por la cuestión territorial, étnica, religiosa o cultural? Las corrientes políticas habrán de tomar posiciones como hoy ocurre en varios lugares de Africa (18 puntos en conflicto); América (Brasil, Canadá, Guatemala y Nicaragua, sin considerar los reclamos de las colectividades indígenas de Ecuador y otros países de América del sur y sin atender a la agudización del problema racial en Estados Unidos); Asia (10 puntos, contando el conflicto chino-tibetano pero sin destacar las diferencias intercantonales que están surgiendo a lo largo de toda China); Asia del sur y del pacífico (12 puntos, incluyendo los reclamos de las colectividades autóctonas de Australia); Europa occidental (16 puntos); Europa oriental (4 puntos, tomando a Chequia y Eslovaquia, a la ex Yugoslavia, a Chipre y a la ex Unión Soviética como un solo punto cada una, porque de otro modo las zonas en conflicto pueden elevarse a 30, teniendo en cuenta a varios países de los Balcanes y a la Ex Unión Soviética con dificultades interétnicas y fronterizas en más de 20 repúblicas repartidas más allá de Europa oriental); Levante y Medio Oriente (9 puntos).

También los políticos tendrán que hacerse eco de la radicalización que van experimentando las religiones tradicionales como ocurre entre musulmanes e hinduístas en India y Pakistán, entre musulmanes y cristianos en la ex Yugoslavia y Líbano, entre hinduístas y budistas en Sri Lanka. Deberán expedirse en las luchas ínter sectas dentro de una misma religión como ocurre en la zona de influencia del Islam entre sunnitas y chiitas, y en la zona de influencia del cristianismo entre católicos y protestantes. Habrán de participar en la persecución religiosa que ha comenzado en Occidente a través de la Prensa y de la instauración de leyes limitantes a la libertad de culto y de conciencia. Es evidente que las religiones tradicionales tenderán al acoso de las nuevas formas religiosas que están despertando en todo el mundo. Según los bienpensantes, normalmente ateos pero objetivamente aliados de la secta dominante, el hostigamiento a los nuevos grupos religiosos “no constituye una limitación a la libertad de pensamiento sino una protección a la libertad de conciencia que se ve agredida por el lavado de cerebro de los nuevos cultos que, por lo demás, atentan contra los valores tradicionales, la cultura y la forma de vida de la civilización”. De este modo, políticos ajenos al tema religioso comienzan a tomar partido en esta orgía de cazabrujas porque, entre otras cosas, avizoran la popularidad masiva que empiezan a lograr estas nuevas expresiones de fe de trasfondo revolucionarista. Ya no podrán decir como en el siglo XIX, “la religión es el opio de los pueblos”, ya no podrán hablar del aislamiento adormecido de las multitudes y los individuos, cuando las masas musulmanas proclaman la instauración de repúblicas islámicas; cuando el budismo en Japón (desde el colapso de la religión nacional Shinto al fin de la segunda guerra mundial) motoriza la toma del poder por el Komeitó; cuando la Iglesia Católica tiende a la formación de nuevas corrientes políticas luego del desgaste del social cristianismo y del Tercermundismo en América Latina y Africa. En todo caso, los filósofos ateos de los nuevos tiempos, tendrán que cambiar los términos y reemplazar en su discurso el “opio de los pueblos” por la “anfetamina de los pueblos”.

Las dirigencias tendrán que fijar posiciones respecto a una juventud que toma características de “grupo de riesgo mayoritario” porque se le atribuye peligrosas tendencias hacia la droga, la violencia y la incomunicación. Estas dirigencias que insisten en ignorar las raíces profundas de tales problemas no están en condiciones de dar respuestas adecuadas por medio de la participación política, el culto tradicional, o las ofertas de una civilización decadente manejada por el Dinero. Mientras tanto se está facilitando la destrucción síquica de toda una generación y el surgimiento de nuevos poderes económicos que medran vilmente con la angustia y el abandono psicológico de millones de seres humanos. Muchos se preguntan ahora a qué se debe el crecimiento de la violencia en los jóvenes, como si no hubieran sido las viejas generaciones y la actual que detenta el poder, las que han perfeccionado una violencia sistemática aprovechando inclusive los avances de la ciencia y la tecnología para hacer más eficientes sus manipulaciones. Algunos destacan un cierto “autismo” juvenil, y teniendo en cuenta esa apreciación podría establecerse relaciones entre el alargamiento de vida de los adultos y el mayor tiempo de capacitación requerido para que los jóvenes superen el umbral de postergación. Esta explicación tiene asidero pero es insuficiente a la hora de entender procesos más amplios. Lo observable es que la dialéctica generacional, motor de la historia, ha quedado provisionalmente atascada y con ello se ha abierto un peligroso abismo entre dos mundos. Aquí es oportuno recordar que cuando algún pensador advirtió hace décadas sobre aquellas tendencias que hoy ya se expresan como problemas reales, los mandarines y sus formadores de opinión solo atinaron a rasgarse las vestiduras acusando a tal discurso de promover la guerra generacional. En aquellos tiempos, una poderosa fuerza juvenil que debería haber expresado el advenimiento de un fenómeno nuevo, pero también la continuación creativa del proceso histórico, fue desviada hacia las difusas exigencias de la década del ’60 y empujada hacia un guerrillerismo sin salida en varios puntos del mundo. Si se pretende actualmente que las nuevas generaciones canalicen su desesperación en el tumulto musical y en el estadio de fútbol, limitando sus reclamos a la camiseta y el póster de inocentes proclamas, habrá nuevos problemas. Tal situación de asfixia crea condiciones catárticas irracionales aptas para ser canalizadas por los fascistas, los autoritarios y los violentistas de todo tipo. No es sembrando la desconfianza hacia los jóvenes o sospechando en todo niño a un criminal en potencia, como se establecerá el diálogo. Por lo demás, nadie muestra entusiasmo por dar participación en los medios de comunicación social a las nuevas generaciones, nadie está dispuesto a la discusión pública de estos problemas a menos que se trate de “jóvenes ejemplares” que reproduzcan la temática politiquera con música de rock o se aboquen, con espíritu de boys scouts, a limpiar pingüinos empetrolados sin cuestionar al gran capital como promotor del desastre ecológico! Mucho me temo que cualquier organización genuinamente juvenil (sea laboral, estudiantil, artística o religiosa) será sospechada de las peores maldades al no estar apadrinada por un sindicato, un partido, una fundación o una iglesia. Luego de tanta manipulación se ha de seguir preguntando por qué no se integran los jóvenes en las maravillosas propuestas que hace el poder establecido y se ha de seguir respondiendo que el estudio, el trabajo y el deporte tienen ocupados a los futuros ciudadanos de provecho. En tal caso nadie debería preocuparse por la falta de “responsabilidad” de gente tan atareada. Pero si la desocupación sigue trepando, si la recesión se hace crónica, si el desamparo cunde por doquier veremos en qué se transforma la no participación de hoy. Por diferentes motivos (guerras, hambrunas, desocupación, fatiga moral) se ha desestructurado la dialéctica generacional produciéndose aquel silencio de dos largas décadas, aquella quietud que tiende ahora a ser conmovida por un grito y por una acción desgarradora sin destino.

Por todo lo anterior parece claro que nadie podrá orientar razonablemente los procesos de un mundo que se disuelve. Esta disolución es trágica pero también alumbra el nacimiento de una nueva civilización, la civilización mundial. Si esto es así, también se ha de estar desintegrando un tipo de mentalidad colectiva al tiempo que emerge una nueva forma de concientizar el mundo. Sobre este punto quisiera traer aquí lo dicho en la primera carta: “… está naciendo una sensibilidad que se corresponde con los nuevos tiempos. Es una sensibilidad que capta al mundo como una globalidad y que advierte que las dificultades de las personas en cualquier lugar terminan implicando a otras aunque se encuentren a mucha distancia. Las comunicaciones, el intercambio de bienes y el veloz desplazamiento de grandes contingentes humanos de un punto a otro, muestran ese proceso de mundialización creciente. También están surgiendo nuevos criterios de acción al comprenderse la globalidad de muchos problemas, advirtiéndose que la tarea de aquellos que quieren un mundo mejor será efectiva si se la hace crecer desde el medio en el que se tiene alguna influencia. A diferencia de otras épocas llenas de frases huecas con las que se buscaba reconocimiento externo, hoy se empieza a valorar el trabajo humilde y sentido mediante el cual no se pretende agrandar la propia figura sino cambiar uno mismo y ayudar a hacerlo al medio inmediato familiar, laboral y de relación. Los que quieren realmente a la gente no desprecian esa tarea sin estridencias, incomprensible en cambio para cualquier oportunista formado en el antiguo paisaje de los líderes y la masa, paisaje en el que él aprendió a usar a otros para ser catapultado hacia la cúspide social. Cuando alguien comprueba que el individualismo esquizofrénico ya no tiene salida y comunica abiertamente a todos sus conocidos qué es lo que piensa y qué es lo que hace sin el ridículo temor a no ser comprendido; cuando se acerca a otros; cuando se interesa por cada uno y no por una masa anónima; cuando promueve el intercambio de ideas y la realización de trabajos en conjunto; cuando claramente expone la necesidad de multiplicar esa tarea de reconexión en un tejido social destruido por otros; cuando siente que aún la persona más “insignificante” es de superior calidad humana que cualquier desalmado puesto en la cumbre de la coyuntura epocal… cuando sucede todo esto, es porque en el interior de ese alguien comienza a hablar nuevamente el Destino que ha movido a los pueblos en su mejor dirección evolutiva, ese Destino tantas veces torcido y tantas veces olvidado, pero re-encontrado siempre en los recodos de la historia. No solamente se vislumbra una nueva sensibilidad, un nuevo modo de acción sino, además, una nueva actitud moral y una nueva disposición táctica frente a la vida”.

Cientos de miles de personas en todo el mundo adhieren hoy a las ideas plasmadas en el Documento Humanista. Están los comunista-humanistas; los social-humanistas; los ecologista-humanistas que sin renunciar a sus banderas dan un paso hacia el futuro. Están los que luchan por la paz, por los derechos humanos y por la no discriminación. Desde luego, están los ateos y la gente de fe en el ser humano y su trascendencia. Todos estos tienen en común una pasión por la justicia social, un ideal de hermandad humana en base a la convergencia de la diversidad, una disposición a saltar sobre todo prejuicio, una personalidad coherente en que la vida personal no está separada de la lucha por un nuevo mundo.