Ha de destacarse que los cuerpos militares deben estar formados por ciudadanos responsables de sus obligaciones con respecto a la legalidad del poder establecido. Si el poder establecido funciona sobre la base de una democracia en la que se respeta la voluntad mayoritaria por elección y renovación de los representantes populares, se respeta a las minorías en los términos consagrados por las leyes y se respeta la separación e independencia de poderes, entonces no es la fuerza armada quien tiene que deliberar acerca de los aciertos o errores de ese gobierno. Del mismo modo que en la implantación de un régimen ilegal, no puede la fuerza armada sostenerlo mecánicamente invocando una “obediencia debida” a ese régimen. Aún llegando al conflicto internacional, tampoco puede la fuerza armada practicar el genocidio siguiendo instrucciones de un poder afiebrado por la anormalidad de la situación. Porque si los derechos humanos no están por encima de cualquier otro derecho, no se entiende para qué existe organización social, ni Estado. Y nadie puede invocar “obediencia debida” cuando se trata del asesinato, la tortura y la degradación del ser humano. Si algo enseñaron los tribunales levantados luego de la Segunda Guerra Mundial fue que el hombre de armas tiene responsabilidades como ser humano, aún en la situación-límite del conflicto bélico.

A este punto podrá preguntarse: ¿no es el ejército una institución cuya preparación, disciplina y equipamiento lo convierte en factor primario de destrucción? Respondemos que así están montadas las cosas desde mucho tiempo antes de la situación actual y que, independientemente de la aversión que sentimos por toda forma de violencia, no podemos plantear la desaparición o el desarme unilateral de ejércitos creando vacíos que serían llenados por otras fuerzas agresivas, como hemos mencionado anteriormente al referirnos a los ataques realizados a países indefensos. Son las mismas fuerzas armadas las que tienen una importante misión que cumplir al no obstruir la filosofía y la práctica del desarme proporcional y progresivo, inspirando además a los camaradas de otros países en esa dirección y dejando en claro que la función castrense en el mundo de hoy es la de evitar catástrofes y servidumbres dictadas por gobiernos ilegales que no responden al mandato popular. Entonces, el mayor servicio que las fuerzas armadas podrá aportar a sus países y a toda la humanidad será el de evitar que existan las guerras. Este planteamiento que pudiera parecer utópico está respaldado actualmente por la fuerza de los hechos que demuestran la poca practicidad y la peligrosidad para todos cuando aumenta el poder bélico global o unilateral.

Quisiera volver sobre el tema de la responsabilidad militar por medio de una ejemplificación inversa. Durante la época de la Guerra Fría se repetía en Occidente un doble mensaje: por una parte, la NATO y otros bloques se establecían para sostener un estilo de vida amenazado por el comunismo soviético y, ocasionalmente, chino. Por otra, se emprendían acciones militares en áreas distantes para proteger los “intereses” de las potencias. En América Latina, el golpe de Estado dado por los ejércitos de la zona, tenía preferencias por la amenaza de la subversión interior. Las fuerzas armadas allí, dejaban de responder al poder político y se alzaban contra todo derecho y contra toda Constitución. Prácticamente, un continente se encontraba militarizado respondiendo a la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”. La secuela de muerte y atraso que dejaron tras de sí aquellas dictaduras fue singularmente justificada a lo largo de la cadena de mandos con la idea de la “obediencia debida”. Mediante ella se explicó que en la disciplina castrense se siguen las órdenes de la jefatura inmediata. Este planteamiento, que hace recordar las justificaciones de los genocidas del nazismo, es un punto que debe ser considerado a la hora de discutir los límites de la disciplina castrense. Nuestro punto de vista respecto a este particular, como ya hemos comentado, es que si el ejército rompe la dependencia del poder político se constituye en una fuerza irregular, en una banda armada fuera de la ley. Este asunto es claro pero admite una excepción: el alzamiento militar contra un poder político establecido ilegalmente o que se ha puesto en situación facciosa. Las Fuerzas Armadas no pueden invocar “obediencia debida” a un poder ilegal porque se convierten en sostenedoras de esa irregularidad, así como en otras circunstancias tampoco pueden producir el golpe militar escapando a la función de cumplir con el mandato popular. Esto en lo que hace al orden interno y, en relación al hecho bélico internacional, no pueden atentar contra la población civil del país enemigo.