Aún no ha desaparecido la agresividad de potencias que, en su momento, dieron por concluida la Guerra Fría. Actualmente existen violaciones de espacios aéreos y marítimos, aproximaciones imprudentes a territorios lejanos, incursiones e instalación de bases, afianzamientos de pactos militares, guerras y ocupación de territorios extranjeros por el control de vías de navegación o posesión de fuentes de recursos naturales. Los antecedentes sentados por las guerras de Corea, Vietnam, Laos y Camboya; por las crisis de Suez, Berlín y Cuba; por las incursiones en Grenada, Trípoli y Panamá han mostrado al mundo la desproporción de la acción bélica tantas veces aplicada sobre países indefensos y pesan a la hora de hablar de desarme. Estos hechos adquieren singular gravedad porque, en casos como el de la Guerra del Golfo, se realizan en los flancos de países de gran importancia que podrían interpretar a tales maniobras como lesivas para su seguridad. Semejantes excesos están logrando efectos residuales nocivos al fortalecer el frente interno de sectores que juzgan a sus gobiernos como incompetentes para frenar aquellos avances. Esto, desde luego, puede llegar a comprometer el clima de paz internacional tan necesario en el momento actual.