Se supone que en una democracia el poder proviene de la soberanía popular. Tanto la conformación del Estado como la de los organismos que de él dependen derivan de la misma fuente. Así, el ejército cumple con la función que le otorga el Estado para defender la soberanía y dar seguridad a los habitantes de un país. Desde luego que pueden ocurrir aberraciones según sea el ejército o una facción los que ocupen ilegalmente el poder, de acuerdo a lo visto anteriormente. Pero, como también hemos mencionado, podría suceder el caso extremo en que el pueblo decidiera cambiar ese tipo de Estado y ese tipo de leyes es decir, ese tipo de sistema. Al pueblo incumbiría hacerlo no pudiendo existir una estructura estatal y un sistema legal por encima de aquella decisión. Sin duda que las cartas fundamentales de muchos países contemplan la posibilidad de que ellas mismas sean modificadas por decisión popular. De esta manera podría ocurrir un cambio revolucionario en el que la democracia formal dé paso a la democracia real. Pero si se obstruyera esta posibilidad se estaría negando el origen mismo de donde brota toda legalidad. En tal circunstancia, y habiéndose agotado todos los recursos civiles, es obligación del ejército cumplir con esa voluntad de cambio desplazando a una facción instalada, ya ilegalmente, en el manejo de la cosa pública. Se arribaría de ese modo, mediante la intervención militar, a la creación de condiciones revolucionarias en las que el pueblo pone en marcha un nuevo tipo de organización social y un nuevo régimen jurídico. No es necesario destacar las diferencias entre la intervención militar que tiene por objetivo devolver al pueblo su soberanía arrebatada, con el simple golpe militar que rompe la legalidad establecida por mandato popular. En orden a las mismas ideas, la legalidad exige que se respete la demanda del pueblo aún en el caso de que éste plantee cambios revolucionarios. ¿Por qué las mayorías no habrían de expresar su deseo de cambio de estructuras y, aún, por qué no habrían de tener las minorías la oportunidad de trabajar políticamente para lograr una modificación revolucionaria de la sociedad? Negar por medio de la represión y la violencia la voluntad de cambio revolucionario compromete seriamente la legalidad del sistema de las actuales democracias formales.
Se habrá observado que no hemos rozado asuntos relativos a estrategia ni doctrina militar como tampoco a cuestiones de tecnología y organización castrense. No podría ser de otro modo. Nosotros hemos fijado el punto de vista humanista respecto a las fuerzas armadas relacionadas con el poder político y con la sociedad. Es la gente de armas la que tiene por delante un enorme trabajo teorético y de implementación práctica para adaptar esquemas a este momento tan especial que está viviendo el mundo. La opinión de la sociedad y el genuino interés de las fuerzas armadas por conocer esa opinión, aunque no sea especializada, es de fundamental importancia. Parejamente, una relación viva entre miembros de ejércitos de distintos países y la discusión franca con la civilidad es un paso importante en orden al reconocimiento de la pluralidad de los puntos de vista. Los criterios de aislamiento de unos ejércitos respecto a otros y de ensimismamiento respecto a las demandas del pueblo son propios de una época en la que el intercambio humano y objetal estaba restringido. El mundo ha cambiado para todos, también para las fuerzas armadas.