El surgimiento de una imagen siempre es acompañado por una sensación. Basándose en la sensación producida por estímulos detectados por sentidos externos o internos, incluyendo recuerdos e imaginación, aparece el registro, la experiencia de la sensación.
La sensación se puede definir como el átomo teórico de la percepción; el registro que se obtiene al detectarse un estímulo cualquiera (incluyendo imágenes o recuerdos) que hace variar el tono, la intensidad del trabajo del sentido afectado. Desde ese punto de vista, nada puede existir en la conciencia si no ha sido detectado por los sentidos; también los contenidos de la memoria, las actividades de la propia conciencia y de los centros son registrados por sentidos internos.
Lo que existe para la conciencia es lo que se ha manifestado ante ella, incluso ella misma, y como esa manifestación debe haber sido registrada, decimos que también aquí hay sensación. Considerar pues como sensación simplemente el dolor y el sufrimiento es acertado, pero al entender que estas sensaciones son, como todo impulso, deformadas y transformadas en la representación, no basta con la sensación para explicar el fenómeno del sufrimiento, sino que es necesario apelar, además, al trabajo de la imaginación.