A esas estructuraciones de los impulsos, en general, las llamamos formas. Si se piensa en las formas como entidades separadas del proceso psicológico, podría llegarse a considerar que, efectivamente, tienen existencia en sí, y que en realidad las representaciones, por ejemplo, vienen a llenar esas formas. Hubo en la Antigüedad quienes pensaron así, que tales formas existían y que los procesos internos venían a llenarlas. Pero la cosa -como ya hemos visto- es bastante diferente.
Las formas son ámbitos mentales de registro interno, que permiten aprehender los distintos fenómenos. Identificamos a las formas, hablando de los impulsos en el ámbito de la conciencia, casi exactamente con las imágenes, una vez que estos impulsos han partido de las vías abstractivas o asociativas. Antes de que suceda lo anterior, podemos considerar a las formas como estructuras de percepción. La percepción se estructura de una forma que ya le es propia y, así como cada sentido tiene su forma de adaptar los datos, la conciencia va a ajustar los aportes sensoriales con una forma particular correspondiente a las vías de percepción usadas. En consecuencia, de un objeto dado podrán tenerse distintas formas de acuerdo a los canales de percepción empleados, según la perspectiva con respecto al objeto, y con arreglo al tipo de estructuración que realice la conciencia, ya que cada nivel de conciencia establece su propio campo formal para estructurar los datos en formas también características (podríamos hablar de estructuras propias del sueño, propias de la vigilia, etc.). La articulación de datos que la conciencia lleva a cabo produciendo determinadas formas frente a distintos objetos, está ligada a un registro interno de ella. Cuando ese registro interno se codifica y aparece frente a la percepción nuevamente el objeto, éste en sí actúa como un signo para la conciencia, activando el registro interno correspondiente a esa forma perceptual adquiriendo significado. De manera que un estímulo se convierte en forma cuando la conciencia lo estructura desde su determinado nivel de trabajo, pudiéndose traducir en formas distintas, imágenes distintas, según el canal de percepción usado. Estas diferentes formas pueden relacionarse entre sí y permutarse unas por otras (a los efectos del reconocimiento por ejemplo), pues son correspondientes respecto del emplazamiento que tienen en el espacio de representación y en cuanto a la función que van a cumplir como imágenes al lanzar sus señales al centro adecuado.
Resumiendo: las formas son ámbitos mentales de registro interno que permiten estructurar distintos fenómenos. De manera que cuando hablamos de la forma de un fenómeno interno de conciencia, nos estamos refiriendo a la estructura particular que tiene respecto de otros, y a cómo está concertado internamente.
Los fenómenos se estructuran de una o de otra forma. El lenguaje común menciona esto de modo simple: «Las cosas están organizadas de una forma especial», se dice, «Las cosas se hacen de una forma determinada»; pues bien, a eso es a lo que nos referimos cuando hablamos de forma.
Vamos a considerar, además, y como ley invariable, que la estructura básica de la representación descansa en la extensión y en el color. Estas son estructuras de mutua implicación: «No hay forma sin extensión ni color», «no hay color sin extensión ni forma», etcétera.
Dependiendo del canal sensorial usado, todas las formas obtenidas de un objeto pueden aparecer como siendo diferentes al mismo, como si se tratara de distintos objetos. Al percibir un objeto auditivamente, por ejemplo, o visualmente, según el sentido activado, puede presentarse aparentemente como objetos diversos porque la estructuración efectuada mediante los datos provenientes del objeto es distinta. La manera de percibir es la misma y las formas perceptuales diferentes, a medida que se está obteniendo una imagen total del objeto. Alguien puede sorprenderse al escuchar el sonido de un determinado objeto; lo ha sostenido en sus manos, advertido su peso, lo ha observado desde todos los ángulos, pero si ese objeto cae al suelo, por ejemplo, tiene un sonido particular que jamás se le hubiera ocurrido pensar. Es más, si se hubiera caído tal objeto y no hubiera visto la correspondencia que existe entre el objeto habitualmente percibido y el sonido que emite, le hubiera parecido un sonido extraño, o lo hubiera atribuido a otro objeto distinto.