Hemos reparado anteriormente en que la imagen interna puede, o no, coincidir con los datos perceptuales externos, y en que si ese dato está codificado ya como registro, la dinámica de la señal externa movilizará el registro interno. Al observar un fenómeno, y al obtener el registro corres­pondiente, lo que pase con la variación de ese fenómeno externo va a modificar el registro interno. Si se observa una línea en el espacio y esta línea es seguida por el ojo en una dirección, internamente también se va a registrar idéntico desplazamiento en el espacio de representación, de tal manera que lo que va pasando con el ojo, va pasando también en el espa­cio interno de representación. Y si el ojo sigue una línea que traza un cír­culo, en el espacio de representación también aparece esa movilidad del círculo. De modo que no va a ser indiferente el tipo de imagen que apa­rezca fuera, por cuanto esa imagen producirá una forma internamente correspondiente que habrá de adecuarse en algún punto del espacio inter­no.

Bastaría, entonces, con estudiar lo que hace el ojo siguiendo a estos actos de percepción para comprender lo que sucede internamente en el sis­tema de registros.

Existe lo que usualmente se denomina signo, símbolo y lo que se llama alegoría, aunque no haya mucha precisión en esto, y no se haya definido convenientemente la diferencia entre un símbolo, una alegoría y un signo.

Para nosotros un símbolo es una imagen proveniente del canal abs­tractivo, y una alegoría es una imagen surgida del canal asociativo. Las dos son imágenes pero tienen notables diferencias en su estructuración, en su forma.

Las imágenes que han partido de la vía abstractiva son reductivas, imá­genes desposeídas de caracteres secundarios, que sintetizan gran cantidad de elementos o abstraen lo más esencial de todas ellas; mientras que las imágenes que corresponden a la vía asociativa son sumamente complejas, y a las cuales se les adhieren otras imágenes, como si fueran imanes men­tales. Estas imágenes, sumatorias y multiplicativas, son las que llamamos alegorías y parten de ese particular canal asociativo; mientras que las imá­genes abstractivas van pasando por especies de filtros antes de surgir, van purificando los datos quedándose con lo más esencial de ellos.

Símbolo es, pues, una imagen de carácter fijo, que surge del canal abs­tractivo, desposeída de características secundarias, reductiva, que sinteti­za o abstrae lo más esencial para ordenar.

Cuando el símbolo cumple con la función de codificar registros, le denominamos signo.

La alegoría es una imagen dinámica producida por la vía asociativa de la conciencia, de características multiplicativas, sumatorias, asociativas y transformativas. Lo alegórico es fuertemente situacional, relata situacio­nes referidas a la mente individual (en los sueños, arte, mística, patología, etcétera.) o colectiva (en los cuentos, arte, folklore, mitos, religiones, etcé­tera).

El signo, decíamos, cumple con la función de codificar registros inter­nos y expresar convencionalmente abstracciones para operar en el mundo. Así, a los símbolos registrados, codificados, les llamamos en ese caso sig­nos, aunque funcionan en el mismo ámbito que lo simbólico.

En este sentido, la palabra, por ejemplo, es un signo que está codifica­do, que suscita un tipo de registro y que despierta, como todo registro, una serie de actuaciones y de procesos. Ejemplo: si a una persona se le dice «incendio», probablemente no perciba mas que la palabra en sí, pero, con seguridad, al estar esta palabra codificada como registro, en su interior se despierta un intrincado sistema de reacciones. Con cada palabra que se profiere, con cada signo, se evoca esa codificación y las relaciones que le son inmediatas.

Antes mencionábamos que los signos no solamente son los del len­guaje. Los signos pueden provenir por distintos conductos; por ejemplo: podría establecerse un sistema de relación sígnica con otra persona moviendo los brazos o gesticulando de un determinado modo. Si se reali­zan gestos frente a otra persona, ella recibe ese dato que está codificado internamente, y suscita en su interior el mismo proceso que dio lugar a la imagen en quien lanzó el signo. De tal manera, se produce una suerte de desdoblamiento en donde finalmente se llega al mismo registro. De no ser así, no habría posibilidad de comunicación entre las personas.

De modo que, si alguien indica algo a otro con un gesto, evidente­mente, la otra persona debe tener de ese gesto el mismo tipo de registro interno, porque de otra manera no podría comprender el significado que tiene para el otro tal operación. Es gracias a los registros codificados por lo que pueden establecerse relaciones entre las personas. Y se trate de mudras, de miradas o de posturas corporales, en todos los casos, estaría­mos en presencia de signos.

Un simple ademán sería suficiente, a veces, para desencadenar un amplio sistema de registros codificados. Basta un gesto para asustar mucho a alguien, y es suficiente un gesto para calmar a otra persona. En estos sistemas de registro, así como el gesto es lanzado hacia afuera como signo que otro interpreta y hace con ese signo su trabajo, así también numerosos símbolos, signos y alegorías, pueden ser emplazados en un espacio de representación exterior, en el mundo externo.

En resumen: a las formas se las ordena en tres grupos principales -símbolos, signos y alegorías-, atendiendo a la función de respuesta dife­rente que asumen y al tipo de mecanismos dominantes en su producción. A estas tres categorías las vamos a considerar con referencia a la trans­formación y a la traducción que el aparato psicofísico efectúa frente a los estímulos. Por lo demás, los tópicos morfológicos son aplicables tanto a la psicología individual, como a la social.

Habitualmente se relaciona la forma con el modo de percepción visu­al, pero las percepciones no sólo son recibidas a través de la vista como sensaciones (estructuradas por la conciencia) sino que llegan, también, por los otros sentidos. De acuerdo a esto, las formas de los objetos pue­den referirse tanto al color como a la extensión, al sonido en general, al gusto, etcétera.

Las formas son las estructuras de percepción o de representación y no, por cierto, las estructuras de los objetos.

Las formas que emergen en la conciencia son reales compensaciones estructuradoras frente al estímulo -sea éste interno o externo-, presentán­dose como el objeto del acto de compensación estructuradora. El estímu­lo se convierte en forma cuando la conciencia lo estructura desde su deter­minado nivel de trabajo. De manera que un mismo estímulo se traduce en formas distintas según respuestas estructuradoras de diferentes niveles de conciencia.

Los niveles cumplen con la función de compensar estructuradoramen-te al mundo.

El símbolo va a operar traduciendo abstractivamente; el signo, de igual modo, pero adquiriendo carácter operativo convencional; la alegoría, en cambio, trabaja según mecanismos asociativos y multiplicativos.