El espacio de representación es una especie de pantalla mental en la que se proyectan las imágenes, formada a partir de los estímulos senso­riales, de la memoria y de la imaginación.

«Por último, nuestra preocupación no se dirige al «problema del origen de la representación del espacio», sino, opuestamente, al problema del «espacio» que acompaña a toda representación y en el que se da toda representación. Pero como el «espacio» de representación no es indepen­diente de las representaciones, ¿cómo podríamos tomar tal «espacio» sino como conciencia de la espacialidad en cualquier representación?»4

Esta «pantalla de proyección», está formada por el conjunto de repre­sentaciones internas de los propios sentidos cenestésicos y kinestésicos (sentidos internos), por lo que corresponde exactamente a las señales del cuerpo y se lo registra como la sumatoria de ellas, como una especie de segundo cuerpo de representación interna. Corresponde al espacio de representación un registro visual interior, por lo cual su composición interna corresponde a la estructura interna del ojo. Este espacio tiene gra­daciones en dos planos y, además, en volumen y profundidad, siendo esta versatilidad, precisamente, lo que permite detectar, según el emplaza­miento de la imagen, si los fenómenos han partido del mundo interno o externo, produciéndose en este caso, la ilusión de que el objeto es exter­no al espacio de representación -siempre interno-. Conforme se desciende de nivel de conciencia, aumenta en profundidad y volumen (coincidente-mente con el aumento de registro del intracuerpo) y a medida que se asciende a vigilia tiende a aplanarse y toma distintas características según los niveles que estén operando. También hemos de consignar que el espa­cio de representación está sometido a los ciclos o biorritmos que regulan toda la estructura humana. Igualmente, resaltaremos que no existe espacio de representación vacío de contenidos y es gracias a las representaciones que en él se formalizan, por lo que se tiene sensación de él.

«No hemos hablado de un espacio de representación en sí ni de un cuasi espacio mental. Hemos dicho que la representación como tal no puede independizarse de la espacialidad sin afirmar por ello que la representación «ocupe» un espacio. Es la forma de representación espacial la que tenemos en cuenta. Ahora bien, cuando no menciona­mos a una representación y hablamos del «espacio de representación» es porque estamos considerando al conjunto de percepciones e imáge­nes (no visuales) que dan el registro y el tono corporal y de concien­cia en el que me reconozco como «yo», en el que me reconozco como un «contínuo», no obstante el fluir y el cambio que experimento. De manera que ese «espacio de representación» es tal no porque sea un contenedor vacío que debe ser llenado por fenómenos de conciencia, sino porque su naturaleza es representación, y cuando sobrevienen determinadas imágenes la conciencia no puede sino representarlas

bajo la forma de extensión. Así, también podríamos haber enfatizado en el aspecto «material» de la cosa representada, refiriéndonos a la sustancialidad, sin por ello hablar de la imagen en el sentido en que lo hacen la física o la química. Nos referiríamos en ese caso, a los datos «hyléticos», a los datos materiales que no son la materialidad misma. Y, por supuesto, a nadie se le ocurriría pensar que la concien­cia tiene color, o que es un continente coloreado, por el hecho de que las representaciones visuales sean presentadas coloreadamente. Subsiste, no obstante, una dificultad. Cuando decimos que el espacio de representación muestra distintos niveles y profundidades, ¿es que estamos hablando de un espacio volumétrico, tridimensional, o es que la estructura perceptorepresentativa de mi cenestesia se me presenta volumétricamente? Sin duda, se trata de lo segundo, y es gracias a ello que las representaciones pueden aparecer arriba o abajo, a izquierda o a derecha y hacia adelante o hacia atrás, y que la «mirada» tambien se ubica respecto a la imagen en una perspectiva delimitada.»5

No será ocioso insistir en que la representación interna del espacio mental, concerniente al registro visual interior de las sensaciones del cuerpo, es la que permite la conexión entre las producciones de la con­ciencia y el cuerpo mismo. Esta intermediación es necesaria para que el cuerpo se mueva en alguna dirección, ya que cuando algún sistema de impulsos llega a él (de sentidos, memoria o imaginación) es convertido en imagen en ese espacio y esa imagen es emplazada en alguna franja y pro­fundidad. Cuando una imagen es traducida en algún punto y profundidad determinados, para producir actividad en los centros de respuesta, resulta una variación en el centro, que actúa según la situación de plano y pro­fundidad del emplazamiento de la imagen.

Sirviéndose, entonces, de la abstracción y la asociación, la conciencia estructura las imágenes dentro de un espacio de representación.

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[pie]4. Silo, Contribuciones al pensamiento, Planeta, Buenos Aires, 1991, pg. 41.
5. Silo, Op.cit., pgs. 73-74.[/pie]