Muy temprano, los rusos salieron hacia una dirección señalada en el libro de Grigori. Sin embargo, en pleno camino Yuri decidió cambiar de ruta y ante el asombro de Igor, fueron derechamente hacia los barrios bajos como si el profesor los hubiera conocido de antemano. «Es una corazonada», había dicho Yuri llegando ante una vieja casona. Llamaron a la puerta y fueron introducidos de inmediato por un sujeto vestido con túnica azafrán. Los dos hombres se miraron con sorpresa, pero no dijeron una sola palabra.
En un pequeño cuarto los recibió Tensing Chöbrang. Se trataba de un hombre culto, en la actualidad profesor de religiones orientales en Ámsterdam. En esos días había cerrado una gira por distintas partes del mundo, buscando emplazamiento para los que el llamaba «refugiados del Tibet». El anfitrión había recibido a los visitantes sentado entre multicolores almohadones, enmarcado por el abigarrado estilo budista tibetano. El lama Tensing, hablaba con deferencia, explicándoles que sus gestiones habían progresado en América del Sur. Ello interesó vivamente a Yuri, quien trató de sondear los motivos de semejante orientación geográfica. Tensing, entonces, comento que cierta zona del altiplano sudamericano poseía características climáticas y humanas, similares a las del Tibet. Sin embargo, se había explayado el lama, existían aun ciertas dificultades que ponían los gobiernos de aquellas remotas latitudes. El establecimiento de colonias agrícolas poco tecnificadas era una seria objeción para aquellos países jóvenes, sedientos de progreso, que generalmente optaban por la inmigración europea o, en todo caso, japonesa. Tensing siguió comentando que el Dalai Lama no había logrado colocar a los refugiados en ningún punto preciso y que estos se distribuían desordenadamente al norte de la India, trabajando en la apertura de caminos a cambio de pagas miserables. Morían por el hambre, la enfermedad y el cansancio. Nada hacia prever un mejoramiento en su situación, a menos que se los colocara en Latinoamérica o bien que regresaran su a madre patria. Detrás de todo aquello, el profesor advirtió otros móviles cuando Tensing subrayó en su perfecto ingles: ‑Una tenue línea conecta a los centros de iniciación del mundo. Los Himalayas han dado su mensaje.
Entonces, sin relación precisa, Yuri recordó al boliviano José Fuentes y a su Doctrina. Después de enrarecidas consideraciones, el lama habló sobre la extinción del budismo mahayana de la línea tántrica y de la religión chamánica Bon, propios del Tibet. No dejo tampoco de interpretar el régimen chino como un rebrote taoista, destructor de la ética confuciana, disimulado con el barniz ideológico del marxismo. Ese curioso punto de vista interesó a Yuri. Después de todo, la dialéctica del Yin‑Yang y la síntesis del Tao no era sino un marxismo religioso primitivo en lucha contra el estatismo imperial de Confucio. También recordó que Hegel, el creador de la dialéctica que terminó convirtiéndose en método del marxismo, había sido precisamente un teólogo. «De todas maneras ‑reflexionó‑ interpretar las filosofías políticas desde una óptica religiosa es una inversión típica del idealismo a ultranza.»
La conversación terminó en un clima delirante, cuando finalmente el lama estableció relaciones cósmicas y políticas.
‑Pocos días antes de la muerte de Mao un terremoto, que costó un millón de vidas, nos indicó su próximo deceso y un violento giro en la orientación china. Y cuando el Sha de Irán despegaba en su avión huyendo de la revolución islámica, se producía el sismo que arrasaba con vidas y aldeas enteras… Ustedes, los rusos, deberían cuidarse de tales cambios en sus fronteras. Ustedes, tienen muy buenos observatorios sismológicos, pero no poseen instrumental de observación de las conmociones mentales.
A esas alturas de la charla, Yuri experimentaba una suerte de intoxicación ideológico‑religiosa. En un momento se despidió de Tensing dejando en el lugar a Igor. Pero ya de regreso en su hotel no dejo de anotar la ultima frase del lama. A su modo, aquel había dicho en su lenguaje viscoso algo parecido a lo que el mismo escribiera en la revista de religiones comparadas de Moscú. Decidió seguir trabajando en sus apuntes mientras esperaba a Igor que, seguramente, continuaba las conversaciones con el lama. Después, aquel seguiría merodeando por los alrededores, de acuerdo al plan trazado.
Dos horas mas tarde, llego Igor. ‑Profesor, tengo novedades ‑dijo. Y corrió hasta un asiento próximo a Yuri. Este desplazó su silla, colocándose frente al interlocutor. Luego, preguntó:
‑¿Que lo trae tan agitado? ‑Y tuvo la sensación de conocer la respuesta anticipadamente.
‑Profesor ‑resopló Igor‑, usted salió del ashram y el vejete cambio de tono súbitamente. Abrió un cofre y me ofreció un medallón de jade. Entonces se produjo la confusión.
Igor comenzó a reír convulsivamente. Luego agrego: -Saqué unas rupias creyendo que el lama quería venderme algunas baratijas, pero cuando el sujeto vio el dinero, dijo una palabra extraña. Al instante, entraron dos monjes chillando como locos. Y mientras bufaban arrojando harina o talco al aire, uno de ellos trato de ponerme la mano encima… Usted sabe, todo terminó en desorden. Lo más gracioso fue que mientras los tipos saltaban como monos y yo rompía cuanto encontraba a mi alrededor, el lama, todo empolvado, paladeaba su asqueroso té… un té aceitoso en el que flotaban pelos de yac.
Hizo un silencio y comenzó a reir nuevamente.
‑¡Pelos de yac! ‑agregó‑. Me incline ante el lama y salí apresuradamente del ashram mientras seguía escuchando gritos en esa lengua incomprensible. ¿Tiene idea de que quiere decir todo eso?
‑Igor, ¿cuanto tiempo lleva en la India?
‑Diez años, profesor.
‑¿Y cómo es que todavía no interpreta las modalidades del lugar?
‑Las interpreto correctamente. Pero como usted sabe, los tipos no eran indios, sino tibetanos… ¡Pelos de yac! ‑repitió, riendo nuevamente.
Yuri, al celebrar íntimamente los impulsos iconoclastas de su compañero, evocaba aquella fuerza que ya había conocido en Grigori y en el furibundo Kárpov. Con que gusto él mismo, convertido en una tromba, hubiera volcado sillas y mesas en las ceremoniosas reuniones del comité. Pero en ese Igor que reía desprejuiciadamente delante de él, comenzó a ver como si dos imágenes se superpusieran… «Igor» con precisión de computadora parecía coger una cinta de telex en clave, la traducía velozmente y reintroducía respuestas en el aparato… Entonces, Yuri apartando de su mente esa visión desconcertante, quiso preguntar:
‑Igor, sea sincero. Usted…
‑¿Qué cosa, profesor? ‑dijo el otro, acomodándose en su asiento.
Yuri aspiro mirando a su compañero fijamente. Luego dejó escapar el aire con desesperanza. Paso un tiempo y dijo: ‑Olvídelo, Igor…, olvídelo.
‑Muy bien, profesor. Si me permite, deberíamos ir ahora a un lugar muy interesante que he descubierto. Se trata de un centro religioso de curación.
Mientras se acercaban al lugar, sentados en un carro remolcado por una motoneta, Yuri reflexionaba sobre las extrañas condiciones que rodearon a la entrevista con el lama. Por su parte, no había podido preguntar a aquel nada de interés y así como había entrado, había salido del ashram. Sin embargo. Tensing se había explayado sin que mediara pregunta alguna. Luego estaba la historia de Igor que tenia algún significado, aunque era difícil de discernir. Resolvió entonces volver al día siguiente pero solo, para evitar complicaciones. Habían llegado al centro de curación. Ya, desde la acera, tuvieron que empujar a una masa humana que les impedía el paso. Finalmente, llegaron al recinto central. Muy cerca de ellos yacía sobre una mesa un individuo cincuentón. Era de aspecto europeo, tal vez austríaco; tenia el pecho descubierto y el resto del cuerpo bajo una sábana blanca. Frente a cada ángulo de la mesa, estaba en pie un ayudante del curandero quien ahora entraba en escena mostrando sus manos al público, con las actitudes de un prestidigitador. El personaje comenzó a hablar en hindú a la multitud, mientras Igor iba traduciendo en voz baja a su compañero. Se trataba de una operación quirúrgica. Yuri alcanzo a ver a otros europeos. Entre ellos, a una mujer que lloraba ostensiblemente. Seguramente era la esposa del enfermo. El curandero se emplazó detrás de la mesa, mientras los rusos se acercaron a unos dos metros del paciente. Al punto, comenzaron unos cánticos monótonos y la habitación se impregno violentamente con el humo de los sahumerios. Los cuatro ayudantes empezaron a deslizar sus manos por sobre el cuerpo del europeo sin tocarlo en ningún momento, haciendo suertes de pases magnéticos. Igor explico que la intervención se iba a realizar sin anestesia y sin instrumental: solo iban a actuar las manos limpias del curandero para extraer un cáncer de estomago. La herida cerraría de inmediato y todo ello, gracias a los poderes de una diosa local. Dos mujeres llegaron al lugar con sendos recipientes, flanqueando al curandero. De pronto, una de ellas corrió la sabana, dejando al descubierto el abdomen del sujeto. Inmediatamente, paso por su vientre un algodón impregnado en agua con el que limpió el campo operatorio. Entonces, el curandero apoyando sus manos en el cuerpo, comenzó a introducir una de ellas en el vientre que parecía abrirse para darle paso. La sangre manaba ininterrumpidamente, mientras la mujer limpiaba con otro algodón. El curandero movía las manos a gran velocidad y, a veces, agitaba una de ellas arrojando sangre sobre la sábana. La concurrencia había enmudecido. El paciente apretaba los párpados y las mandíbulas fuertemente como dispuesto a recibir una tremenda golpiza. Y así, rápidamente, el operador sacó algo como una víscera del vientre del enfermo. Era un trozo negro y elástico que terminó por ser arrojado en el recipiente que sostenía la otra mujer. Las manos se movieron con mayor velocidad, hasta que todo terminó en un suave masaje abdominal. La operación había terminado. El curandero retrocedió un paso y aflojó el cuerpo como saliendo de un trance profundo. Una de las ayudantes absorbió la sangre con un gran algodón y dejo de ese modo, completamente limpio el campo operatorio.
La multitud se abalanzo de golpe para ver con sus propios ojos, el increíble fenómeno. El europeo estaba ahora en pie, mientras trataba de subir sus pantalones, pero le fue imposible. Su mujer se arrojó sobre él llorando a viva voz. A su vez, algunos hombres trataron de separar a la pareja, empeñados en tocar el vientre del recién intervenido. Cuando la histeria comenzó a generalizarse, los rusos pugnaron por salir hacia afuera del recinto y, en ese forcejeo, alcanzaron a ver como los pantalones del europeo caían y este, enredado, terminaba por el suelo con su mujer y algunos indios encima. Entretanto, otros se arrodillaban, besando las manos del curandero. Se escucharon los cánticos nuevamente, mientras Yuri y su acompañante ganaron la calle. Igor, dejando escapar un silbido de alivio, preguntó: ‑¿Que le pareció la demostración?
‑Una débil capa de ungüento alcalino en las manos y fenolftaleína en el agua. Resultado: sangre. Pero solo por el color. En cuanto a las vísceras extraídas, son de pollo. La ayudante las pasa al curandero, adentro del algodón. Sobre la introducción de las manos, no hay tal. Como el abdomen esta deprimido, el liquido rojo forma un pequeño embalse. El curandero flexiona los dedos y estos quedan disimulados, sobre todo si presiona hundiendo aun mas el vientre del paciente. Esa técnica es usada también en Filipinas por los «healers» y sirve, por supuesto, para esquilmar occidentales que llegan en avalancha a los centros de curación.
‑Entonces, ¿no sirvió nuestra incursión, profesor? ‑preguntó Igor.
‑Lo siento, no sirvió. No creo que de allí salga un nuevo líder religioso, o una concepción explosiva capaz de arrastrar masas.
‑Bueno, tengo varias cosas que mostrarle, muy cerca de acá ‑dijo Igor, arrastrando a Yuri hacia el vehículo en que los esperaba un sonriente chofer.
Los rusos tomaron contacto con asociaciones diversas. En todas partes fueron recibidos sin mayores preguntas por parte de los entrevistados, seguramente porque en su afán de hacer prosélitos se preocupaban mas por convencer a los visitantes que por conocer sus intenciones. En todo caso, tanto Igor en su calidad de guía «turístico», como el libro de Grigori permitían al profesor ir despejando incógnitas aunque ello resultara decepcionante.
Todos los ashrams, como los locales de las sociedades místicas, parecían responder a un mismo modelo. Siempre se trataba de predios amplios rodeados de rejas y custodiados por guardias arma dos. El recién llegado se hacia anunciar y pasaba luego por los jardines hasta el edificio central. Este indefectiblemente contaba con su oficina de recepción. Un gran living utilizado para grandes reuniones, era el centro de paso desde el que se comunicaban las salas de meditación y los dormitorios. En otro cuerpo, se ensamblaban cocina y comedores Separado de lo anterior, los lugares de aseo: baños, servicios sanitarios, lavandería, tendederos de ropa. Todo ello, naturalmente, en estado no satisfactorio. Los ashrams y sociedades mostraban prosperidad, asemejándose a lugares de reposo para gente madura, preferentemente occidental. Unos pocos jóvenes que dormitaban en los jardines eran, en todo caso, adinerados de aspecto informal. La secuencia era siempre igual: conversación en secretaría con algunas encargadas de relaciones públicas y entrega de folletos al visitante, en los que se exponía los cursos a seguir, cada uno con su precio al lado. Había cursos desde una semana hasta cuarenta días, pero era necesario agregar costo de alojamiento y manutención. Los cursos mas económicos se referían a macrobiótica, masajes espirituales, astrología, acupuntura, iriología, cartas del Tarot… Los de mediano precio correspondían a filosofía oriental, bioenergética, medicina alternativa, parapsicología y bio‑feedback. Pero el curso más concurrido era el mas caro. Siempre se trataba de una clase personal que daba el gurú en carne y hueso. Por cierto que estaba incluida la expedición de diplomas y el mantram personal, que se llevaba consigo el interesado.
Yuri y su acompañante, para tomar la mayor cantidad posible de muestras, habían terminado por dividir esfuerzos visitando separadamente distintos lugares. Cuando se encontraron nuevamente en el hotel, a fin de redactar las notas de la jornada, era medianoche. En los apuntes del profesor, quedo una pregunta sin responder: «¿Cómo fue que llegamos al ashram de Tensing? No sé que contestar, ni siquiera que pensar de todo esto. ¿Quien lo explicaría mejor: Kárpov o Nietzsky?»