Había viajado mas de mil kilómetros por una extensión casi vacía y plana en que la tierra se confundía con el cielo. A veces, pequeños pueblos. Y siempre vacas, como en la India. Pero el paisaje fue cambiando, haciéndose áspero a medida que el tren se aproximaba a su destino. Por la ventanilla izquierda Yuri veía agrandarse, a medida que pasaba el tiempo, una extendida línea blanca. Ya, a media mañana, el perfil de los Andes era neto. Allí estarían el Tupungato, el Plata y el Aconcagua. Ante un violento cielo azul, se levantaba el «techo de Occidente», esperándolo. Cuando el tren se detuvo, Yuri bajó lentamente la escalerilla. Por la estación se desplazaban unas pocas personas. Un cartel le indico el lugar en que se encontraba. Silabeo: «Mendoza». Desde allí partiría internándose derechamente en los Andes, hacia alguna población fronteriza con Chile. El frío cortante le recordó por un instante a su lejana Moscú.

‑ ¿Pa’qué lugar va, don? ‑le preguntó un taxista apoyado en la puerta de su coche.

– A un hotel. Tiene que ser próximo al centro comercial ‑dijo Yuri.

– ‘ Ta bien. El Hotel Aconcagua, entonces.

Partieron. En el trayecto, mientras Yuri veía pasar las achatadas construcciones provincianas, algo hirió sus ojos. Miro por la ventanilla trasera, pero ya había perdido de vista el objeto. Sin embargo, un semáforo en rojo detuvo la marcha del auto y a su derecha, en una pared, apareció el circulo con un triángulo equilátero inscrito. Estaba pintado a la carrera, como clandestinamente.

‑ ¿Qué es eso? ‑señaló Yuri.

El taxista miró y se encogió de hombros, sin responder. Al poco tiempo, llegaron al hotel. Pero el viajero sentía que algo se movía en su interior. Al parecer, las posibilidades de contacto aumentaban. Pero, «¿contacto con qué?», se preguntó. Porque si bien el símbolo era similar al del medallón que le entregara Tensing, encontrar tibetanos en estas latitudes resultaría difícil. A menos que el lama hubiera logrado permiso para establecer una colonia agrícola de sus refugiados… Por ultimo, tal símbolo era muy difundido en el mundo. Podría ser el emblema de un producto comercial, un club, o un partido político. Pero Yuri necesitaba averiguarlo.

Una hora después, el profesor caminaba por el centro comercial de la pequeña ciudad. Entro en la agencia de viajes Alfa. No había nadie que atendiera. Casi al abandonar el local, apareció por una puerta un hombre corpulento que avanzó muy despaciosamente, al tiempo que inquirió:

‑ ¿Que necesita?

‑ Quiero saber cómo llegar a Santiago de Chile.

‑ Puede hacerlo en avión, tren, o coche colectivo. Claro que, tal vez, este último medio sea inutilizable. Cuando nieva mucho, clausuran el paso terrestre ‑explicó displicentemente el hombre. Luego hizo una pausa y preguntó‑: ¿Extranjero el señor?

‑ Sí ‑repuso el ruso.

‑ Entonces, tendrá que llenar una tarjeta.

‑ ¿Podría suministrarme algunos mapas de la zona por la que voy a pasar? ‑demandó Yuri.

‑ Mire ‑dijo el hombre‑, si va al Departamento de Turismo le van a informar sobre todo lo que quiera saber ‑ y se fue caminando despaciosamente hasta desaparecer por la puerta.

El profesor salió de la agencia y a los pocos metros encontró el lugar que se le había mencionado. Una mujer joven le dio algunos mapas rudimentarios preparados para los turistas. Yuri aprovechó el buen talante de su interlocutora para arriesgar algunas preguntas.

‑ ¿Hay colonias agrícolas extranjeras por los alrededores?

‑ Si, hay colonias de japoneses, que se dedican a las flores.

‑ ¿Y colonial tibetanas?

‑ Señor ‑dijo ella‑, si va hasta el Diario, allá le explicaran todo eso. Ellos están informados sobre todo lo que pasa en Mendoza.

Yuri consideró que era una observación bastante primaria, pero con sentido común. Llegado al Diario, preguntó a un empleado sobre personas autorizadas para dar información. A su vez, este se interesó por conocer la identidad del consultante, de manera que Yuri extrajo su pasaporte destacando que era ruso. A los pocos minutos, el Director lo hacía entrar a su despacho, con gran deferencia.

‑ ¡Así es que tenemos el agrado de recibir a un diplomático ruso! Seguramente habrá llegado a Mendoza a contactar con nuestros exportadores de vinos y mientras hablaba, oprimió un botón‑. También exportamos frutos secos y cebollas de primera calidad. ¡Estados Unidos es un gran comprador de nuestros melones!

Un empleado interrumpió la explicación.

‑ ¡Prepare una entrevista! ¡Traiga los fotógrafos! ‑gritó el Director al que recién entraba. Y mientras el individuo salía a la carrera, continuó con sus consideraciones:

‑ Este es un excelente mercado de ajos…

‑ Quisiera decirle que he preferido mantener el anonimato ‑interrumpió Yuri.

El Director carraspeó. Oprimió nuevamente el botón y sonriendo forzadamente dijo: ‑Comprendo, comprendo. Primeramente tendrá que hacer todas las gestiones con el empresariado local.

‑ Por supuesto. Por ejemplo ‑arremetió Yuri­- necesitaría hablar con gente de las colonial agrícolas.

‑ Si, claro, los japoneses. También exportamos flores.

‑ ¿Y tibetanos?

El director enmudeció, al tiempo que se abría la puerta para dar paso a un tropel de periodistas, pero un gesto los hizo desaparecer.

‑¡Aquí no hay tibetanos!

‑ Yo he visto sus símbolos en las paredes. Son círculos con triángulos en su interior.

El director abrió la boca y frunció el ceño. ‑¡Que van a ser tibetanos! ¡Son unos tipos que periódicamente ensucian las paredes de la ciudad mas limpia del mundo!

Inexplicablemente, había perdido la compostura. Estaba rojo. Desprendió el cuello de su camisa y aspiro profundamente: ‑ ¡Tibetanos! Son unos pobres gatos locos que se dicen seguidores de una «Doctrina» ‑ luego, finalizó en frenético alegato‑: Están contra la religión y las buenas costumbres, pero ya les han matado a varios y otros están deportados. ¡Habría que matarlos a todos!

Yuri sintió que un frío recorría su columna. Entonces un torbellino de imágenes se hizo presente. Era un caleidoscopio en el que aparecieron José Fuentes, Tensing, los jóvenes de Poona. En la cima del Ararat estaba Grigori buscando algo que no encontraba, mientras la diosa Kali danzaba siniestramente. Sintió que todo giraba mientras se desplazaba por un túnel a gran velocidad.

‑ ¡Nosotros exportamos muy buenos productos! ‑ rugió el Director.

Yuri creyó caer desde una nube. Tenía delante de si a un burguesillo magro que se agitaba tras un escritorio en la oficina de un periódico de provincia. Un hombrecito que estaba ubicado a 33° latitud sur y 69° longitud oeste del meridiano de Greenwich. Decía que había que exportar cebollas; que «unos pobres gatos locos» no podían desviar una conversación sobre frutas desecadas. Afirmaba que el Ministerio de Defensa de la URSS y eminencias como Kárpov y Nietzsky no sabían que era lo mas importante. Aseguraba que los melones exportados a Estados Unidos frenarían la explosión psicosocial.

‑ ¿Quién puede informarme sobre esos seguidores de la Doctrina? ‑interrumpió Yuri con violencia.

El director esquivó el rostro como si hubiera recibido un guantazo. Luego entrecerró los párpados fingiendo recordar y dijo débilmente:

‑ Seguramente un periodista que tuvimos acá hace unos años. Trabaja ahora en la agencia de turismo Alfa. El los entrevistó una vez y eso le costo el puesto.

Salió del Diario a la carrera. Supo que el hombre robusto lo estaba esperando y que los símbolos de las paredes no estaban dirigidos al Director. Tal vez eran faros, señales que periódicamente se encendían para aquellos que sabían verlos. Se preguntó si antes que el habían orientado a otros buscadores. Cuando llego a la agencia, el hombre robusto escribía a maquina.

‑ Perdone que vuelva a molestarlo ‑se excusó Yuri‑. Pero necesito hablar con algún seguidor de la «Doctrina».

El hombre dejo de escribir y puesto detrás del mostrador movió negativamente la cabeza. Luego preguntó:

‑ ¿Qué doctrina?

El profesor extrajo el medallón y lo mostró. Cuando el hombre terminó de examinarlo, comentó con desdén:

‑Parece una piedra de calidad. Si quiere, lo puedo mandar a un viejo que sabe mucho de piedras. Si él dice que es buena, será así nomás. ¿Que le parece?

Yuri asintió.

‑ ¿Consiguió los mapas? ‑preguntó el hombre.

‑ Aquí los tengo ‑mostró Yuri.

‑ Pues bien, tírelos, porque no le van a servir ‑dijo el hombre con displicencia‑. Ahora escuche: usted debe llegar a un pueblo, mejor dicho, debe llegar a un grupo de ranchones viejos. El lugar se llama «Punta de Vacas». Está cerca del límite con Chile. Un coche colectivo sale todos los días a las seis de la mañana desde la terminal de ómnibus. Llega al lugar al mediodía. Lleve ropa de montaña. La población ha enloquecido porque la energía del lugar es muy intensa. No se preocupe por eso. ‑Hizo una larga pausa mientras Yuri tomaba nota. Luego continuó: ‑Pregunte por don Vergara. Si tiene suerte, encontrará al viejo pialando algún animal. Entonces muéstrele la piedra y dígale que viene a verlo desde muy lejos, porque el sabe mucho de eso ‑se interrumpió y cerró la conversación solemnemente: ‑ Ahora, déjeme seguir preparando un plan de viaje que esperan mil clientes.

El hombre giro sobre si y se lento a la maquina sin esperar respuesta.

‑ Le estoy muy agradecido ‑dijo Yuri en voz baja.

El hombre no se digno a contestar. Yuri salió en busca de la terminal de ómnibus, para arreglar la partida al día siguiente. Tendría, además, que comprar equipo de montaña. Pero no sabía cómo resolver el último problema. El hombre había dicho: «La población ha enloquecido porque la energía del lugar es muy intensa. No se preocupe por eso.» Decidió no preocuparse.