Yuri llego muy temprano al laboratorio de psicología aplicada, respondiendo a una sorpresiva invitación de Kárpov. Este lo estaba esperando con otro psicólogo. Mientras descendían hacia un tercer subsuelo, Kárpov preguntó:
‑¿Tiene alguna experiencia en los llamados «estados alterados de conciencia»?
‑No ‑respondió Yuri.
‑Lo suponía ‑considero Kárpov, cambiando con su ayudante una mirada cómplice, para agregar luego encogiéndose de hombros: ‑ Estos científicos de hoy, están formados sin base experimental. ¿Cómo se puede trabajar en religiones comparadas, sin comprender la experiencia psicológica religiosa?… Humanistas, solo humanistas ‑concluyó, meneando su despeinada cabeza leonina.
Mientras salían del montacargas, el profesor Tókarev consideraba lo acertado de las observaciones, respecto a su formación profesional. Entraron a una pequeña sala que bien podría haber sido el recibidor de un consultorio medico. Kárpov y Yuri tomaron asiento frente a frente, en sendos sofás. Una pequeña mesa los separaba. Sobre ella, algunas flores y ceniceros. La luz era ligeramente azulada. Un cierto olor a ozono se respiraba en el ambiente. Mientras tanto el otro hombre había desaparecido por una puerta lateral.
‑Usted seguirá opinando, como hace cien anos se decía, que «la religión es el opio de los pueblos», ¿no es así?
Yuri no respondió, tratando de comprender hacia donde se dirigía Kárpov. Verdaderamente ‑pensó‑, la religión era eso, menos que eso y tal vez algo más.
Antes no se conocían las anfetaminas, ‑intervino nuevamente el psicólogo ‑ ni el LSD 25. En la época de Marx el opio era la droga de moda. El opio crea condiciones irreales y placidas. Desarma, desinteresa, aquieta. ¿Cree acaso que la revolución de Irán corresponde a esos estados de conciencia?
Mientras tableteaba insistentemente con sus dedos en la pequeña mesa, Kárpov se extendía en extrañas consideraciones, escrutando a Tókarev tras sus gruesas gafas. ‑No tenemos mucho tiempo para inducir en usted los diferentes estados de conciencia que han producido y producen las practicas religiosas. Sin embargo, trataremos de acercarlo a esos fenómenos gracias a una experiencia sintética… Comprenderá que no lo haremos girar danzando como un derviche, un macumbero brasileño, un vuduista haitiano, o un tribal africano. Tampoco beberá soma, ni ingerirá hongos alucinógenos; no procederá con respiraciones forzadas yogas, con ejercicios físicos y ayunos extenuantes, ni se torturara con aflicciones medievales. Iremos al grano directamente.
Yuri comprendió que Kárpov y sus colegas habían logrado reproducir en laboratorio fenómenos sobre los que tantas veces se había preguntado. Al mismo tiempo se sorprendió al considerar la capacidad de adaptación de los científicos a las nuevas situaciones. Si, como sospechaba, el trabajo del equipo que luego formo el comité, había comenzado hacía solo cinco meses, era muy poco tiempo para que los psicólogos hubieran desarrollado una tecnología que esclareciera sobre cuestiones que venían pesando desde hacia milenios en el campo de la cultura. De pronto pregunto:
‑¿A que se refirió cuando dijo que se trataría de una «experiencia sintética»?
‑A que casi todos los estados alterados de conciencia responden a procesos de anoxia neuronal y desarreglo enzimático cerebral. Cualquier practica ritual que investigue, lo llevara al mismo resultado. No importa que se induzca el fenómeno por vía química, respiratoria, mecánica, ascética… Siempre llegará al mismo resultado: desarreglo enzimático, anoxia neuronal!
Karpov explicaba con tal entusiasmo, que terminó poniéndose en pie para desarrollar su pensamiento libremente. Y, mientras caminaba por toda la habitación como un oso enjaulado, su voz se hizo tronante: «Si usted muere, Tókarev, si clínicamente muere y lo recuperan antes de diez o quince minutos, hay un cincuenta por ciento de probabilidades que recuerde haberse encontrado fuera de su cuerpo. También es probable que pueda relatarnos algo acerca de una luz que dialogó con usted. Algo así como la luz de los UFOS, o de la zarza ardiente de Moisés, o de aquella otra que derribo a Saulo de su cabalgadura.»
Yuri comenzaba a relacionar numerosos mitos y leyendas que seguramente encajaban, al perfilarse una clave como la que se le estaba revelando por primera vez en su vida. Pero quiso comprender más.
‑En muchos libros «sagrados» ‑observó‑, se refieren esos fenómenos sin que hayan mediado condiciones como las que usted está explicando.
El psicólogo se paro en seco y luego arrecio con rabia contenida: ‑¡Haga el favor de no interrumpirme! Miles de sabios en el mundo, darían su cabeza por escucharme y usted se permite interrumpirme…, vamos por partes. En el libro tibetano de los muertos, que conocerá mejor que yo, se cita un procedimiento para liberar el alma en el momento de la muerte. Se trata de la posición del «león acostado». El sacerdote oprime una arteria del cuello del moribundo y, entonces, este cree que empieza a desplazarse por distintas regiones de luz… ¡Anoxia, Tókarev! Hasta en Estados Unidos saben de estas cuestiones. ¿Y que hacen entre tanto, nuestros distinguidos profesores? Pues, relacionan supercherías en base al estado económico de las sociedades que les dan origen. Eso, mi estimado amigo, es trabajar con herramientas del Paleolítico inferior.
Yuri pensó nuevamente que estaba frente a un aventurero y escandaloso de la pandilla del comité. Pero debió reconocer que pese al desviacionismo que rezumaba hasta por los poros, Kárpov y seguramente el conjunto que ahora apoyaba el Ministerio, era brillante.
‑Los americanos, hace años que trabajan con drogas ‑continuó el psicólogo‑ y hasta han usado la mezcla de Meduna para provocar estados alterados. Imagínese, un sinvergüenza de Wall Street aspira un gas en el que se ha variado la proporción de oxigeno y dióxido de carbono y, de pronto, ¡se siente transportado místicamente! ‑Hizo un silencio dramático y luego agregó lentamente: ‑Sabemos todo eso, pero también hemos encontrado otras formas que no requieren de anoxia. Por ejemplo: Buda, Jesús y Mahoma, se retiraron a lugares silenciosos para meditar… ¿Qué estuvieron haciendo ellos exactamente? Yo se lo diré. Estuvieron suprimiendo datos sensoriales, algo similar a lo que ocurrió a los cosmonautas al eliminárseles la gravedad.
‑No entiendo la relación, profesor Kárpov ‑oso Yuri interrumpir de nuevo. Kárpov volvió a su asiento ceremoniosamente. Luego, casi en secreto, dijo: ‑¿Sabía que varios astronautas americanos se dedicaron luego de su experiencia a la vida religiosa? ¿Sabía que Gagarin pretendió haber observado UFOS? ¿Sabía que el profesor Nietzsky detectó numerosos fenómenos extrasensoriales en situación de ingravidez?
Kárpov miraba intensamente a Yuri buscando en él los rasgos de la sorpresa pero este, fingiendo neutralidad, afirmo: ‑Sigo sin entender la relación.
‑¿Cómo que no encuentra la relación? ¿Pero no advierte que al eliminar señales en el cuerpo humano, sea por ingravidez o falta de estímulos, el sistema nervioso no puede trabajar normalmente? Si faltan señales, la conciencia se altera. De manera que no se trata ahora de anoxia, ni desarreglo enzimático. Se trata de falta de impulsos electroquímicos, con un resultado similar. Al no haber impulsos, solo la memoria entrega información y el sujeto recuerda vivamente escenas de la vida pasada, o bien, sus fantaseos se amplifican. Píenselo: ¡impulsos electroquímicos!
Kárpov había encendido un cigarrillo. Después, ofreció otro a Yuri. Este acepto y aprovechando el intervalo, espetó: ‑La experiencia de los estados alterados de conciencia permite seguramente comprender el fenómeno religioso desde el punto de vista psicológico, pero no explica como surge la religión; cómo, de pronto, se despierta la apetencia mística. Mi observación tiene que ver, concretamente, con las preocupaciones del comité.
‑Pues yo le digo, Tókarev, que cuando los problemas cotidianos que golpean el sistema nervioso de un individuo o un pueblo, son demasiados intensos, se produce un bloqueo de información, se produce una inhibición que opera como supresión sensorial. Un ser humano puede estar acompañado por cientos de personas y, sin embargo, se siente solo y sin comunicación. ¿Comprende, camarada?
‑No, no comprendo, camarada ‑respondió Yuri sarcásticamente.
‑Pues bien, adviértalo de una vez. O se enferma, o se suicida o enloquece, o huye de la realidad de muchas maneras… una de ellas, es mediante la religión. Y esa religiosidad, puede tomar rumbos contemplativos o agresivos, según las condiciones generales que rodean al fenómeno.
Yuri había dado con un sistema de explicación coherente. Todo parecía ensamblarse de modo fascinante. Era, por supuesto, orientador en la precisa línea de la investigación propuesta por el comité. Pero quiso asegurarse, aun a costa de indignar al colérico Kárpov.
‑¡Eso habrá que probarlo!
Kárpov enrojeció. Luego aspiro una gran bocanada de su «Karelia» y entonces, levantándose, fue hasta un tablero emplazado en la pared. Oprimió un botón y dijo: ‑De eso se trata. Queremos que usted tenga experiencia práctica de los estados alterados de conciencia, para que no termine desarmado en su investigación de campo. Porque, según me dicen, ira a los lugares en los que parece que comienza el hervidero de nuevos fenómenos místicos.
Se había corrido una compuerta. El recinto estaba atestado de controles. Allí maniobraba el otro psicólogo. Yuri se levanto y siguió a Kárpov, al tiempo que este explicó:
-Ahora va a entrar en la cámara de supresión sensorial, conocida como «cámara de silencio». Estará aislado del mundo, salvo de nosotros, que permaneceremos en los controles… ¡Entregue todas sus cosas!
Yuri se desnudo completamente, dejando las ropas sobre una silla. Kárpov le dio una pastilla verde pidiéndole que la disolviera lentamente en la boca. Entonces, giro un volante y empujando una puerta metálica, invito a Yuri a pasar. Este así lo hizo y la puerta se cerró silenciosamente a sus espaldas. Se encontró en un cuarto totalmente forrado, al parecer, con caucho. Una suerte de alfombrado gris claro cubría todo el piso. La luz, ligeramente azulada, permitía ver una tarima sobre la que descansaba la enorme piscina. De ella salía un denso vapor que se extendía lentamente.
-¡Tókarev! ‑grito Kárpov por el altavoz.
‑Escucho ‑respondió Yuri.
‑Suba por la escalerilla y entre al agua. No tema quemarse, esta a menos de treinta y siete grados. En pocos minutos no la sentirá porque se ajustara exactamente a la temperatura de su piel.
Yuri entro en la piscina y comenzó a sentarse en un ángulo de la misma.
‑Lo estamos filmando en circuito cerrado. Observe la banda que cruza transversalmente la piscina. Ella deberá sostener su cuerpo en flotación, para lo cual tendrá que colocarla en su zona lumbar y luego extenderse a flotar… No piense que se va a hundir. El liquido tiene una fuerte concentración sauna, pero la banda evitara que derive hacia los bordes de la piscina dándole sensaciones táctiles.
Mientras se acomodaba, Yuri pregunto por la sensación de la banda, la luz de la habitación y otros estímulos.
‑Las luces de los ozonizadores sirven para romper las moléculas grasas, responsables en gran parte de los olores. La pastilla que le di es clorofílica y cumple con la función de desodorizar su boca. La iluminación será suprimida cuando usted termine de instalarse en perfecta flotación… No escuchará ningún sonido, a menos que deseemos comunicarle alguna novedad. En cuanto a la banda, dejará de percibirla a los pocos minutos cumpliéndose la ley del estimulo constante decreciente. Otro tanto valdrá para el agua. No obstante, quedará sin cubrir su cara, la parte mas alta del pecho y las rodillas. Pero las sensaciones entre las partes inmersas y las mencionadas, se homogeneizarán por el vapor que terminará dando un 100 % de humedad ambiente y a igual temperatura del agua. ¿Comprende?
‑Está bien ‑repuso Yuri‑. ¿Que hago ahora?
‑No agite el agua. Desde aquí manejaremos dos barras: una llegará muy cerca de su cabeza, sin tocarla; la otra, quedará a pocos centímetros de su pecho y a lo largo del cuerpo. Desde ellas, tomaremos sin contacto directo sus señales electroencefalográficas, cardiográficas y mielográficas… Si algo no marcha, le haremos llegar un sonido aunque sus oídos estén bajo el agua.
Yuri estaba flotando, manteniendo los oídos fuera del agua. En un momento alcanzó a ver que se deslizaban las barras y tuvo tiempo para escuchar las últimas observaciones.
‑El vapor ya impide seguir su imagen en nuestras pantallas. Recuerde: si quiere arruinar el trabajo, basta con que silbe, toque las paredes de la piscina, o pellizque alguna parte de su cuerpo. Hay mil maneras de evitar la supresión sensorial. Pero ¿no será usted tan torpe, verdad?
Fue lo último que escuchó. Hundió la cabeza. El agua tapó sus oídos y comenzó a flotar cómodamente. Brazos y piernas se mantenían separados, pero el pequeño oleaje de la inmersión los movía aún, acompasadamente. No alcanzó a escuchar el diálogo de los psicólogos que seguía saliendo por el altavoz.
‑Prueba Tókarev; mayo 25, 1979; 8.50 a.m.; temperatura de piscina 36,5°; temperatura ambiente 36,5°; humedad ambiente promedio 92°; presión 755 mm.; tipo de flotación: convencional; línea isoeléctrica del encefalograma; alterada por agitación respiratoria; movimientos oculares rápidos, por perdida de referencia; cardio: normal; electromielógrafo: tensiones musculares en zonas cervical y abdominal.
‑Corte ozonizador ‑dijo otra voz.
‑Cortado.
‑Corte calefacción de piscina y ambiente.
‑Cortadas.
‑Corte circulación de agua.
‑Cortada.
‑Conecte automáticos de temperatura.
‑Conectados.
‑Corte luz de ambiente.
‑Cortada.
‑Suprima altavoz…
Y se hizo la oscuridad, el silencio, la quietud. Yuri comenzó a ver una rueda que giraba. Irina y el estaban atados a ella dando vueltas, mientras esta avanzaba por el campo. Cerca estaba María que gritaba: «¡Boris, Boris!» Entonces, un silbido como de tren, lo volvió a la real situación. Había comenzado a dormirse y, seguramente, Kárpov lo detecto en las ondas del electroencefalógrafo tras lo cual le envió la señal que lo sacó del sueño. Estaba despierto en la oscuridad y el más absoluto silencio. Del recuerdo del silbato, paso a ver una figura iluminada cada vez con mayor claridad. La Plisetskaia danzaba maravillosamente en el Bolshoi. Representaba a la Ana Karenina de Tolstoi y el silbato del tren anunciaba su muerte. Súbitamente, la bailarina se convirtió en una enorme mariposa que flotaba sobre el, se diría que a un metro de distancia. Era multicolor a increíblemente luminosa. Yuri se sobresaltó y movió el agua, pero la mariposa siguió allí, agitando sus alas. Comprendió que seguía el ritmo de su respiración. Contuvo el aire y el enorme insecto quedo paralizado, flotando sobre él. Pensó que las mariposas del arte psicodélico no eran sino exteriorizaciones de registros pulmonares, sobre todo en estados alucinatorios producidos por drogas. Algo parecido debería pasar con las sabandijas del «delirium tremens» en los alcohólicos. Seguramente las serpientes serían partes del tracto digestivo; las arañas, tal vez traducciones renales o del hígado del enfermo… La mariposa desapareció súbitamente y todo quedo aquietado. Su actividad cerebral se había tornado fuertemente vigílica. Pensó que Kárpov registraría un incremento de ondas beta sacando la conclusión de que estaba inhibiendo los fenómenos sobre los que aquel quería ilustrarlo. Decidió relajarse profundamente, y soltar sin control sus cadenas asociativas… Los brazos se habían alargado tal vez metros y allí, en los extremos que terminaban en dedos muy finos, las manos giraban como las hélices de un barco. Comprobó que nada se agitaba, pero las manos seguían dando vueltas cada vez mas rápidamente, mientras el resto del cuerpo se agrandaba. Eso era: su cuerpo no tenia limites porque estaba a temperatura del agua y de la habitación. Decidió expandirse hacia el cuarto en el que trabajaban los psicólogos. En ese momento, sintió un crujido de tablas rotas. Luego, un fuerte viento bramo sobre su rostro y vio un túnel por el que se deslizaba a gran velocidad. Allí, en el fondo, lo esperaba una luz cada vez mas grande, cada vez mas brillante. Súbitamente, vio a su cuerpo flotando en el agua. Tenia la real sensación de estar suspendido en el aire. Deseó entonces, fuertemente, volar hasta su casa y ver que sucedía allá… Pero se encontró nuevamente en el interior de la piscina. Kárpov estaría registrando su actividad beta. Kárpov lo estaba controlando. Kárpov lo espiaba porque estaba en el complot. Todos contra él. Rió fuertemente. Comprendió que querían convertirlo en autómata. Le estaban lavando el cerebro. Estaba claro: la pastilla verde, las miradas cómplices de los psicólogos. Querían matarlo a el, a Irina, a Vladimir y a la pequeña Sofía… porque él sabía lo que estaba pasando. Por eso, por eso, por eso… le estiraban los brazos y las piernas y su sexo estaba erecto y ellos y ellos y ellos y ellos…
‑¡Nooo! ‑gritó Yuri.
Al momento, se encendieron las luces y sonó el silbato. Inmediatamente entro Kárpov, gritando a su vez:
‑¡Irresponsable, lo arruinó todo!
Tomo a Yuri de un brazo y trato de sacarlo del agua, pero este se soltó y fue a sentarse en cuclillas en el rincón opuesto de la piscina. Gemía suavemente, mientras lo agitaban algunos temblores. El vapor escapaba velozmente por la entrada abierta.
‑Yuri ‑dijo Kárpov dulcemente al comprender la situación‑, seguro que paso por una crisis paranoide. Seguro que ahora hace el ritual del esquizofrénico. No se preocupe. Son sus propios temores, sus propios contenidos cerebrales que han sido amplificados por la supresión sensorial. Recuerde a los místicos en sus aislamientos: el demonio los tentaba o se producían feroces luchas con monstruos y otros seres extraordinarios. Cada cual tiene su propia flora y fauna psíquica. Vamos, conéctese con el mundo.
Pronto entró el otro psicólogo con una copa llena de un líquido transparente.
‑Beba esto ‑dijo, acercando el recipiente a Yuri.
Yuri alzo la cabeza. Sus ojos estaban muy abiertos y se alcanzaban a ver las pupilas enormemente dilatadas. ‑¿Qué es? ‑pregunto temblorosamente.
‑No es veneno, ni droga ‑explico risueñamente Kárpov, agregando‑: Por lo menos para mí…
‑¿Que es? ‑repitió Yuri en tono amenazante.
‑¡Vodka, mi amigo! Pero si no lo toma, lo haré yo.‑ Dicho lo cual, Kárpov escancio la copa. Luego, la devolvió a su ayudante. La chanza terminó con ceremonia.
‑Me inclino ante usted ‑dijo Kárpov al ayudante.
‑Da, tovarich, da ‑replico el ayudante, inclinándose a su vez. Y la copa voló hacia atrás, haciéndose pedazos en la otra habitación.
Yuri comenzaba a recuperarse.
Dos horas después, el profesor Tókarev, había terminado de redactar sus experiencias en el pequeño recibidor de entrada. Kárpov, recibió complacido el manuscrito y preguntó:
‑¿Sabe cuanto tiempo permaneció en supresión sensorial?
‑Cuatro horas, aproximadamente.
‑Solo diez minutos, profesor ‑concluyó el psicólogo.
A punto de despedirse, Yuri pregunto sobre la posibilidad de una real «salida» del propio cuerpo en aquel momento en que se sintió flotando en el aire.
‑Se trata de alucinaciones muy estudiadas por nosotros ‑respondió el psicólogo.
‑¿Y si en esta alucinación hubiera llegado a mi casa y allí hubiera visto al pequeño Vladimir, cortarse un dedo con el cuchillo del pan?
‑Seguiría la misma cadena alucinatoria. Convénzase, Tókarev, no hay un «algo» que se desprende del cuerpo. Solo alucinaciones.
Yuri tuvo en ese momento, una indefinible sensación y casi sin pensar pregunto: ‑¿Hay un teléfono a mano?
‑Desde luego ‑asintió Kárpov.
Pasaron a otro cuarto. Yuri deslizó sus dedos por el teclado del teléfono. El sonido de Ramada se sintió amplificado en la habitación. De pronto contestaron en el otro extremo de la línea oyéndose la voz del pequeño Vladimir.
‑¿Quién es? ‑dijo Vladimir.
-Tu papá… ¿No me conoces, Vladi? ‑preguntó suavemente Yuri.
‑Papá, papá… ¿Cuando vas a venir?
Los dos hombres escuchaban risueñamente la delgada voz. Pero en ese momento sucedió algo que los dejo paralizados.
‑Papa ‑dijo el niño‑, tienes que venir… Me he cortado un dedo con el cuchillo del pan.