Un estruendo, que el eco repitió varias veces, sobresaltó a Yuri. Luego otro. Eran disparos. Miro a su alrededor: la luz del día iluminaba la cueva plenamente. Descubrió que el viejo había desaparecido con su animal; la otra mula se mantenía silenciosa y estática a pocos metros de él. Corrió el cierre metálico de su saco de dormir y salió de él vestido, llegando apresuradamente a la boca de la cueva. Serpenteando por el camino, venia una fila de hombres. Estaban a menos de cien metros.

‑¡¡¡Tókarev!!! ‑gritó alguien y la voz fue repetida por el eco‑. ¡Profesor Tókarev…! Somos Adams, de Estados Unidos y Wilson, de Inglaterra.

‑Finalmente lo hemos alcanzado ‑gritó alguien en inglés, mientras la voz se repetía.

Yuri alcanzó a divisar al Belisario, en el momento en que hacia fuego aparentemente en dirección a la cueva. Los otros hombres, media docena de gendarmes, exhibían sus armas. Comprendiendo que los extranjeros habían arrastrado a los uniformados y viendo al Belisario entre ellos acercarse disparando con su carabina, Yuri decidió escapar. Rápidamente calzó sus borceguíes y tomando el informe montó a pelo sobre la mula, abandonando el resto de sus pertenencias. Salió de la cueva, apurando al animal. Luego comenzó a avanzar en dirección opuesta a la patrulla. Ya sus perseguidores estaban muy cerca. Entonces, la senda se interrumpió abruptamente. Y cuando la mula, asustada, se alzó sobre las patas traseras, Yuri fue arrojado con violencia al vacío. Las hojas del informe remolinearon en el viento al tiempo que el cuerpo cayó hacia el abismo pegando contra una saliente; después reboto en otra y se aplastó de lleno en un manchón de piedras de acarreo. Luego siguió desplazándose lenta, suavemente, hasta detenerse en la nieve.

Paso media hora antes de que la patrulla pudiera descender hasta Yuri. Mientras los gendarmes improvisaban una camilla de campaña con algunas mantas y dos fusiles, el americano se inclinó sobre él: ‑Profesor Tókarev ‑dijo Adams con voz suave, casi como un lamento‑. Como hizo eso… Teníamos todo casi resuelto ‑aferró su mano y agregó‑: ¡Que pensó usted, que pensó!

‑El… informe ‑alcanzo a decir Yuri‑, allí está… todo. El… ‑y calló.

Su cuerpo destrozado estaba extendido de espaldas en la nieve. Pero en su rostro casi intacto se percibió una sonrisa. Luego todo quedó en silencio. Sus grandes ojos azules se hicieron profundos y estáticos, mientras el viento seguía dispersando el informe en todas las direcciones. Yuri creyó reconocer a Igor que, arrojando las hojas al aire, exclamaba: «¡Oh Siva, que hermosa es la nieve de Moscú!» Luego la brisa helada besó su rostro. Entonces el Aconcagua comenzó a moverse. Enormes bloques de hielo caían uno tras otro mientras la nieve se fundía. El monte crecía y crecía cada vez mas alto y a medida que se elevaba se hacía transparente. Las rocas temblaban apartándose ante las paredes de cristal que se erguían en un tronar de cataclismo. Allí, inconmensurable, estaba el monte Merú finalmente en pie, con su cima fugando hacia el infinito; uniendo la tierra con el cielo. Y en las aristas cristalinas de la gigantesca pirámide destellaron los colores del arco iris mientras una lluvia dorada revoloteó sobre las nieves eternas…

‑Esta muerto ‑dijo Wilson. Luego cerró los párpados de Yuri.

Primero el túnel oscuro. Luego la luz, allá en el fondo. Por último, un suave bramido. Una voz dio la fecha: año, mes, día, minuto, segundo. Empezó a avanzar por el túnel hacia la luz. Despacio, luego a mayor velocidad, luego vertiginosamente, mientras la voz hacia pasar los años, los meses, los días. Y fue lanzado hacia el futuro, hacia el mismo centro del monte Merú. Cruzo sus enormes murallas de cristal y llego de pronto al corazón de hielo. Yuri V. Tókarev, nacido en Novgorod del 7 de julio de 1940 y muerto en el Aconcagua el 11 de junio de 1979, estaba ante la Luz.

«¿De donde vienes?», pareció preguntar la Luz. El toro negro cayendo bajo un golpe de maza en el matadero; las mujeres arrojándose sobre Igor en el ashram; el indio con su pequeño hermano, pidiendo unas rupias para el sacrificio; el mismo Igor recibiendo partes de télex, aparecieron como imágenes que poblaron el aire. «¿Qué quieres ahora?», destelló la Luz. La milenaria voz del viejo Vergara dio la respuesta: «Quien muere antes de morir, no morirá jamás.» Luego la Luz introdujo una breve enseñanza: «Reconcíliate con tu pasado.» Todo se oscureció. La vida de Yuri, desde su nacimiento, fue pasando proyectada como un filme en el aire. Sentía pensamientos que llegaban hasta él y vivía esos pensamientos. Sentía emociones que llegaban hasta él y vivía esas emociones. Y comenzó a perdonar en si mismo todas sus frustraciones, todos sus rencores, todo su pasado. Entonces su corazón quedo puro y abierto al percibir nuevamente la Luz: «Tu pasado te es perdonado. Despierta y sal fuera de este mundo.» Yuri sintió que era empujado hacia atrás. Luego un suave bramido. Una voz dio la fecha: año, mes, minuto, segundo y empezó a retroceder por el túnel alejándose de la Luz. Despacio, luego a mayor velocidad, luego vertiginosamente, mientras la voz hacia retroceder los años, los meses, los días… Y fue lanzado hacia el pasado, desde el centro del monte Merú, desde su corazón de hielo. «Despierta y sal fuera de este mundo… despierta… despierta…»