A la mañana Yuri recibió largas instrucciones de un agente del Ministerio. También se le dieron recomendaciones y listas de contactos con funcionarios de Relaciones Exteriores. En todo momento, mantuvo una fuerte sensación de irrealidad. No había dormido en toda la noche. La experiencia del día anterior lo perseguía, abriéndole un mundo de interrogantes. A la tarde Yuri se encontró con José Fuentes. No pudo explicarle que iba a cumplir una misión a ciegas. Ni siquiera sabía que iba a buscar con exactitud. De todas maneras, pidió al boliviano algunas referencias sobre la «Doctrina». Por ultimo le rogó que le diera contactos con su gente en Latinoamérica, ya que en el libro que le proporcionara Grigori, no figuraba referencia alguna sobre el punto. No era posible que tal grupo fuera desconocido por los servicios de inteligencia, que seguramente habían trabajado durante meses tras la pista de formaciones de ese tipo. José le suministro datos y referencias personales en Río de Janeiro, La Paz y Santiago de Chile. El día terminó con Irina y los niños. A la noche tuvo una larga charla con ella sobre el sentido de la vida y el problema de la muerte. Pensó que nunca antes la había escuchado tocar esos temas. Sus ideas se hicieron sombrías por unos instantes, pero lo atribuyo a las especiales circunstancias que estaba viviendo. Al fin de cuentas, en un mes mas se reuniría nuevamente el comité para analizar resultados. El estaría presente y todo terminaría con una carcajada general frente al apresuramiento irracional que los había invadido. Y ese mismo día festejaría el reencuentro con Irina. Luego llevaría a los niños a las tiendas Gum, a la plaza Sverdlov y al recreo Gorki. Sí, todo terminaría absurdamente y la cosa sería aún más ridícula que la incursión fallida de Grigori al monte Ararat. Una cosa era clara: el comité estaba formado por escandalosos y aventureros. En cuanto a él, seguía instrucciones sin facultades de decisión en el asunto. Así es que se regocijó imaginando la cara de los funcionarios del Ministerio cuando el comité les dijera: «Camaradas, hubo una falsa alarma.» El había escrito en la revista, sobre los síntomas que había observado proponiendo un estudio serio de la cuestión, tal vez dramatizando un poco, pero nunca había sugerido una alocada cabalgata sin objetivos claros. A su vez, el comité seguramente inspirado por Grigori, se había abalanzado sobre el Ministerio refregándole en las narices que no había previsto la revolución de Irán, encendida por un fanático religioso. Así, sumando alarmismo en cuanto a la posibilidad de que ocurriera una reacción en cadena de fenómenos de ese tipo, si no se tomaban urgentes medidas, el comité seguía abriéndose paso. Quedaba en claro que sus miembros trabajaban en esas ideas desde hacia meses y quien sabe si otros aventureros parecidos no estarían en lo mismo en USA y Europa occidental. Las frases de Grigori, referidas a investigadores capitalistas, tal vez podían entenderse como un acuerdo subterráneo con ellos.
Después de esos devaneos Yuri comprendió que muchos de tales pensamientos estaban dictados por su disgusto ante la partida inminente. Al fin de cuentas, en la cámara de supresión sensorial había terminado atribuyendo todo genero de maldades a Kárpov. Y esas maldades no eran sino sus «propios contenidos cerebrales».