Dos días en ese tren, prácticamente descubierto, al que ascendían y del que bajaban en cada parada enjambres humanos. Cuando no quedaba un solo espacio libre, la multitud trepaba a los techos y así efectuaba el viaje durante largos kilómetros. También Igor andaba por los techos hablando en hindú y cantando aires populares. En una especie de estación ferroviaria, Yuri tuvo ocasión de contemplar el espectáculo desde alguna distancia. Igor fingía discutir con los niños, luego tomaba a alguno de ellos y lo colocaba en sus hombros a horcajadas, amenazando con salir a la carrera mas rápido que el tren, llevando a su jinete por montes, selvas, valles y lagos. Pero cuando se escuchó el silbato, bajó a un niño y lo puso muy cerca de él rodeándolo con el brazo. Yuri vio como disimuladamente, paso a sus padres unas rupias y luego todo siguió con cantos.
Habían llegado finalmente a Calcuta. Sin detenerse, se hicieron transportar al templo de Kalighat. Con treinta y ocho grados y una amenaza de lluvia torrencial, el olor graso del lugar resultaba nauseabundo. Una multitud adoraba a Kali. Era una representación en piedra pintada de negro. Sus ojos rojos y sus colmillos feroces presentaban un rostro ensangrentado, peraltado por cabellos erizados de terror. En torno a su cuello, un rosario de cráneos contribuía a decorar a la siniestra bailarina que danzaba sobre un muerto. En una mano blandía una espada, en la otra suspendía una cabeza cortada y con las otras dos bendecía a sus adoradores. Cánticos, oraciones y giros frenéticos aumentaban al acercarse al lugar del sacrificio. Un indio de torso descubierto y ensangrentado decapitaba las cabras que los creyentes ofrecían a la diosa. Con una enorme espada hacia volar las cabezas y entonces los cuerpos sufrían aquellos estertores finales, casi eléctricos. Fue en ese momento cuando un indio se acerco tímidamente a Yuri. Traía de la mano a un hermoso niño moreno, que sonreía también con sus enormes ojos almendrados.
‑¡Sacrificio, sacrificio! Solo cien rupias ‑dijo a Yuri, señalando el cuello del niño.
Entonces el profesor creyó ver como saltaban las cabezas de las cabras y de pronto la del niño, bajo la espada carnicera. Recordó al pequeño Vladi; al cuchillo del pan y al dedo ensangrentado. Las sienes de Yuri latieron con violencia y algo se disparó en él con furia incontrolable. Saltó sobre el indio, tomándolo del cuello mientras este gritaba:
‑¡Entonces sólo cincuenta rupias, sólo cincuenta!
Pero Igor intervino a tiempo para liberar al indio, mientras el niño lloraba desconsolado. Así es que, alejado Yuri, su acompañante trabo conversación con el hombre. El profesor vió desde unos metros de distancia como Igor le daba cincuenta rupias y el indio con el niño se alejaban haciendo gestos de agradecimiento. Yuri salto hacia delante en un nuevo acto salvaje, esta vez contra Igor, mientras gritaba:
‑¡Usted es cómplice!
Igor lo detuvo aferrándolo de los brazos.
‑Profesor ‑explicó‑, el hombre quería cincuenta rupias para hacer sacrificar una cabra a la suerte de su hermanito. El creía lograr una protección de Kali para el niño… Ya ve como no conoce aún las costumbres de los indios. ¿0 creyó que se sacrificaban niños a Kali para deleite de los turistas?
Pero nada resultó tampoco en Calcuta, de manera que volaron al día siguiente a Bombay, la mas grande y occidental de las ciudades de la India.