Centro Lambda de Chile.

BREVE PRESENTACION

Las ideas que siguen a continuación constituyen un aporte al debate y al desarrollo ideológico de la Sexualidad Humana y de la HOMOSEXUALIDAD. Un intento por articular un discurso con signos y símbolos de tal manera de configurar una identidad cultural que se oponga al discurso dominante y promueva una sexualidad más abierta y ligada a la vida concreta de las personas.

Son reflexiones surgidas al calor da la lucha democrática. No son individuales ni pertenecen a alguien en especial. Recogen la lucha contra la dictadura y por los derechos humanos: se entronca en la organización abierta de los homosexuales en Chile en la década de los 90.

Sus raíces y autorías son los propios homosexuales que hoy están dando la cara por sus propios derechos y necesidades. Intentan representar a ese 5 o 10 % de la población masculina y un menor porcentaje de la femenina que tienen una orientación e identidad definida como homosexual y lésbica.

Una propuesta de definir la homosexualidad masculina y femenina, como una orientación sexual en virtud del objeto del deseo, e integrada a un continuo de la sexualidad humana. Como tal, se inscribe en un concepto de diversidad global, capaz de aportar a la realización de las personas, a su autodesarrollo con otros y no como una elección abstracta.

LAS CONCEPCIONES DOMINANTES Y LA HOMOSEXUALIDAD

La concepción cultural e ideológica dominante es fundamentalmente normativa y se estructura sobre bases morales donde la sexualidad «oficial» es restringida a lo genital y a su función procreadora, permitida sólo dentro del matrimonio. Frente a esta normatización, cualquier otro tipo de actitud o formas de relacionarse con otros, es considerada inmoral, «desviada»; así quienes no cumplen con este esquema son marginados y reprimidos sean estos individuos o minorías. A pesar de que algunos hombres o mujeres alcancen algún grado de participación y desarrollo, de carácter individual en la sociedad, la visión sexista y patriarcal de la familia y la sociedad, impide el pleno desarrollo de todas las potencialidades como ser humano integral. Sus raíces más profundas se encuentran en la tradición judeo-cristiana que inspiran sus instituciones y sustentan su dominio.

En el marco del discurso oficial de las culturas dominantes, la homosexualidad es vista como algo que contradice lo «normal»: es «anormal». Este enfoque está planteado desde el deber ser, y por oposición a la heterosexualidad que se supone es lo correcto, lo «normal». La homosexualidad es concebida como un término médico, patológico, que la consideraría, no sólo como una enfermedad, sino como una aberración. Para la jerarquía papal de la Iglesia Católica, es considerada como «una conducta objetivamente desordenada» y su práctica, un pecado. A pesar de haber sido excluida del listado de enfermedades mentales por la Organización Mundial de la Salud a partir del año 1983. (Al respecto ver la carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales. Congregación para la Doctrina de la Fe. 1 de Octubre de 1986. Joseph Card. Ratzinger. Ediciones Paulinas).

UNA PROPUESTA ALTERNATIVA

Para otros como Manfred Max-Neef la reflexión tiene otro sentido. En su libro «Desarrollo a escala humana», afirma que lo sexual aparece relacionado de manera directa con la necesidad de subsistencia, afecto, identidad y libertad del individuo, precisando para ello, satisfactores tales como procrear, hacer el amor, acariciar, expresar emociones, compartir, cuidar, cultivar, apreciar, comprometerse, conocerse, reconocerse, definirse, diferenciarse, desobedecer, optar, asumirse. Develadoramente hasta este momento la realidad y problemática de los homosexuales es invisible en la sociedad. Para la mayoría de las personas y para los Partidos Políticos, estos no existen. Cuatro años después de la irrupción de la organización homosexual, empiezan a verse signos en algunos partidos. Pero para la mayoría de los Partidos Políticos, la realidad de los homosexuales se percibe desligada del movimiento social y de las expresiones que luchan por una sociedad más justa y humana, posiblemente porque la cuestión homosexual ha sido relegada y estigmatizada por el discurso oficial al ámbito de lo privado, afirmando que no es politizable. Es posible que la preeminencia del racionalismo y el positivismo hayan centrado la transformación social sólo en la equidad distributiva; es posible pensar que carecemos de una teoría sexual adecuada para una propuesta social diferente al mercantilismo, o las sociedades productivistas. También es posible pensar que el peso cultural del patriarcado hace impracticable abordar las luchas de las «minorías sexuales», sin asumir sus altos costos.

Sin embargo, hoy sabemos con certeza que revertir los roles sexuales asignados por el discurso dominante, el desconstruir las concepciones predominantes sobre el género y proponer alternativas más humanas, forman parte de la construcción social en general. Esto ha sido un hallazgo de las ideologías democráticas y progresistas de nuestro siglo, de la práctica revolucionaria del feminismo en los últimos 100 años, y de las reivindicaciones de los homosexuales organizados en el mundo entero.

Tales roles, organizados desde la mirada patriarcal, han destinado a la mujer a la reposición de la mano de obra, y orientado su sexualidad hacia fines reproductivos, condenando el placer sexual y su función creadora. Así, la cultura patriarcal no solo resulta ser homofóbica, sino que penaliza cualquier desviación del rol sexual asignado a hombres y mujeres, sean heterosexuales u homosexuales. Ciertamente, la cristalización de la esfera de lo privado, cumple una función preponderante, como es la reclusión de los individuos expresada como «lo doméstico» en términos de las personas, y el «ghetto», en términos de las minorías sociales, con el fin de preservar su estructura dominante, excluyendo de la cosa pública, importantes aspectos de la vida de las personas. Ante esta construcción social, fundamentalmente normatizadora, oponemos nuestra cotidianeidad como un accionar político, desmitificador y develador, la razón de ser y existir en todos los ámbitos de la cultura, la religión, la política, las ciencias, la industria, el deporte, etc.

La lucha de los homosexuales (entendiendo que esta categoría no existe en la realidad, sino que en cuanto al ejercicio del Poder), no expresa únicamente el compromiso por las reivindicaciones legales y sociales de una minoría, sino que expresa la lucha de todos los hombres y mujeres que advierten la necesidad de profundizar los cambios, de subvertir el orden dominante, y de que sólo así será posible acceder a una sociedad más justa sin dobles estándares.

Esta es una lucha contra concepciones productivistas de la sociedad que asientan su desarrollo en la explotación de hombres, mujeres y niños, en la fragmentación afectiva y soledad de las personas, y en el silencio de hombres y mujeres que aman con temor. Contra las leyes, porque le niega, y reprime su expresión creadora. Y porque, condena la sexualidad a su función reproductiva, y hace del cuerpo vacío un fetiche publicitario, como del sexo, un bien transable en el mercado a razón de su manipulada libertad económica. Y es un acto interior dentro del propio ghetto para descontener sus demandas sociales junto a todas las minorías, sin perder identidad, sino por el contrario, cargados de historia.

Sabido es que desde la industrialización, las necesidades de producción abrieron las puertas de industrias y universidades a las mujeres, pero sin que estas pudiesen desligarse de la doble jornada. Por otra parte, la necesidad de incrementar los recursos, obligó a niños a desarrollar oficios y trabajos diarios que le disponen a riesgos y experiencias que dado su poco desarrollo, resultan generalmente perturbadoras, sobre todo si estos se desarrollan en ambientes nocturnos, obviamente desprotegidos.

La penalización de la sexualidad, se convierte en la penalización de la efectividad cuando el estereotipado rol masculino condena al hombre al distanciamiento de los hijos, a la pobreza económica y afectiva, ya que existen oficios y trabajos que podría desarrollar dado la misma categorización de estos. El concepto patriarcal de la familia se desconstruye y la realidad arroja vivencias que no se verifican con el discurso oficial. La cesantía, la improductividad prolongada, no sólo produce problemas económicos en la familia, sino que provoca graves daños en la autoestima y dignidad de las personas.

La estereotipada concepción de los roles femenino y masculino y la realidad socioeconómica después de la industrialización, han devenido en una trágica polarización de los sexos que lejos de liberarse, se torna fuertemente competitivos entre si, obligando a replantear cuestiones fundamentales como, la familia, los hijos, los roles del padre y madre, como seres humanos respecto de sus roles genéricos, masculino y femenino.

No obstante, estas contradicciones, el estereotipo homosexual y lésbico, que se genera a partir del mismo retrógrado discurso oficial, le estigmatiza con estos devaluados roles feminoides, y a las lesbianas con el caricaturesco rol de lo masculino.

Nuevamente, surge la inquietud acerca de la óptica que orienta las transformaciones sociales: ¿es acaso la mirada patriarcal la que otorga prioridad a la pobreza, excluyendo el mundo privado?. No dudamos de que sea la miseria y la explotación la prioridad que oriente las transformaciones sociales. Sólo que en la pobreza habitan personas, entre estas, también homosexuales y lesbianas, que en la ordenación de la riqueza y del poder son desfavorecidos. No es lo uno primero que lo otro, es sólo una mirada, que pueda contener la honestidad el cambio social.

El debate sobre estos temas ha sido postpuesto por muchos años en nuestro país, provocando costos irreparables, y sin embargo emerge hoy en día en forma insoslayable.

Consideramos que la propuesta de cambio debe contener, no sólo la mirada atenta acerca de como se distribuyen los bienes, sino de cómo se relacionan hombres y mujeres en el plano social, y de cómo a través de estas relaciones se comparte el Poder y se establece la Igualdad. Los hombres y mujeres homosexuales no se diferencian del resto de las personas. Como cualquier otro ciudadano cumplen con deberes cívicos, participan en política y en todo tipo de organizaciones. Son parte del tejido social y se encuentran en todos los estratos socio-económicos.

La idea es más bien de abolir las categorías sexuales que condenan a la infelicidad de hombres y mujeres y que sólo sirven de sustento al Poder Patriarcal dominante.

De lo que se trata es de poner en el centro de su quehacer al ser humano, para desde allí, construir una concepción liberadora de la sexualidad y de la vida. En el mundo, sobretodo en las últimas décadas, se ha avanzado enormemente en llevar a la práctica de la vida cotidiana esta concepción liberadora. Tiempo es de hacer prevalecer estos principios, también en Chile. En esta perspectiva, estamos seguros de contar con la solidaridad del movimiento feminista, de los jóvenes de los movimientos por los derechos humanos y por la democratización de nuestra sociedad, así como con todos aquellos hombres y mujeres capaces de superar los prejuicios existentes sobre sexualidad, para aportar a la construcción de una sociedad más humana. Proponer cambios de esta naturaleza requieren de un largo proceso y de enfrentarse a los sectores más conservadores de la sociedad. Sabemos que este cambio será lento y habrá que enfrentar a los sectores más conservadores de nuestra sociedad, los que hasta ahora, han logrado hacer predominar su propia concepción de sexualidad. Actualmente, esta última está siendo cuestionada desde los más diferentes ámbitos de la sociedad civil. Es necesario entonces que también las diferentes fuerzas políticas y el movimiento social se sumen explícita y claramente a este proceso.

Estas reflexiones forman parte de un proceso de maduración. No creemos por tanto, poseer la verdad absoluta en torno a estos temas. Se trata de dialogar con todas las personas y las instituciones.

La responsabilidad de construir una sociedad más tolerante, que reflexione sobre los prejuicios que la encadenan y que enfrente la discriminación que oprime a gran número de chilenos, constituye un deber moral ineludible al cual todos podemos y debemos contribuir.